Cabeza rapada al cero, gafitas sin montura y una ajustada camisa negra, de esas de mercadillo, con arabescos blancos bordados y los cordones sin abrochar en plan exhibición pecho-lobo. Rafá Zouhier se sentó hoy en la pecera disfrazado de Vin Diesel versión paisa. (“Paisa, tengo chocolate, paisa, barato...”) Y para un día que va de fachoso ha tenido mala suerte. Hasta ahora todos los que han declarado desde el banquillo de los acusados le han echado la culpa de todo lo que les incrimina a cualquier suicida de Leganés, repartiendo los cargos entre los que tuvieran más a mano durante los días terribles que constan en autos. Ellos, desde luego, no les iban a desmentir. Pero hoy ha sido “El Conejo”, Rachif Aglif, quien ha decidido cambiar el guión. Resulta entonces que todas sus supuestas responsabilidades en el siniestro tráfico de drogas que financió los explosivos del 11M son falsas y están en el Sumario porque su ex amigo Zohuier quiere que él se coma los marrones. Y claro, ¿qué más iba a necesitar el expresivo ex confidente de la Guardia Civil y permanente garganta profunda de “El Mundo”? Numerito continuo de risas, aspavientos y gestos hasta que el presidente Gómez Bermúdez le ha mandado primero al último banco para, finalmente, “estoy harto de sus gestos”, enviarle de vuelta al calabozo. Demasiado para Zohuier, un showman cutre, convertido por un colega en el primer causante vivo y presente en la Sala de las fechorías de las demás. ¿Se imagina alguien la que hubiera podido montar este individuo si se llega a salir con la suya el diputado del PP Jaime Ignacio del Burgo que pretendía hacerlo comparecer en la comisión de investigación del Congreso?
EX NOVIAS. Otro recurso para echar balones fuera son las ex novias y las ex mujeres. Ayer era Mouhannad Almallah, un sirio con look de mafioso, quien achacaba a la venganza de una mala mujer, con la que tuvo su quinto hijo, todo los datos que constan en el sumario de sus amistades peligrosas con El Tunecino. Hoy fue Abdelilah El Fadoul quien se refugiaba en líos de faldas para justificar disensiones con Jamal Ahmidan, “El Chino”, presunto jefe ejecutor de la matanza, también suicidado y, por lo tanto, silente. Faldas y cosas así, que no la implicación en toda la infraestructura montada para comprar y trasladar los explosivos de la muerte desde Asturias, que es lo que le ha sentado en el banquillo.
MUJERES. Muy concentrada y atenta, Carmen Toro, ocupa un asiento solo dos o tres filas detrás de la silla tapizada en azul de los declarantes. “El Conejo” ha dicho que cuando la conoció en un Mac Donall de Carabanchel parecía una hippy. Ahora, pelo liso repeinado, sudadera fucsia, la mujer de Suárez Trashorras da la impresión de andar muy preocupada con su imagen. Es una procesada en libertad por el tráfico de explosivos. A unos metros a su derecha, tras el grueso cristal de la pecera, su marido José Emilio, otro mediático, no mueve un músculo mientras se van desliando la madeja de la trama de la dinamita: él aparece en todos los nudos.
Muy atrás en la Sala, casi en la puerta, otra mujer bastante tiene con su dolor como para cuidar de atuendos. Puntualmente acude mañana y tarde a la vista, siempre sola, siempre con su pañuelo beige con lunares negros cubriéndola la cabeza. Callada y tímida Yamila quiere que se haga justicia por el asesinato de su hijita Sanae, que tenía 13 años cuando aquella horrible mañana viajaba en el tren desde Alcalá de Henares hasta Atocha. Y encima ha tenido que aguantar algún insulto por su aspecto árabe. Ha llegado a entender la confusión. Pero ni ella ni ninguna de las víctimas han podido entender hoy las malditas risas de Zohuier.