El año político termina como empezó: con bronca subida de tono entre el PSOE y el PP por cuenta de la estrategia política que lastra la lucha policial contra la ETA. El presidente
Zapatero insiste en que detener terroristas es la única anotación en la agenda del Gobierno pero sus palabras no convencen a algunos de los dirigentes de la oposición. Sería el caso de
Aguirre,
Arenas o
González Pons. Según costumbre, de parte de
Rajoy la cosa no está clara en éste punto.
El caso es que si en el mes de enero eran las vísperas electorales las que cargaban el ambiente, ahora, en la vigilia de los comicios vascos es en donde hay que buscar el tósigo que envenena el aire. No sé cuanto podrá aguantar la ciudadanía tanto navajeo político estéril, pero la crónica de ése enfrentamiento, fatiga.
Fatiga porque la división es ganancia para los terroristas y su mundo de fanáticos; fatiga porque vemos que las proclamas de unidad de los demócratas, los buenos propósitos, duran lo que duran algunos formatos de programas de televisión; fatiga, en fin, porque cada vez arraiga con más fuerza la idea -desoladora idea- de que nunca habíamos tenido una cúpula política tan mediocre. Mediocre por alejada de la imprescindible grandeza que sería exigible para guiar los asuntos del común de un país moderno y dinámico como es España.
Ni siquiera hablo de estadistas, sería bastante con estar en manos de gentes serias, gobernantes y diputados de la oposición, preocupados por hacer lo que hay que hacer sin tocar tambores, sin estar todo el día pendientes de los telediarios.