Una ópera es el conflicto que se plantea entre el tenor que se quiere llevar a la soprano y el barítono que se opone. Y, por medio, ir llenando el tiempo. Y así, Artur Mas, presidente de la federación de Convergència i Unió, salió a representar su papel. Las urnas, el 1-N le adjudicaron el de tenor lírico. Y se ciñó a él, con una larga aria de cuarenta minutos en la que no dio, en ningún momento el do de pecho.
Comenzó felicitando a todos los miembros de la cámara”: Todos juntos somos una parte del pueblo de Cataluña (...) Y de la soberanía del pueblo catalán”. Y también felicitó al candidato Montilla a nivel personal. Y dijo respetar las reglas del juego: “llega a la investidura de la mano de un nuevo tripartito. Tienen todo el derecho a constituirlo”. Pero el conflicto ya estaba planteado, y tocaba el turno a los reproches preelectorales: “¿No creen que el pueblo de Cataluña, antes del 1 de noviembre, debía conocer sus intenciones reales?”.
Aceptando la legitimidad, al modo hegeliano, se fue por la tesis, la antítesis y la síntesis. Más reproches al nuevo tripartito. Más reproches al anterior. Y la declaración: CiU pasa a la oposición, pero
“Seguiremos actuando con sentido de país. Y lo seguiremos haciendo, porque nosotros somos así”. Y una entrada en el terreno del respeto, que lo habrá, pero, eso sí “seremos contundentes y si es preciso implacables contra el desgobierno”. Y un recuerdo al pasado, que fue el presente de anteayer: “Ese tripartito, tal y como actuó, fue una fábrica de abstencionistas”. Y Mas siguió hurgando en la herida (¿supuesta?) de la incoherencia de antes y del después: “Los expulsados del Gobierno vuelven a él de la mano de quienes les expulsaron: premio a la coherencia política”, en alusión a la marcha de ERC del Gobierno de Pasqual Maragall.
Cambiando de registro, el presidente de los nacionalistas conservadores pasó a diseccionar –la verdad, sin demasiado detalle—el programa farragoso presentado ayer por el candidato. Y atacó a la idoneidad de Montilla y la de su futuro gobierno: “¿Es bueno para Cataluña –declamó—repetir esa fórmula de gobierno?”. Como el valor en la cartilla militar, retóricamente Mas, supuso que José Montilla tiene pasión por Cataluña. Planteada la cuestión, la estocada: “Ayer propuso una Cataluña de primera (...) pero tal y como lo hizo yo entendí que era una Cataluña de segunda”. Y la gran negación del programa de gobierno esbozado ayer por el candidato:
“Nos proponen un gobierno de la Generalitat que sea una gestoría. Bien llevada, pero una gestoría (...) un gobierno de suma cero”.
Tras dar un repaso a las cinco líneas maestras del programa del candidato, naturalmente para ponerlas en solfa, Artur Mas
habló de infraestructuras, diciendo que algunas no se llevarán a término por las divergencias internas del nuevo tripartito. Y que el debate, dijo: “No está en cemento sí o cemento no. El cemento que haga falta pero bien puesto”. En los escaños socialistas se vieron algunas sonrisas malévolas.
Artur Mas concluyó su intervención diciéndole al candidato: “Creo, señor Montilla, que su gobierno es el peor para desarrollar el Estatuto de Autonomía”. Y, luego, le hizo una recomendación: “Ocúpese también del alma del país: las emociones, los sentimientos, los anhelos, los sueños de los catalanes”.
En su réplica, José Montilla, el candidato, como barítono que defiende su asedio a la soprano (en este caso la presidencia de la Generalitat) volvió a insistir en su programa de gobierno, rebatiendo, de nuevo, los reproches sobre los pactos decididos antes de las elecciones. Y un contraataque directo: “Señor Mas, ¿y qué había de los suyos?”. Reitera también el candidato sus ofertas de pacto para los grandes temas de país. Y le acota el terreno a Mas, tras la última legislatura: “Usted ha demostrado, durante estos tres años, que, desde la oposición, se puede ser útil a Cataluña”.
Montilla y Mas, ya en los turnos de dúplicas y contrarréplicas se enzarzaron en puntualizaciones. Montilla, finalizando, para defender, de nuevo, la viabilidad del proyecto que encabeza, le aclara a Mas que, “nos hemos puesto de acuerdo para gobernar Cataluña con unas prioridades de gobierno y un horizonte que es el de cuatro años de legislatura”. No hubo pasión lírica. No tocaba. Partitura y libreto eran otra cosa.