Han vuelto los juegos de las memorias a la Casa de Campo. Absolutamente previsibles entre los acusados: solo se acuerdan de lo que les conviene. Pero difícil de adivinar entre los testigos, aún más si son citados, como hoy era el caso, por la fiscalía. Súbitamente Mostafá Ahmidan, hermano mayor de Jamal, “El Chino”, supuestamente el jefe de todos los terroristas del 11M, ha recordado que su hermano le reconoció, solo unos días después de la tragedia, que “estaba en ello”. Faltaban apenas dos semanas para que El Chino se suicidara en Leganés. Y en ese momento iba acompañado de otra suicida, Rachid Oulad Akcha. Lo que le dijo a Mostafá fue premonitorio: “Pídele a Dios que no nos cojan vivos”. Hoy lo ha querido recordar el mayor de los Ahmidan. No lo quiso hacer ante el juez del Olmo cuando instruyó el sumario dice ahora que por miedo y por presiones de la familia. Pero su golpe de buena memoria ha apuntalado aún más la línea de acusación de la fiscal Olga Sánchez y la instrucción de este sumario 20/2004 y es que todos los caminos que conducen al Chino llevan irremisiblemente a la zona cero de la tragedia. ¿Quién sigue diciendo que en este juicio no se va a saber la verdad de lo que pasó?
La desmemoria o la voluntad de no hacer memoria ha sido, en cambio, la actitud de otro hermano, el menor, de “El Chino”, Youssef, que ha declarado después. Ha dejando bien claro ante el Tribunal que cuando uno pierde a un miembro de la familia porque se suicida, después de participar en la muerte de 191 personas, lo que quiere es olvidarlo todo y seguir haciendo su vida. Y Youssef, al contrario que Mostafá, pese a haber escuchado la misma conversación, no recuerda que Jamal admitiera su participación en el 11M ni que Oulad manifestara a las claras que estaban dispuestos a inmolarse antes de entregarse a la policía. Su desmemoria o la voluntad de no hacer memoria ha devuelto a las víctimas, a través de los televisores de plasma de la Sala, la imagen terrible de tres encapuchados reivindicando la masacre, fuertemente armados. Es una cinta casera encontrada entre los escombros del piso de la calle Martín Gaite de Leganés, donde se produjo el suicidio de los siete terroristas y la muerte del Geo Torronteras. A plena pantalla aparece el fanatismo islámico armado como única contestación a la pregunta que nunca nos dejaremos de hacer todos: ¿por qué? Youssef dice ahora que no puede asegurar que quien hablaba en la grabación era su hermano Jamal, “El Chino”, aunque si lo hiciera en su día ante la policía, “al 80 por 100”. Da igual: minutos antes lo había reconocido sin dudarlo su hermano mayor, Mostafá. Unas horas después tampoco tendría dudas en la identificación un testigo protegido, el S20-04-H-93.
Pero en toda esta primera jornada tras las vacaciones de Semana Santa el juego más desconcertante de la memoria lo ha hecho un Guardia Civil, “Victor”, el hombre que tenía como confidente al acusado Rafá Zouhier. El agente reconoce que en el año 2003 el inefable acusado le informó de al venta de explosivos que realizaba en Asturias Antonio Toro y los manejos que se traían con la dinamita. También que Zouhier le habló de que podían mover hasta 150 kilos. Pero no supo explicar ante el Tribunal la razón por la que ocultó al juez del Olmo, cuando compareció ante él, que le habían hablado de esos 150 kilos. ¿Por qué? “Quizás no lo recordé entonces” o “no me preguntaron expresamente por ese dato” Tampoco entendía el presidente Gómez Bermúdez como a un experimentado agente de la Guardia Civil, que es llamado a colaborar por el juez que instruye el sumario criminal más importante de la historia judicial de España, se le olvida un dato tan relevante. Entonces el testigo reconoce, sin más explicaciones, que esa omisión “puede resultar rara”. Es en efecto el juego más raro de la memoria: que un agente de la Guardia Civil pueda también alegar lapsus mentales como los acusados y los testigos que se mueven en su entorno por relaciones familiares o de amistad. A lo mejor, como aquellos, tiene también algo que ocultar. Quizás la posible negligencia e ineficacia policial en Asturias en torno a los explosivos, su incapacidad para ligar las confidencias de delincuentes de medio pelo como Zouhier, aunque hablara por primera vez de dinamita y no de delincuencia común, con el terrorismo islamista. Ciertamente le pasó igual a toda la Seguridad del Estado y no solo a los responsables asturianos. Es una dificultad más que está en las entrañas de este sumario complicándolo todo. De ella se benefician los listillos como Zouhier para intentar confundir al Tribunal y exonerarse de sus culpas. También la usan los visionarios de la teoría de la conspiración. La Justicia tendrá que sufrir a unos y otros hasta el final cuando la verdad sea sentencia.