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Izaskun Fernández: "Tratamos siempre de esencializar las cosas para llegar a todo tipo de públicos"

viernes 18 de abril de 2025, 11:03h
Izaskun Fernández en 'Entrañas'
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Izaskun Fernández en 'Entrañas' (Foto: Clara Larrea)
Como las abuelas, El Patio Teatro, una pequeña compañía riojana de teatro de objetos y títeres, sólo sabe hacer su trabajo para terminarlo siempre de la mejor forma posible, es decir, llegando a la excelencia. Es la alegría, la satisfacción, el reconocimiento del trabajo bien hecho para un teatro que ha conseguido estar a la misma distancia de los niños que de los adultos, de modo que cualquiera puede disfrutar de su teatro en idéntica medida. Quizás por eso, en 2021 y con sólo tres montajes en su haber en aquel entonces, RNE concedió a El Patio el XXXIII premio ‘Ojo Crítico’ en la categoría de Teatro por "ser una compañía joven que apuesta por un teatro familiar y artesanal que consigue hacer volar la imaginación del espectador con elementos cotidianos".

Izaskun Fernández y Julián Sáenz-López son las almas de El Patio Teatro al menos desde 2010, fecha desde la que están trabajando juntos, pero hoy hablamos sólo con Izaskun Fernández (1987, navarra de origen, pero riojana y bilbaína al mismo tiempo), y con ella nos disponemos a charlar largo, tendido y con calma, mucha calma, del milagro de la creación a través del teatro de objetos y de títeres, una disciplina que El Patio Teatro comenzó a dar a conocer desde Logroño al mundo con A mano. Después vendrían unas cuantas joyitas teatrales más que -desde luego-, invitamos al lector o lectora a que no las deje pasar de largo y se sumerja cuando pueda en su poesía, en su universo, con su ritmo pausado, con sus historias humildes, cercanas, tremendamente estremecedoras y humanas, gestadas desde una nave agrícola situada en la población de Varea, muy próxima a Logroño: Hubo, A mano, Conservando memoria, Feriantes, o Entrañas.

Auténtica devota de La Zaranda, Izaskun nos confiesa que en su vida hay un antes y un después de haber visto a la compañía jerezana por vez primera: “se trataba de Los que ríen los últimos, y acudí por indicación expresa de nuestro profesor de Teatro. Vi muy claro desde entonces que era eso lo que quería acabar haciendo, que quería quedarme en el teatro para siempre. Me pareció ya entonces que gente como la de La Zaranda es necesaria para el mundo… Reí, lloré, me pareció fascinante el tratamiento que hacían del objeto, de la luz, de la palabra (la voz, el acento, todo…), la belleza de sus textos (Eusebio Calonge me fascina). No exagero nada si afirmo que a mí La Zaranda me cambió la vida”.

(Foto: Clara Larrea)Pero el acercamiento de Izaskun al teatro se produjo unos años antes de ese flechazo con la compañía andaluza de ninguna parte. “De pequeña yo pasaba mucho tiempo sola —nos refiere la artista navarro-riojana—. Tengo una familia maravillosa, y una huerta, mis padres trabajaban y yo pasaba mucho tiempo sola en aquel huerto. Con todo, mis recuerdos de infancia son muy felices. A pesar de que tengo una hermana mayor que yo, casi siempre estaba jugando sola. Con la tierra, con barro, con piedras, me gustaba también mucho dibujar, vestirme con las ropas de mi madre… Yo solita me montaba así mis fantasías… Más adelante, un grupo de mujeres de mi pueblo que tenían un grupo de teatro amateur en el que también participaba mi tía, me invitaron a hacer teatro con ellas. Tendría unos 13 o 14 años y el grupo entero era de señoras muy mayores. Y desde entonces, no sólo me empezó a gustar el hecho de hacer teatro sino también el de verlo”.

De su infancia, Izaskun conserva fogonazos de memoria, no todos totalmente articulados: “recuerdo -prosigue relatándonos Fernández-, cómo me encantó ver en el colegio una versión del Peer Gynt, de Edward Grieg, que me resultó una verdadera revelación. Recuerdo sólo que lo hacía un actor y me dejó impactada porque hacía algo muy mágico... Después, ya con 17 años, pude integrarme por primera vez en un taller de teatro gracias a la indulgencia de su maestro porque, en principio, estaba destinado a alumnos mayores de 18 años...".

“Acudir al teatro, para mí, es una gran escuela”

(Foto: Clara Larrea)Un par de años más tarde, ya con 19 años, y después de que Izaskun hubiese hecho algunas incursiones en diversos trabajos (hostelería, fundamentalmente), una compañía de teatro de Logroño, Sapo Producciones, que buscaba jóvenes actrices para montar unas rutas teatralizadas por la zona, integró a Izaskun en sus filas: “es una compañía a la que le debo mucho. Una compañía de provincias total, pero de la que he aprendido muchas cosas. Me cogieron para currar con ellos. Fue mi primer contrato profesional en el teatro y, además, en Viana (Navarra), mi pueblo. Soy una mujer con suerte porque, la verdad, nunca creí que pudiera llegar a hacer del teatro mi única fuente de ingresos y, sin embargo, y de una manera fortuita porque nunca lo había buscado en serio, llegué a conseguirlo”.

“Lo que me podía amargar un tanto, incluso quitarme el sueño, era la sola posibilidad de tener que hacer obras en las que no me sintiera a gusto. Y, como tenía algunos ahorros por mis trabajos paralelos al teatro, siempre pensé que ese dinerillo lo iba a dedicar a montar las obras que me diera la gana. Para entonces ya estaba con Julián y los dos queríamos hacer cosas que nos llenaran totalmente. De hecho, montábamos obras en casa, para amigos o para gente conocida. O, de repente, si un libro nos enamoraba hacíamos una versión para poder contarlo y, de paso, poner en práctica todas las cosas que íbamos aprendiendo en la escuela. Pero nunca pensando en serio que íbamos a poder dedicarnos a esto profesionalmente y en exclusiva. De hecho —confiesa Izaskun con una gran sonrisa en la boca—, la primera vez que nos llamaron ni siquiera sabíamos que era eso del ‘caché’… ¡Y tampoco tenía nombre nuestra compañía! Tuvimos entonces que tirar de ingenio y acordamos llamarnos El Patio porque fue allí, en el patio del centro en el que estudiábamos donde nos conocimos…”.

No lo veían imposible, pero tampoco persiguieron con ahínco acabar profesionalizándose. El hecho es que, desde su primera creación, A mano, hasta la fecha han pasado ya más de tres lustros y con el sello de Patio Teatro siguen viajando por todo el territorio nacional y han hecho varias giras internacionales.

Izaskun tiene, además, una particularidad sensorial: desde niña padece hipoacusia (en torno a un 60 por ciento de pérdida de oído), a raíz de una infección. Estamos tomando café en una céntrica, concurridísima y bulliciosa cafetería y, sin embargo, no me ha hecho repetir en ningún momento pregunta alguna. La comunicación entre los dos es perfecta porque, desde niña, está acostumbrada a leer los labios de sus interlocutores para no perder ni una sola palabra: “no sé si es por esto, pero soy una espectadora muy benevolente. Me encanta ver todo tipo de teatro y, cuando es fundamentalmente de texto, si el teatro ofrece la posibilidad, y la función es adaptada, utilizo los auriculares que me ofrecen para poder oír perfectamente y seguir así la función… Acudir al teatro, para mí, es una gran escuela. Y, por eso, cuando venimos a Madrid, aprovechamos siempre para acudir al teatro. Aquí la oferta es brutal y, a veces, quiero ver tantas cosas que, al final me bloqueo y no voy a nada…”.

De Logroño a Gijón y a Lleida, y de allí al mundo entero

(Foto: Clara Larrea)El recurso permanente al amor, a la soledad, a la memoria, a la tierra, a la muerte, es una constante de El Patio, y sobre ello queremos preguntar a Izaskun. ¿Por qué?, ¿para qué?: “Sí, nosotros estamos siempre rondando por los mismos temas, aunque en cada una de las obras los abordamos desde diversos ángulos y con formas diferentes de contarlo. Y sí, nuestros dos temas esenciales son los dos que igualan a toda la humanidad: el amor y la muerte. Siempre partimos de eso, pero el sentimiento de pertenencia a la tierra también está muy presente en todas nuestras obras”.

Seguimos por este mismo camino, el de la sensibilidad particular de estos dos riojanos, y nos gustaría conocer si los contextos en dónde presentan sus propuestas (dentro o fuera de España), modifican mucho, o no, las lecturas finales que los espectadores hacen de las mismas: “hay matices, pequeñas diferencias —nos comenta Izaskun—, pero te das pronto cuenta de que todos somos muy parecidos, de que tenemos muchísimas cosas en común. Nuestra primera obra, por ejemplo, era una creación muy sencilla, de títeres. Se llamaba A Mano y la hicimos para un proyecto final de cerámica (yo estudié un ciclo superior de esa disciplina en la Escuela de Artes y Oficios de Logroño), y con ella nos pasó algo muy bonito. Pasamos de hacerla en Logroño y para nuestros colegas a, de pronto, saltar a un par de festivales, en Gijón y en Lleida, y de ahí al mundo porque, de repente, allí te ve alguien de Francia, Alemania, Canadá o de Irlanda, y te llaman para acudir también a sus países… Así estuvimos durante cinco años, dando vueltas como un derviche, de acá para allá, con tres maletas de 23 kilos cada una en donde los tres miembros de la compañía (Julián, Diego, nuestro técnico en gira, y yo), transportábamos toda la escenografía de la obra”.

Es muy curioso, y esto también define mucho a El Patio Teatro, que los procesos de creación de sus obras son totalmente autónomos. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, como suele decirse: trabajan todo el proceso artístico de creación, y construyen con sus propias manos los objetos, la escenografía... Y los títeres que manejan en todas sus obras. Y, por supuesto, también los textos, el diseño de la iluminación, el movimiento… “Yo soy muy autoexigente —nos apostilla Izaskun—, y nunca acabo totalmente satisfecha con lo que hago. Nuestros procesos de trabajo son lentos, pero aún nos gustaría trabajar más despacio para perfeccionar al extremo todo lo que ideamos y acabamos construyendo. Estamos trabajando dentro de nuestro local una media de siete u ocho meses por cada uno de los nuevos procesos que emprendemos. Pero, claro, los procesos completos son mucho más largos. Por ejemplo, cuando empezamos con Entrañas estuvimos casi dos años leyendo mucho, preparando la idea, ajustando los textos… Te vas, vuelves, preguntas a expertos sobre asuntos muy específicos. En otra obra en la que abordamos los pueblos inundados, nos pasó exactamente lo mismo. Visitas lugares que han padecido eso, hablas con las gentes, etc., y eso constituye un proceso muy dilatado de investigación previa, pero eso no nos preocupa mucho, es parte de nuestro proceso de creación. Pero, al final, siempre llega un momento en el que nos planteamos que ya ha llegado la hora de ponerse a trabajar, a ultimar la pieza. Nosotros no sabemos girar y producir a la vez. Tenemos que parar una serie de meses para levantar nuestro próximo montaje”.

(Foto: Clara Larrea)Ya imaginamos que los últimos meses, los del encierro en el local de Varea, son siempre especialmente intensos y que comienzan siempre muy temprano y nunca se sabe a qué hora terminan: “sí, muchas veces nos dan allí las dos o las tres de la madrugada y aún seguimos trabajando. Y tampoco sabemos si estamos en miércoles, en sábado o en domingo. En esa fase no hay tiempo y nuestras parejas nos llaman diciendo si comemos, si cenamos o qué… Hemos tenido que poner un microondas y una cafetera dentro de la nave y así podemos comer sin dejar de trabajar. Pero esos procesos de tanto y tan intenso trabajo son también muy gozosos para nosotros. Todo lo que hacemos es porque queremos y porque nos gusta, y eso no tiene precio. Y no hay nada que nos obligue a hacerlo porque nunca comprometemos ningún estreno con teatro alguno ni tenemos tampoco nunca una subvención que nos obligue a presentar algo en un plazo determinado. La única excepción fue Feriantes, porque era una coproducción con el Centro Dramático Nacional (CDN), y, claro, sí que tuvimos que ponernos unos plazos. Pero, en general, si un día no queremos ir a trabajar no tenemos por qué hacerlo. Pero es que este oficio nos gusta, nos apasiona, y tratamos de buscar un cierto equilibrio porque, a veces, es mejor irse a casa y al día siguiente volver, que quedarse ahí, en la nave tallando una maderita, sine die…”.

Su segunda casa

Esa pequeña nave que El Patio Teatro tiene alquilada en Varea es como la segunda casa de Julián e Izaskun: “ahí tenemos todo lo que necesitamos: una cajita negra con nuestro telón, un completo taller, cientos de herramientas, maderas de todo tipo… Quizás por eso nunca se nos ha pasado por la cabeza hacer otro tipo de teatro. Al final, y dando las vueltas suficientes a todos los asuntos, se puede hablar de cualquier cosa desde cualquier tipo de teatro. Pero sí que es verdad que cuando Julián y yo estudiábamos Teatro juntos, a mí me costaba porque tenía un poco de pánico escénico y me sentía muy vulnerable en escena. Pero luego lo fui superando, y no hay más que ver Conservando memoria para comprobarlo. Quizás todo empezó con una obra de títeres en la que yo tenía que manejar un pelele sin haber trabajado antes nunca con marionetas. Me pareció fascinante porque veía cómo el público tenía la sensación de que el muñeco se movía solo, que no necesitaba a nadie que moviera a aquel tipo, y de pronto me di cuenta de que las personas que estaban mirando el ejercicio no me miraban a mí, sino al pelele. Disfrutaban plenamente del ejercicio y a mí me tenían en un segundo plano. Y desde ahí fue cuando encontré mi lugar seguro en el teatro”.

Pero la autonomía, la independencia prácticamente total de los dos componentes clave de la compañía no bajó del cielo, sino que se fue forjando poco a poco en cada una de las especialidades necesarias para levantar cualquier montaje teatral: “Julián —añade Izaskun—, se fue formando poco a poco como técnico de luces también a la sombra. Él es quién diseña la iluminación en cada montaje, y lo hace después de haber trabajado en varias compañías como técnico de luces… Ambos encontramos nuestro lugar de confort detrás del objeto, del títere o detrás de las luces…”. Un mecano que se complicó todavía más en un montaje como Feriantes en dónde, además de la minuciosa escenografía, los títeres y la luz se introdujo también la videoescena y un espacio sonoro mucho más complejo, en el que trabajó nuestro sonidista Nacho Ugarte, que incluía voces editadas de muchos profesionales que trabajan en las ferias con sus atracciones correspondientes: “si, en condiciones normales nosotros habríamos tenido que emplear cuatro o cinco años en ultimar ese montaje, pero al coproducirlo con el CDN tuvimos que precipitarnos un poco en relación al tempo que nosotros solemos ponernos. Pero eso no significa, ni mucho menos, que no estemos más que agradecidos a que el CDN se hubiera fijado en nosotros. Todo lo contrario, lo agradecemos mucho, aunque eso tuviera como contrapartida que ampliásemos la autopresión y la autoexplotación para tratar de cumplir con los plazos acordados”.

“Esta presión nos bloqueó un poco —continúa analizando la artista—, aunque en realidad era más la autopresión que la que pudieran imponernos desde Madrid. Y al final del trabajo nosotros nos quedamos con la sensación de que el mundo de los Feriantes es tan rico que nos hubiera gustado seguir investigando mucho más tiempo. La puerta que abrimos con ellos es una maravilla. Hasta el punto de que hubo un tiempo durante el proceso en el que llegamos a pensar que el lenguaje que debía primar en el montaje debiera ser el audiovisual, incluso más que el teatral porque sus voces, sus rostros, los objetos que manejaban son muy potentes, y nos parecía más que necesario que quedase también un registro audiovisual de todo ese material. Pero, finalmente, decidimos que fueran sus voces las que estuvieran presentes principalmente a lo largo de todo el espectáculo. Y sí, esta era una cosa nueva para El Patio Teatro, era la primera vez que utilizábamos ese recurso. Pero es que para nosotros era fundamental que quedase registro de su manera de expresarse, de sus voces… Pero seguimos pensando que ese es un mundo tan rico que merecería cinco o seis años de exploración… ¡Sus vidas son apasionantes! Pero mucho más duras que las nuestras porque un día están en Valencia, al siguiente en Albacete y poco después en Cádiz o en Tarragona”.

“Aunque no me pagaran seguiría haciendo teatro”

(Foto: Clara Larrea)Cuando decíamos que hay muchos puntos de conexión entre El Patio y La Zaranda, no exagerábamos ni un ápice. Ambas compañías se bastan a sí mismas. Ambas son custodios de una forma específica de hacer teatro (teatro total en realidad), y no están sujetas a influencia alguna de otros modos de entender el oficio. Cuando comentamos esto a Izaskun reacciona con una sonrisa tremenda y nos dice que “¡vaya piropo! Nosotros nos lo hacemos todo, pero es que, encima, nos gusta que sea así. Somos una especie de obreros del teatro y en él nos encontramos muy a gusto. Yo odio el papeleo, la administración, el mundo de las ayudas, las ayuditas y las subvenciones. Ese mundo me vuelve loca, me enferma y siempre pienso que en esas tres o cuatro horas que tienes que emplear en todo ese papeleo puedo estar pintando un madero en el local”.

“Ha habido un antes y un después de Conservando memoria en las relaciones y la historia de nuestras familias”

A veces, incluso, El Patio ha recibido la oferta de ayudas externas directas para algún aspecto del montaje… La escenografía, por ejemplo, pero “hemos dicho siempre que no. Y no por nada, simplemente porque esa es también una fase que nos gusta, que la disfrutamos mucho… Siempre nos gastamos una broma cuando comentamos que ‘si nos pagaran por ensayar, no saldríamos de gira’. Luego lo pasamos muy bien girando, pero nos gusta mucho estar allí en nuestra nave, probar cosas, que pase gente por allí y nos dé su punto de vista… Incluso mi hermana, que dice que no le gusta el teatro, pero claro, eso es como decir que no le gusta la comida…. (sonríe condescendiente). No le gusta todo el teatro como no le gusta tampoco toda la comida, pero no es cierto que no le guste el teatro y muchas veces trato de explicárselo… Ella es una crítica estupenda porque no tiene filtro y siempre la invitamos cuando tenemos algo nuevo”.

“El primer pase con público de Conservando memoria fue precisamente con mi familia —vuelve ahora Izaskun al tema—, y con la familia de un colega que estaba pasando las Navidades en Logroño. ¡Fue muy bonito! Fuimos reuniendo familias que estaban en casas diferentes (en todas las familias pasan cosas…), y la función tuvo un carácter catárquico… Yo estaba haciendo la función delante de mis abuelos y la obra va precisamente sobre sus vidas. Les había pedido permiso previamente y ellos sabían qué iba a contar y qué no. Pero no habían visto la forma final que iba a adoptar todo eso. Sus reacciones fueron muy diversas. Mi padre, por ejemplo, salió a dar un paseíto en un momento determinado porque ‘se le había metido algo en el ojo al hombre’ (comenta Izaskun con fina ironía). Desde luego ha habido un antes y un después de Conservando memoria en las relaciones y la historia de nuestras familias. ¡Fue hermoso, muy hermoso! Muchos apretones de manos, abrazos, miradas indulgentes, mucho encuentro. Fue precioso y, aunque en general hay buen rollo en mi familia, de pronto, cuando se homenajea a los abuelos —y sin yo pretenderlo tampoco—, me di cuenta de que esa pieza tenía todo el sentido del mundo. La familia de mi amigo también se emocionó profundamente… Pero antes de sacarla abiertamente al público, la probamos también con gente que no tenía abuelos, o con personas que se llevaban muy mal con ellos, y finalmente confirmamos que la propuesta no era una cosa yoísta, sino que había una puerta abierta a lo universal”.

“¡No sabría hacer otra cosa… ¡A mí el teatro me ha salvado la vida!”

En el fondo -comentamos a nuestra entrevistada-, lo que vais buscando es precisamente eso, todo aquello que nos convierte en seres humanos, todo lo que nos es común, ¿verdad?: “sí, tratamos de esencializar las cosas. Siempre nos dicen que hacemos las cosas muy sencillas y por esa misma razón nos programan con frecuencia para funciones de niños, porque también para ellos es asequible el mensaje de nuestros montajes. Hay una cosa que hacemos siempre, y no me digas por qué, cuando perdemos un poco el norte. En ese momento, Juli para y pregunta a la gente que está con nosotros en el local, si su abuela o su hijo lo entendería también. Yo mismo tengo también muy presente siempre qué le parecería eso a mi abuela, una mujer sencilla… Por eso digo que siempre terminamos esencializando mucho las cosas. No perdemos nunca de vista para quién trabajamos. No es que no arriesguemos; hacemos lo que hacemos porque es lo único que sabemos hacer, porque nos gusta, y porque siempre vamos buscando la mejor manera de contarlo. Y, desde esa perspectiva, yo me siento en paz porque veo siempre que nuestra conexión con el público, al que nos debemos siempre, se produce función tras función”.

“Las personas que sustentan la cultura de este país son mujeres de 60 o 70 años. Nosotros lo vemos así, incluso en el medio rural por el que nosotros giramos mucho. No todo es Madrid o Barcelona. Y este tipo de público, mujeres jubiladas o a punto de jubilarse, captan profundamente las fábulas que contamos. Y después se establece un diálogo abierto y profundo, de tú a tú. Entonces nos decimos que ese es el público al que nos debemos”.

Has dicho que ‘en las obras de El Patio soy yo misma puesta en juego’.
Eso es una doble o triple exposición, decimos ahora a Izaskun, y ella vuelve a ese pavor que sentía y que hubo de perder a la fuerza a partir de Conservando memoria: “la parte que más me gusta de mí está precisamente en esta obra. Muchas veces después de hacerla me voy al camerino y me hincho a llorar. El post de las actuaciones lo detesto, lo paso muy mal, pero no por nada sino porque simplemente me pongo nerviosa… Y, como otras obras nuestras, Conservando memoria se hizo en Logroño como una especie de homenaje a nuestros abuelos, que ya iban siendo mayores (los cuatro estaban vivos) y yo me había planteado hacerlo después de su desaparición y fue Juli quien me convenció de que había que adelantarlo, que no había por qué esperar a que se murieran. Finalmente, la obra la hicimos entre los dos porque yo aporté mucha información, pero Juli, desde fuera, me ayudó mucho a ordenar toda esa información, a pulirla y digo siempre que Conservando memoria no hubiera podido hacerse sin el concurso de Julián. Fue un proceso muy bonito, pero Julián tuvo que trabajar muy duro para que, finalmente, yo me atreviera a hacerlo. Al final, y aunque tú hables de tu vida públicamente, la gente acaba pensando en los suyos, ya desde el primer momento de la obra, cuando se formula la pregunta de ¿a quién quieres más, a la abuela o al abuelo?’”.

No hay una forma determinada a través de la cual los temas acuden al imaginario de El Patio Teatro: “de pronto se cruza algo en la vida, algo que te hace enfermar un poquito y comienzas a soñar y tratas de agarrar fuerte el tema. Yo, por ejemplo, empiezo a tomar notas muy tarde. En la furgoneta, cuando viajamos, se piensa mucho, y Julián me dice que habría que apuntar tal o cual idea. Yo, sin embargo, nunca lo hago porque me digo siempre que, si se tiene que quedar, ya se quedará. El cuaderno puedo perderlo, o no encontrarlo, y sin embargo la cabeza siempre va conmigo. Y si de verdad algo merece la pena, va a volver a mi cabeza con insistencia. Después, una vez que ya lo hemos aceptado, seguimos pensando en él, engordándolo, y así hasta que muchos meses después acaba convirtiéndose en un nuevo montaje…”.

Izaskun lo tiene muy claro: “si volviera a nacer seguiría viviendo a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre y tras el teatro: creo que no sabría hacer otra cosa así es que, seguro, iría otra vez de cabeza hasta el teatro. Este es un oficio que a mí me ha salvado la vida. Yo tuve una adolescencia muy maldita, rebelde, dura, llena de insatisfacción, de tristeza; recuerdo que los adultos de mi alrededor no sabían qué hacer conmigo, hasta que vieron que era feliz únicamente cuando acudía al taller de teatro. Si entonces había que ser un huevo frito, o agua, o una mesa, todo eso me lo tomaba muy en serio y en ese momento de mi vida no había nada más importante”. En buena medida, todo esto Izaskun se lo debe a su maestro, Jorge Padín, que siempre puso en valor de sus alumnos todos y cada uno de los aspectos que conforman el oficio del teatro (‘yo quiero formar a hombres y a mujeres de teatro’). Y la navarra sigue poniendo en práctica esa norma porque no ha parado hasta hacer con verdadera solvencia de técnico de luces y de sonido, un sueño que anidó en su alma desde que cada vez que Julián y luego llegaban a un nuevo teatro, se ponían a hablar con los técnicos para decirles que toquen tal o cual foco, bájame la vara 3, cómo van los circuitos, que es un dimer, que bajen aquel par… “Me gusta absolutamente todo de mi oficio. Todo me parece fascinante, y disfruto lo mismo en el escenario que con la técnica o cosiendo el vestuario, que es lo último que he aprendido a hacer…”.

Al final, y con el discurrir de los años, Izaskun ha conocido ya que era aquello del ‘caché’, pero sigue importándole menos de lo que debiera conocer cuál es el coste real de sus producciones porque es algo que no le importa demasiado: “vivimos de nuestras producciones, incluso vivimos bien… Pero también te digo que, aunque no me pagaran, seguiría haciendo teatro”.

Cuestionario final

  • (Foto: Clara Larrea)¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

El dolor y el sufrimiento de la gente a la que más quiero.

  • ¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Primero la víscera y la intuición siempre, pero luego hay que tener también algo de método. En nuestros procesos ocupa una parte importante la locura, ese principio en el que todo vale. Pero después hay que ponerse ya en serio y utilizar la tijera y el sentido común. A partir de ahí los dos somos bastante metódicos y seguimos echando muchas horas probablemente para compensar nuestra falta de talento (sonríe irónicamente de nuevo). Y si hay que estar ensayando durante tres meses para que no se me caiga ningún bote en las representaciones de una pieza, estoy. Al final, como digo, tiene que convivir la intuición y el orden, el trabajo duro.

  • ¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

A veces tener alguna carencia compensa. Como soy bastante sorda, no oigo los móviles (más sonrisas…). A veces, al terminar una función, es cuando me entero de que ha llorado un niño o ha sonado algún móvil. Me concentro tanto que jamás oigo… Pero, claro, prefiero que no suene nada ni se encienda ninguna pantalla, aunque nunca voy a bajar del escenario a decirle a alguien que apague el puto móvil.

  • ¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

Sí. Es muy difícil ser íntegro. A mi alrededor veo muchas personas que dicen tener unos pensamientos férreos que luego no se corresponden nada con sus acciones. Y, por otra parte, veo por ejemplo a mis abuelas, aparentemente conservadoras, que me están dando lecciones permanentemente de progresismo… Para mí, la respuesta a esta pregunta es un sí rotundo.

  • ¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

Creo que no, y también un no bastante rotundo. Siempre que se habla de esto yo dirijo la mirada hacia otros estratos y me digo que no hace falta que nosotras ocupemos esos lugares. Lo que quiero es que podamos tener voz, que se nos escuche. Mi pelea no está tanto en alcanzar puestos de poder, porque muchos de ellos yo los destruiría tanto si son ocupados por hombres como por mujeres, sino en una mayor presencia en el ámbito social desde otros lugares… ¡Mas voz, más voz…!

  • ¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

Podría romantizar mucho y decirte, por ejemplo, que no entiendo la crueldad, pero voy a ser sincera. Me hago muchas preguntas porque soy una persona que está en cuestionamiento constante. Por eso no tengo una sola pregunta sino muchas, y tengo una cierta mirada alegre de la vida para poder ponerlas todas al mismo nivel. Por ejemplo, ¿seré del todo feliz en mi vida?, o ¿qué voy a comer mañana? Y las dos preguntas me las formulo en un mismo nivel de importancia.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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