martes 13 de marzo de 2007, 12:35h
Es propio de esta quinta República Francesa, que la despedida de un Presidente se parezca mas a un fin de reino que al término de una legislatura. En un discurso de diez minutos televisado, durante la misa informativa de las ocho de la noche en la televisión francesa, Jacques Chirac dijo “Saludo y me voy”. Lo dijo, claro, con mucha mas solemnidad y con toda la emoción que reclaman ahora las informaciones en la pantalla familiar.
Chirac dijo al pueblo francés, con sentida emoción, que no será candidato a un tercer mandato presidencial, pero que “siempre ha amado Francia y seguirá sirviendola de otra manera”. Su declaración de amor sonaba a “je t’aime, moi non plus”, a menos que esté convencido de que el 82 % de franceses que votaron contra Le Pen en el 2002 estaban enamorados de él. No se despidió pues Chirac con el orgullo y el desprecio de Giscard D’Estaing en 1981, ni con el nihilismo político de Lionel Jospin en el 2002, lo hizo a su manera, estrechando manos por doquier, como hizo siempre su carrera política.
Desde que Jhon Ford filmó “El hombre que mató a Liberty Valance”, los cinéfilos sabemos que la leyenda vale en política mucho mas que la verdadera historia. Diez minutos de televisión crean mas imagen y mas leyenda que la contradictoria carrera política de un hombre que empezó defendiendo al campesinado francés y oponiendose a la entrada de España en el mercado común, para acabar mas europeo que Jean Monnet. Los zig zags y las paradojas del animal político Jacques Chirac son tan abundantes como sus fracasos y errores.
En su primer mandato de siete años prometió acabar con “la fractura social” en Francia, parecia casi un hombre de izquierdas. Su política de derechas con Alain Juppe acabó en gigantesca huelga general, disolución de la Asamblea y una cohabitación de cinco años con el socialista Lionel Jospin. Su segundo mandato de cinco años esta vez, lo obtuvo en duelo con el neofascista Le Pen y en vez de formar un gobierno de unión nacional, siguió gobernando como si nada con su todopoderosa UMP, acumulando fracasos.
Perdió el control del Partido frente a Nicolas Sarkozy, ministro de interior cuyos propósitos desaforados en los suburbios provocaron una rebelión incendiaria. Su delfín Alain Juppe acabó en Canada tras pagar factura de un escándalo de financiación oculta. El NO francés a la reforma constitucional de la Unión Europea hizo tambalear su credibilidad. Su ministro Dominique de Villepin tuvo que retirar su impopular reforma sobre el trabajo precario de la juventud tras semanas de manifestaciones multitudinarias en toda Francia. El invierno 2007 empezó además aquí con los “sin techo” ocupando las calles de París con tiendas de campaña, poniendo de relieve que el tema de la vivienda tampoco se ha resuelto pese a planes y promesas.
Si en diez minutos escamoteó Chirac el balance de doce años de poder, en dos folios disculpenme de no examinarlo aquí de forma exaustiva. Para que no me acusen de animosidad, no me extenderé sobre el escándalo financiero del Ayuntamiento de Paris, y les diré que si hay que recordar en su reinado un solo hecho positivo del que le estaré eternamente agradecido, es el haber defendido la “excepción francesa” frente al gigante americano y haber dicho NO a la implicación de Francia en la guerra de Irak. Merci Monsieur Chirac. Si Sarkozy hubiese ocupado su lugar a estas horas los soldados franceses estarian derramando su sangre en las calles de Bagdad. Por cierto... Chirac dejó para mas tarde su bendición al candidato de la UMP, hizo un llamamiento solemne contra el racismo y abogó por la tolerancia y la defensa del modelo social francés. Algo es algo.