Transcurridos los primeros 100 días del Presidente
Obama, cuando aún no es razonable juzgar resultados de una gestión de buenas intenciones antes que de realidades, se detecta una tendencia de nuestro círculo gubernamental a presentar al Presidente
Zapatero como un Obama paralelo. Es una manía arraigada de ciertos sectores socialistas comparar gratuitamente a sus presuntas figuras con dirigentes lejanos de potencias distintas y distantes sin otro punto de referencia que fantasías sin base ideológica alguna.
Recuerda esta manía aquella con que, en los lejanos años de la II República, llamaban al señor
Largo Caballero el
Lenin español. El señor Largo Caballero ni tenía las dotes de mando de Lenin ni se le podía calificar doctrinalmente como comunista. Aquel Lenin paralelo era un mensaje de radicalidad puramente publicitario que contraponer frente a los competidores de su propio grupo con mayor calado político, como
Prieto o
Besteiro, que no fue suficiente para ocultar el fracaso del presunto líder.
Esta tendencia a comparar un gobernante mínimo con una imagen externa
poderosa forma parte de la vaciedad del mensaje. Desconoce, en el caso de Obama que la circunstancia clave es su novedad que explica la existencia de una reserva de esperanzas. Obama es
“nuevo en la plaza” y no parte de cinco años de gobierno frustrado, lleno de contradicciones y rectificaciones. No mantiene prejuicios ideológicos sino que intenta aunar los esfuerzos del pueblo Norteamericano para salir de la crisis, contando con todos los elementos disponibles más allá de los cuadros partidarios. No sabemos, aún, si tendrá fortuna pero sabemos que, al menos, aporta nuevos aires. Por el contrario, el Obama español no es sino el disfraz de un personaje que ya estaba desgastado antes de los cien días de Obama.
Obama surge para intentar corregir un camino que considera inadecuado y Zapatero se maquilla para mantener algún tiempo más su ineficacia. Nosotros no necesitamos a un Obama español que parodie a los Estados Unidos como se parodió en otro tiempo a un Lenin español con el espejismo de la Unión Soviética. Aquí se necesita un gobernante con los pies en su tierra que arranque desde la triste realidad de una España paralizada por la crisis
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