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Ana López Segovia, dramaturga, actriz y directora: "A la relación directa con el público y a pie de calle no la sustituye nada"

viernes 14 de junio de 2024, 11:25h
Ana López Segovia
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Ana López Segovia (Foto: Moisés Fernández Acosta)
2020 fue el año del COVID, pero también el del Premio Max Revelación para El viento es salvaje de Las Niñas de Cádiz, una pieza con aromas de sal y de mar gaditanos rebozada de humor y de chanza a partir de las 'Fedra' y 'Medea' de Eurípides. Las Niñas de Cádiz son las hermanas Ana y Alejandra López Segovia, Rocío Segovia y Teresa Quintero. Hablamos con Ana López Segovia, la dramaturga y directora de escena de la compañía, que no renuncia, sino todo lo contrario, a actuar también junto a sus compañeras.

Hija de ferroviario cordobés y madre linense, nacida circunstancialmente en Zaragoza y asentada ya en Cádiz a los 11 años, por las venas de Ana corre también sangre malagueña y granadina. Es, pues, andaluza por los cuatro costados. "Ahora van a hacer 36 años -nos evoca Ana-, que fui a ver una obra de teatro en dónde trabajaba mi hermano. Estaba en un taller de teatro en el instituto y, aunque había visto ya alguna que otra obra, aquella me atravesó". Ana tenía entonces 14 años, y, nada más entrar al instituto, le faltó tiempo para apuntarse al grupo de teatro aficionado, "…y ya de ahí no salí".

En la universidad fundó su propio grupo, Caramba Teatro, con el cual ya empezó a moverse en un plano semiprofesional Y con el que participó en varios proyectos de la Junta de Andalucía. Acaso el que más la marcó fuera el de La Barraca, en conmemoración del centenario de García Lorca, con el que movieron por media Andalucía Los títeres de cachiporra. Más tarde inauguraría el Año Lorca en La Alhambra de Granada… "Mi primer trabajo profesional -continúa diciéndonos la artista gaditana-, fue con Ramón Pareja, La dama de las camelias, en dónde me dieron el premio a la mejor actriz en la Feria de Palma del Río". El montaje giró incluso por la América Hispana (La Habana, Caracas, Santo Domingo…) y supuso un punto de inflexión en la carrera de Ana. A sus 24 años de entonces, la artista debía decidir si su futuro estaba en Cádiz o más bien en Sevilla o Madrid. Manuel Morón, con quien estaba haciendo un curso de interpretación en ese momento, la animó a dar el salto a la capital de España, así es que "me fui para Madrid, entré en el Estudio de Juan Carlos Coraza, que es dónde daba clases Morón, y allí estuve durante cuatro años hasta completar mis estudios. Aprendí mucho de interpretación y, sobre todo, de mí misma, y muchísimo de dramaturgia. Fue un sistema integral de enseñanza del teatro lo que me encontré allí".

El paso por la Facultad de Filología, en dónde Ana se licenció en Hispánicas, le hizo considerar que era mejor dirigirse a una escuela privada, como la de Coraza, y no a la RESAD, decepcionada como estaba del sistema universitario, y no quería por nada del mundo volver a verse inmersa en el terreno académico: "Empecé, incluso, con el doctorado, y lo dejé a la mitad porque no me llenaba, lo veía como un trámite, un escalón más de la burocracia académica que, en el mejor de los casos, servía para obtener puntos a la hora de opositar, y yo sabía que ese no era mi camino, sino el de dedicarme en cuerpo y alma al teatro".

"No sirvo ni una copa más"

(Foto: Moisés Fernández Acosta)Para sobrevivir en aquellos años, "tuve que ponerme a servir copas, como todo el mundo, y paralelamente en 1997, en la compañía universitaria, descubrimos de forma natural el extraordinario componente teatral que tiene el carnaval gaditano, y fuimos la primera compañía que salió a la calle en el carnaval. A todos los teatreros nos ha atraído siempre ese ambiente literario, descarado y transgresor que reina en los carnavales de Cádiz….". El hecho es que los chicos de la compañía no se atrevieron a dar un paso hacia adelante y fueron sólo las chicas las que lo dieron. "Entonces no había más que una chirigota de mujeres, así es que aparecimos nosotras con nuestros veinte o veintitantos años y la gente comenzó a llamarnos La chirigota de Las Niñas. Y la cosa no se quedó ahí porque inmediatamente comenzamos también a hacer bolos, una actividad que también contribuía para poder mantenerme en Madrid".

Ana hace ya tiempo que perdió el interés por el… digamos ‘carnaval gaditano oficial’, aun reconociendo que en él se dan cita grandes letristas, músicos y cantantes, pero "el carnaval en la calle es siempre supervanguardista, supercanalla, y la relación directa con el público y a pie de calle no la sustituye nada".

El caso es que en esos años de juventud Ana alternaba los bolos de la chirigota con poner copas en los bares, y un buen día se hartó y se dijo, "¡No pongo ni una copa más!". Su decisión fue afortunadísima porque justamente al día siguiente de adoptarla, recibió una llamada de Paco de La Zaranda para hacer una sustitución en Ni sombra de lo que fuimos. "Me fui para allá, a la nave que la compañía tiene en Jerez", superó la prueba y giró con la obra por varias ciudades, incluida Madrid en dónde recaló en la Sala Juan de la Cruz del Teatro de la Abadía.

Después ya formó parte del elenco titular de La Zaranda en Homenaje a los malditos, "y allí aprendí muchísimo de ellos. De ver cómo el teatro es siempre un rito, una confesión, una religión incluso… ¡Estaría hablando horas y horas de La Zaranda! Es una compañía prestigiosísima, quizás la más importante del país, y desde hace décadas, y con un lenguaje tan personal, tan específico, que la hace única". Y si el lenguaje de La Zaranda se aproxima a la liturgia en sentido sacro, el de Las Niñas de Cádiz se acerca más a lo dionisíaco, a lo pagano, al carnaval: "El nuestro también es un rito que nosotras vivimos con el máximo respeto".

Acto seguido, fue Antonio Álamo quien se puso en contacto con las hermanas López Segovia para acabar formando Las Chirigóticas y, aunque hubieran querido llevar al escenario un nivel de compromiso tan alto como tiene La Zaranda, "nuestro mundo chocaba con el de Antonio y, aunque hicimos espectáculos de gran nivel como Copla negra, llegó un momento en que aquello se agotó y tuvimos que dejarlo".

De nuevo los vaivenes del arte de Talía dejaron a López Segovia en la calle, "con una mano delante y otra detrás.Teresa Quintero estaba ya trabajando en una exitosa serie de televisión, "Allí abajo" y, Ana Alejandra y Rocío, para sobrevivir, se agarraron con la misma fuerza que fe a esos bolos con dramaturgias de Ana y textos compartidos a veces con Rocío y Alejandra "y creamos y creamos para movernos en los chiringuitos y poder comer de eso. Nuestra sorpresa fue grande porque vimos cómo la cosa empezaba a funcionar, comenzaron a programarnos también en teatros, hasta el punto de que tuvimos que convertirnos en una S.L. para poder facturar, y nos dijimos ¡que coño buscamos, si ya tenemos la fórmula! Y así nacieron Las Niñas de Cádiz, con Lysístrata, El viento es salvaje y Las bingueras. Nuestro lenguaje ahora sí que está consolidado y, por supuesto, se entiende perfectamente no sólo en Cádiz sino en cualquier lugar de España. El prejuicio, en todo caso, está más en el Sur porque flipan con nosotras y, al mismo tiempo, creen que ese lenguaje no se va a entender fuera de Andalucía. No es así. ¡Si tuviera que vivir sólo de actuar en Cádiz pasaría mucha hambre! Somos estupendamente recibidos y entendidos en el otro extremo del país, como Navarra o Castilla-León".

"¡Qué coño buscamos, si ya tenemos la fórmula!"

El Premio Max, en efecto, supuso un antes y un después en la trayectoria de Las Niñas de Cádiz: "Teníamos ya un montón de bolos contratados con El viento es salvaje en 2020 y, de pronto, se nos echó encima la pandemia. Pero en cuanto se fueron levantando las restricciones volvimos otra vez con fuerza. El montaje era superprogramable antes del Max, y siguió siéndolo después. La comedia dura unos 75 minutos y, además, en la pospandemia el público necesitaba reír. La escenografía es muy simple y eso nos permite ir casi sólo con las maletas… De hecho, llevamos ya más de 250 representaciones del montaje…".

"Me encantan los premios -proclama sincera La Niña de Cádiz-, y todavía más por lo que suponen de reconocimiento entre la profesión y, rizando el rizo, por un teatro que trabaja con raíz, con acento y con cultura populares que, en muchas ocasiones es visto con cierto prejuicio". Somos populares, pero no comerciales y, desde luego, no hacemos concesión alguna en este terreno".

Y respecto a la medida duración de sus montajes, siempre en torno a la hora y cuarto u hora y media, Ana está persuadida de que -ya le insistía en ello Eusebio Calonge en aquel idilio de ensueño de la actriz y dramaturga con La Zaranda-, en estos tiempos de búsqueda de la inmediatez, mantener la atención del público durante un periodo mayor es, por lo menos, muy arriesgado. Y, además, "el trabajo tan intenso que tenemos que desplegar las actrices en escena, es más que agotador en esos ochenta o noventa minutos… Nosotras nunca hacemos una sola función de las casi 150 que venimos haciendo anualmente, pasando por encima, sino todo lo contrario, nos damos siempre al cien por cien. Unas veces saldrá mejor y otras peor, pero siempre nos damos por entero, así es que sólo con pensar en una función de tres horas, ¡me muero! Eso lo mismo podría hacerlo con 20 años, pero ahora con 50, ¡Dios mío!".

Hermana del Fellini de Cádiz

(Foto: Moisés Fernández Acosta)Aragonesa de nacimiento, gaditana de corazón, y media vida viviendo en Madrid, Ana ha alcanzado ya su desarraigo absoluto y por eso "me siento de todas partes, y de ninguna a la vez… Y en concreto en Madrid, estoy la mar de bien: aquí nadie es de fuera. ¡Es una ciudad maravillosa! Y hoy por hoy no me imagino viviendo fuera de aquí. Quizás con el tiempo sí que acabaré yéndome a vivir a mi Cádiz".

Y ya que estamos en la Tacita de Plata, y tras haber citado a un jerezano, Calonge, preguntamos a López Segovia por otro teatrero y gaditano de pro, José Troncoso, con el que le une una profunda amistad desde hace décadas. Y otro tanto sucede con el resto de Las Niñas. "Nos ayudó mucho -nos comenta-, para hacer de El viento es salvaje una verdadera tragedia partiendo de una comedia. Sabíamos que él había estudiado tragedia con Philippe Gaulier, y comenzó a trabajar con nosotras sobre la estética de la interpretación y muy pronto logramos su compromiso para dirigir el montaje. Comenzamos con él, pero al octavo día le surgió un problema absolutamente justificable y tuvo que dejarnos, así es que me quedé yo con la dirección".

"Pero puestas ya en el siguiente montaje -continúa puntualizando Ana-, Las bingueras de Eurípides, esas Bacantes en un bingo clandestino, y tras presentarla a Alejandra, mi socia en la compañía, y a César Arias, nuestro distribuidor, les confesé mi incapacidad para reducir a menos de seis actores el texto resultante y, además, dos de ellos tenían que ser hombres. Alejandra, en principio, se asustó un poco por el hecho de tener que mover una función con seis salarios, seis seguridades sociales, seis alojamientos, etc., pero finalmente nos metimos de lleno en la aventura. Y cuando le ofrecimos de nuevo la dirección a nuestro amigo José Troncoso, no sólo dijo que sí a la dirección, sino que, además, nos mostró su interés por interpretarlo también. Fue superbonito porque José es casi un miembro de Las Niñas de Cádiz. Tenemos una estética y unos mundos que no siempre se parecen pero que conectan muy bien. Y, además tenemos a Cádiz como nexo de unión… Porque Troncoso es Cádiz, ¡la madre que lo parió! Cuánto más mayor es, más Cádiz le sale por tos laos. Troncoso es el Fellini de Cádiz".

Aunque su formación de filóloga le impide muchas veces luchar contra la economía del lenguaje, considera al tiempo que es necesario utilizar el femenino lo más posible porque eso contribuye a la mayor visibilización de la mujer: "Cuando hablamos en genérico neutro como los actores, inevitablemente la cabeza representa al género masculino, así es que hay que decir lo más posible los actores y las actrices, o los científicos y las científicas, porque a estas últimas se les ha olvidado sistemáticamente a lo largo de la historia. De todas formas, yo en este campo me declaro bastante ignorante, pero en caso de duda, siempre apelo a lo que dicen las feministas porque el tiempo ha demostrado que tenían razón. Éramos unas locas cuando decíamos que queríamos votar a principios del siglo XX, éramos unas locas cuando decíamos que queríamos el divorcio, y hoy en día a las mujeres feministas les siguen llamando locas, pero el tiempo tarde o temprano termina dándonos la razón en la mayor parte de nuestros postulados. Y ni siquiera el hecho de que haya feministas que puedan caernos mal, sirve para cuestionar el feminismo. Cuestiona a esa persona, pero no al movimiento feminista".

¿Reír?, hay que reírse incluso de lo más serio, amargo e ineludible a lo que podemos enfrentarnos. Por ejemplo, la muerte. Esa es, quizás, una de las cosas que los andaluces han sabido entender desde siempre (y lo dice alguien que vivió por allí algo más de dos años). "Esa es una forma de superar el vacío existencial -argumenta la gaditana-, eso de no tomarse las cosas demasiado en serio es muy sano. La risa es el summum de la inteligencia humana, es el último escalón. Y Andalucía ha sabido entender muy bien eso de acudir a la fiesta para olvidar, pero, a la vez, en esa actitud hay un fondo filosófico muy fuerte. ¡Y en Cádiz ya ni te cuento! Una ciudad que ha visto pasar imperios y civilizaciones que, una a una, han ido cayendo con el tiempo… Somos absolutamente conscientes de que estamos por aquí de paso y que hay que acudir al espíritu de la risa para sobrevivir y con él, intentar solucionarlo todo".

De paseo por los márgenes de la moralidad mojigata

Ponemos ahora a la representante de Las Niñas en un falso dilema, el de elegir qué cree que podrían hacer mejor: ejercer de cicerones con su público para conocer la vieja ciudad milenaria, darnos un paseo por los márgenes de la moralidad mojigata o servirnos de guías por lo políticamente incorrecto. "Me parece -nos contesta Ana-, que has dado en el clavo con lo de la mojigatería. Cuando nosotras estamos cantando en Cádiz, durante el Carnaval, acuden gentes de todo tipo a escucharnos. Es una fiesta en la que se mezclan todas las clases sociales (gente con pasta, intelectuales, el pueblo, viandantes despistados y niños, muchos niños y siempre en primera fila…). Nuestras canciones suelen ser casi siempre barbaridades, con bastante contenido sexual, y los padres están allí junto a sus niños. Esa es la máxima expresión de la antimojigatería. La gente no se escandaliza por nada, y eso es maravilloso. Eso me encanta de Cádiz. ¡Es carnaval y ahí está todo permitido! Una persona que tiene un montón de pasta, que forma parte de la jet set, está allí, como todo el mundo, con su vaso de cerveza de plástico, al lado de la gente común, en medio de la calle, porque el espectáculo se ofrece allí. Es un espectáculo democrático, maravilloso, al que contribuye mucho la presencia del mar. Puedes ir con un bañador de Versacce, pero en la playa somos todos iguales. Allí no hay élite que valga… Y, sí, nosotras trasladamos a nuestros espectáculos la ausencia de mojigatería".

"La risa es el summum de la inteligencia humana"

Una de las primeras funciones que Las Niñas hicieron con Cabaret a la gaditana, que en palabras de Ana "es una macarrada", fue en el Teatro Principal de Palencia: "El teatro estaba lleno hasta la bandera. En primera fila, todos los abonados. Ellos con sus trajes, ellas con sus peinados de peluquería… Todos se partían la caja… Recuerdo que era también por Carnaval, y no entendíamos cómo con las barbaridades que estábamos diciendo, todas las señoras se reían a mandíbula batiente. Yo creo que era porque estábamos en Carnaval, y en esas fechas todo el mundo abandona la seriedad, lo políticamente correcto y nos permitimos reírnos de todo, desde el poder político hasta el religioso, hablamos de sexo, de follar, y hasta de comer carne".

Lo que legitima a estas mujeres geniales para seguir escudriñando en los aspectos más lóbregos de lo establecido es precisamente su capacidad infinita para reírse de sí mismas. Ana asiente y va más allá de la afirmación diciéndonos que "nosotras llevamos una especie de salvoconducto que hace que la gente que acude a nuestros espectáculos entre allí en modo carnaval, en el modo de que ‘aquí está todo permitido’. Creo que eso es lo más bonito que nosotras tenemos que mostrar. Todo el año es carnaval y, por tanto, todo el año podemos subvertir los valores, cuestionarlos y poner en solfa al poder, al clero, a la monarquía y a lo que haga falta".

Pero Ana no sólo reivindica el Carnaval de Cádiz, ni mucho menos. Cita incluso a Julio Caro Baroja para defender esos carnavales norteños, llenos de tradición, de notas telúricas tan diferentes a las del sur, pero igualmente atractivas e hipnotizantes que nunca debieran perderse. O el mismo Carnaval canario, que, con toda su evolución y particularismo, "me sigue pareciendo una fiesta más que viva".

Y, como con Ana es difícil no derivar continuamente a lo carnavalesco, le preguntamos ahora si no le parece que las chirigotas de su tierra no vienen a ser una derivada de los coros griegos, y la artista nos responde sin dudarlo ni un instante que "sí; nuestro segundo espectáculo fue Lysístrata y eso no fue casual. El concurso oficial que cada año se oficiaba en la Atenas clásica tiene un más que sospechoso parecido con el festival de chirigotas de Cádiz. Todos los autores escribían entonces expresamente para ese concurso, el público interpelaba a los actores, se metían con personajes de la época… Cuando tú estás leyendo, te dices quién carajo era este, y muchos otros personajes de la época… Si, desde luego, hay unas similitudes brutales. Y lo que hice con Lysístrata cogiendo todas las canciones de Aristófanes para traerlas a nuestros días, no me costó ningún esfuerzo porque aquello salía solo. Convertir aquello en un cuplé, en una sevillana… El coro, gente cantando a la vez sobre un tema, claro que sí, que tiene muchísimo que ver".

Todo el año es carnaval

(Foto: Moisés Fernández Acosta)Dramaturga sí, pero también poeta. Y acaso escuchar desde muy pequeña a su abuelo recitar a Lorca por el pasillo de su casa fuera también un germen de lo que luego anidaría en el corazón de la niña con una fuerza imparable. Su padre, nos confiesa también Ana, nos enseñaba muchísimas canciones y tenía igualmente una gran facilidad para versificar. "Y hablamos de versificar, porque la poesía es otra cosa -matiza la artista-. A mí, desde muy pequeña, la musicalidad del octosílabo o del endecasílabo me resultaba muy familiar. Quizás por eso mismo llegué muy pronto a Lope, a Miguel Hernández, a Lorca …". Y quizás también esa era una premisa para que la niña Ana, con 8, 9 o 10 años hiciera ya sus primeros pinitos poéticos en el colegio, alguna de cuyas muestras aún conserva en algún cajón del escritorio de casa, y hasta en la memoria: "No sé si nací o lo aprendí, pero la poesía vive conmigo desde los ocho o nueve años". Y vaya si vive, porque hasta ganó un premio dotado con 50 000 pesetas, una cantidad nada despreciable de dinero en 1984, cuando Ana aún no había cumplido los diez añitos. "Y mi hijo tiene también esa facultad innata -añade-, porque se pone a versificar y le sale con mucha facilidad. En el mismo Cádiz la gente, de repente, te puede hablar en octosílabos, precisamente por su contacto permanente con el verso".

Y el comienzo del poema ganador de aquella niña que no había completado aún su primera década venía a decir lo siguiente:

"Nieve blanca, blanca nieve.
Y los campos,
antes verdes,
ahora blancos.
Blancos, blancos, todos blancos.
Nieve sobre el campo.
Nada verde, todo blanco.
Blanco, blanco,
todo blanco.
¿Y el campo?, ¿dónde está el campo?
Lo ha teñido con su manto,
y lo ha puesto todo blanco...".

Minimiza ahora Ana entre sonrisas, más de cuatro décadas después, el valor del poema infantil de su autoría, pero ese poema explica por qué en El viento es salvaje (pongamos por caso), podemos encontrar composiciones poéticas y humorísticas en forma de sonetos, liras, tercetos, pareados y décimas que conviven con romances, quintillas y cuartetas típicas del romancero carnavalesco gaditano. Una facultad que no está al alcance del común de los mortales, ni siquiera diría yo del común de los poetas mortales y de medio pelo.

Comentamos entre serios y bromas a López Segovia que el hecho de que entre las cuatro integrantes de Las Niñas de Cádiz haya tres filólogas, mete mucha presión a los críticos de artes escénicas, que se tientan la ropa antes de utilizar tal o cual adjetivo o giro lingüístico. La gaditana sonríe indulgente, niega la mayor y traslada la presión a su propio terreno: "No, no. De hecho, hay alguna gente que incluso piensa de nosotras que por hablar en andaluz ni siquiera estamos contando sílabas. Lo hago cuando me viene bien, por una cuestión normativa, tanto en andaluz como si tuviera que hacerlo en húngaro. Y, de hecho, los libros que he editado están modificados porque yo escribo las obras para ser dichas en andaluz, pero a la hora de editarlos, me adapto a la dicción normativa del español. Así, si alguien de Soria quiere montar ese espectáculo va a poder hacerlo porque las sílabas estarán bien contaditas…".

Y, volviendo donde solíamos, a uno y otro lado del Atlántico con el español a cuestas, nos preguntamos si es verdad lo que decía Antonio Burgos de que Cádiz es La Habana con más salero, y La Habana Cádiz con más negritos. "Yo estuve en La Habana -nos responde la dramaturga, directora y actriz-, pero sólo tres días. Allí había también mucha retranca. Corría entonces el año 2000 y ya estaba el pueblo bastante jodido. Ahora ya me han dicho que la situación es terrible. Allí hay mucho dolor detrás del humor. Tiran para adelante como pueden y sacan alegría de dónde hay. Si un día acaba esto no sé cómo van a salir de ahí. Para muchos cubanos, el daño ya es irreparable… Y, dicho esto, hay que subrayar también que, durante siglos Cádiz y La Habana estuvieron mucho más cerca de lo que podían estar Cádiz y Madrid. Había mucho más contacto con Cuba que con Madrid, y eso se nota. Ha habido intercambio cultural y hasta intercambio genético entre uno y otro lado del Atlántico. La Habana es el sueño de cualquier gaditano. Siempre miramos más para La Habana que para Europa".

Como imaginamos que la experiencia en ese corto periodo de estancia en Cuba, fue también teatral, insistimos a Ana para que nos detalle un poco más su experiencia. Lo hace sin tapujos al decirnos que "íbamos a trabajar dos días y pudimos hacerlo sólo uno porque se nos fue la luz. Luego veías allí al personal del teatro trabajando por una miseria y, para compensarnos, quisieron llevarnos a tomar algo… Pero vamos, con la dieta que llevábamos nosotras, podíamos pagarles un par de meses de comida. Quisimos invitarlos, pero no consintieron, así es que nos llevaron a una gasolinera a comprar ron… Creo que la bebida la sacaron directamente de los surtidores de gasolina porque ¡vaya ron! pero ellos quisieron invitarnos y estuvimos en el Malecón bebiendo… Uno de ellos, homosexual, que era la planchadora del teatro, se le ocurrió decir en voz alta un taco (¡coño!), y al instante se nos plantaron allí un par de policías armados con metralletas y, dirigiéndose sólo a ellos, los compañeros cubanos, les dijeron muy seriamente que ‘estaba absolutamente prohibido decir palabras malsonantes en público’. Con los turistas, por lo visto, esa norma no se aplicaba…".

"Eso es lo que yo viví en Cuba", nos reitera la artista para cerrar la cuestión, pero le replicamos que eso se llama dictadura, y Ana no duda un instante en darnos la razón: "Si, se llama dictadura, y te lo dice una persona que es de izquierdas. Y que paga sus impuestos hasta con alegría, pero eso es lo que viví en La Habana. Luego nos llevaron a la compañía a una especie de casino a ver un espectáculo. Llevábamos con nosotras al técnico de luces del teatro en el que actuamos y a su mujer, embarazada, los dos cubanos, y no les dejaban entrar, pero nosotras nos plantamos... En realidad, en toda Iberoamérica pasan cosas parecidas. Por ejemplo, en República Dominicana, tú vas a un teatro y el 90 por ciento del público es blanco, mientras que la relación entre blancos y negros en la población dominicana en general es justamente la contraria: nueve de cada diez habitantes son negros. ¡Es muy duro! Y quizás por eso mismo yo tengo tan marcada la necesidad de hacer teatro popular, un teatro que llegue a todos, conozcan o no la tragedia griega… Que un señor y una señora de pueblo puedan ir en Extremadura al teatro y que puedan pasárselo estupendamente y disfrutar con lo que ven".

Vamos terminando, pero no queremos quedarnos sin preguntar a Ana si se arrepintió lo suficiente de haber dicho "no" nada menos que a Miguel Narros, que pensó en ella para representar a Yerma en la tragedia de Lorca. "…Sí, ¡qué pena! -nos dice-. Era un personaje maravilloso, pero tuve que decirle a Narros y a Luis Luque que no, después de seleccionarme. Pero es que en aquella época mi niño era muy pequeño, y aunque me animaron para que me lo llevara conmigo, Teresa Quintero entró también en ese montaje y si yo me hubiera ido, nuestra compañía de entonces, Chirigóticas, se hubiera quedado sólo con Alejandra, habría que haber buscado no a una sino a dos sustitutas, y se me hizo bola todo (el hijo, la sustitución…), y dije que no. Arrepentirse ahora no sirve de nada, pero hoy creo que debí haberle dicho que sí…".

Ahora sí, va la última y preguntamos a Ana por el verso en su dramaturgia y sus referentes teatrales y la artista nos responde que "Me encuentro cada día más segura escribiendo en verso, pero no descarto la posibilidad de hacer algo en prosa cualquier día. En realidad, ya lo hice, en mi etapa de Coraza, una obra que titulé Los trapos sucios y fue extraordinariamente bien recibida. Y respecto a mis padres literarios, en la lista siempre figurarán Lorca, Calonge, Calderón, Lope, Shakespeare. Y, aunque no son dramaturgos, me gusta mucho también García Márquez, y la forma de contar de los novelistas del XIX (Pardo Bazán, Galdós, Dickens…) porque yo estoy lejos de lo performativo, de la imagen, y me siento mucho mejor en la palabra, en el cuento, en el chamán que reúne a la tribu para contarle una historia alrededor de la hoguera. Es mi forma de entender el teatro. Quizás las dos palabras fundamentales en él son palabra y cuerpo. De los artilugios, la escenografía, me siento cada día más ajena. Una vez me dijo Paco de La Zaranda, en un ensayo y con docenas de libros tirados en medio del escenario que lo menos teatral que puedes hacer con un libro es leerlo. Hay que apelar constantemente a la imaginación del espectador y, al paso que vamos con la imagen y la IA, el teatro va a convertirse en algo inédito, extraordinario: alguien frente a ti haciéndote soñar con su cuerpo y su voz. Será algo revolucionario…".

Cuestionario común (A. López Segovia)

¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

La muerte de alguien que quiero.

¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Lo primero es la intuición y sólo después vienen el método y el orden. Y, en medio, sin abandonarlo nunca, la formación y la lectura.

¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

Nosotras, alguna vez, tenemos que hacer un comentario al respecto y en voz alta. No podemos evitarlo. Corta el ambiente, pero es difícil permanecer ajeno… Una vez Troncoso, viniendo con nosotras, al sonar un móvil en el patio de butacas, dijo "¡’ahora lo cojo!". Yo soy más bestia: miro al público y digo "¡por favor, por favor…!"

¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

¡Claro, claro! De unos y de otros los hay a puñaos… A Jaime Gil de Biedma lo expulsaron del PCE por ser homosexual. Ser de izquierdas, ecologista o lo que sea, no te da un estatus automático de tener una mentalidad abierta.

¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

No, en absoluto.

¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

Que hasta dónde va a llegar esto… Me refiero al proyecto de Las Niñas de Cádiz. Quizás tenga una personalidad un tanto ansiosa, pero siempre me inquieta qué podrá venir después...

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