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Amaranta Osorio (dramaturga, directora de escena, actriz y gestora cultural): "Estoy convencida de que la palabra sana"

> "Me gustaría que mi escritura acabara siendo como un abrazo para quién la lee"

viernes 11 de octubre de 2024, 11:00h
Amaranta Osorio
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Amaranta Osorio (Foto: Ana Mañez)
Hace ya unos añitos que el argentino Alberto Cortez cantaba aquello de que "ni soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir...". Nuestra entrevistada de hoy, Amaranta Osorio, tiene edad, 46 años, y porvenir porque es una dramaturga extraordinariamente bien formada (licenciada en Dramaturgia por la RESAD, Máster de Gestión Cultural de la UCM, Máster en Estudios Teatrales de la Sorbona y un curso de liderazgo de Harvard). Modesta, decidida, honesta y valiente, sus raíces están diversificadas -creo yo que en idéntica proporción-, entre México, Colombia y España. hija de colombiano y mexicana, teatreros también (Ramiro Osorio y Cristina Cepeda), sin embargo, desde muy joven vino a estudiar a España, por lo cual se siente de los tres países a la vez, y legalmente disfruta de esas tres mismas nacionalidades.

Es, además de autora dramática, directora de escena, actriz de teatro, cine y TV, maestra, conferenciante y gestora cultural y en los últimos años no ha parado de dar fe continuada de todo ello. Pero centrémonos en su faceta de dramaturga (por cierto, una de las mujeres latinoamericanas más representadas en Europa), que entre otros ha sido reconocida con los premios Calderón de Literatura dramática, Jesús Domínguez, SNCA del FONCA, Teatro Exprés, Dolores de Castro... Y, paralelamente, se han hecho veintinueve producciones de sus obras en España, Chile, Colombia, México, Argentina, Portugal y Checoslovaquia, que luego han girado también por otros países (India, Dinamarca, Serbia o Alemania).

Ha publicado 18 obras en España, Francia, Cuba y México, en diferentes editoriales y ha dirigido cinco festivales internacionales de artes escénicas en Costa Rica, México y España y programado dos en India y México. Con todo, Amaranta es una mujer profundamente discreta, humilde y sencilla, de esas personas que -como decía un viejo periodista, ya desgraciadamente desaparecido-, cuando vuelven de la guerra te la cuentan como si hubieran tomado algo en el bar de la esquina, en contraste con otras personas (fantasmas, engreídas, petulantes…), que vienen del bar de la esquina y te lo cuentan como si regresasen de la primera línea del frente de guerra. La conversación con Amaranta, entonces, discurre serenamente, con la escucha activa en todo momento y con el corazón abierto, en un tête par tête que, al que suscribe, le hubiera gustado que se prolongase varias horas más...

Amaranta Osorio (Foto de Isabel Wagemann)Hablar de ‘guerra’ con Amaranta no es, pues, metafórico ni mucho menos. Su infancia estuvo teñida de miedos y violencia, en plena guerra de los narcos y de las FARC en Colombia, así es que incluso más de tres décadas después, es fácil regresar a aquellos tiempos a través de los recuerdos y de los sueños porque ese trauma nunca se abandona del todo: “Desde el 2011 hago parte del proyecto Magdalena, una red internacional de mujeres creadoras. Hace poco en un encuentro en Piedralaves (Ávila), leímos Guerra-Perra un texto breve mío sobre Gaza, publicado en Ed. Invasoras. En el encuentro participaban gente de Kosovo, de Ucrania y de otros países que habían sufrido la guerra recientemente. Me preguntaban después que por qué había elegido ese tema de la violencia y, claro, les dije que por lo que está pasando, pero también porque mi infancia estuvo llena de miedos, y cuando referí mi impresión ante las bombas, la inseguridad cotidiana, etc., vi a muchas personas llorar en silencio … Fue una especie de catarsis colectiva… Fue muy bonito comprobar que un texto como ese provocase la posibilidad de hablar y de sentir públicamente sobre un tema tan íntimo”.

“Yo escribo de lo que escribo -prosigue diciendo Osorio-, hay personas que me han dicho que tenga cuidado, pero yo me acuerdo de Patricia Ariza, que también estaba en ese encuentro, una activista colombiana que durante un tiempo tuvo que usar un chaleco antibalas al que le bordó flores… En el encuentro también se reunieron mujeres palestinas e israelíes en torno a una misma mesa. Fueron unos chicos quienes reprochaban a las mujeres palestinas que estuvieran allí junto a las israelíes. Ni unas ni otras querían ni quieren la guerra. Están intentando hacerles el menor daño posible a sus hijos. Y sentarse a dialogar con el de enfrente es un primer paso para acabar con la violencia, con la guerra… Yo intento ponerme en el lugar de las víctimas, tanto de un lado como del otro”.

"Si no escribo, me muero"

Actriz desde niña, no recuerda muy bien cuándo fue su primera subida a un escenario, pero su madre le dijo que ya salía con ella a escena estando embarazada. “Más tarde seguí haciéndolo cuando apenas era un bebé, así es que soy actriz desde siempre…”. Luego se vino a estudiar Dramaturgia a Madrid, no sin haber pasado antes por la universidad a estudiar Ciencias Políticas en Estados Unidos, “No terminé la carrera, pero sigo con ganas de cambiar el mundo”.

“Con la actuación estoy muy conectada. Sobre todo, por lo que tiene de juego, de diversión, pero ahora llevo ya más de un año sin actuar y no me pesa nada. En cambio, si no escribo, me muero. Al escribir entiendo mejor el mundo. Es también una forma de conectarme conmigo misma y con lo divino… Esa es mi vocación, pero también sé que como autora no se vive. Por eso mismo no dejo de estar conectada con la Gestión Cultural, que es un ámbito que también me encanta”.

“Estoy absolutamente segura -continúa diciéndonos la artista-, de que la palabra sana. Y no sólo lo hace conmigo, sino que también puede ayudar a otros. Pero también mi teatro es bastante político porque siempre parto de situaciones que me indignan y hablo de ellas para intentar cambiarlas. El mero hecho de poder hablar de ellas, me permite sentir menos impotencia. Sé que el teatro no va a cambiar el mundo, pero si logras que alguien se sienta tocado por tu palabra, o si consigues que se formule alguna pregunta, para mí ya es cambiar algo”.

Y Amaranta sigue reflexionando en voz alta y se para a afirmar algo que hoy en día no es políticamente correcto: “Sé que citar a Dios (en un sentido muy amplio del concepto), en estos tiempos no está muy bien visto, pero la escritura me permite conectar con la naturaleza, con algo mucho más grande que yo. Me siento como una especie de canal por el que dejo pasar las historias que voy creando. Y no siento realmente que sean sólo mías…”.

Pero, con esas historias -le preguntamos-, ¿buscas más acercarte a la felicidad o a la verdad? Osorio lo tiene bien claro: “la verdad. La felicidad está ya en el mero hecho de escribir. Después hay que intentar ser coherente haciendo coincidir la honestidad con la verdad. A veces puede ocasionarte algunos contratiempos, pero aun así merece la pena buscar la verdad. La felicidad está en las cosas pequeñas. Algún filósofo, no quiero equivocarme, así es que no lo voy a citar en concreto, hablaba de esta búsqueda absurda de la felicidad absoluta… Para mí, la felicidad está en lo pequeñito, en lo concreto: este café que estamos compartiendo, un rayito de sol, un abrazo… Son pequeños momentos que, sumados, acaban llenando la vida. Me gustaría que mi escritura acabara siendo como un abrazo para quién la lee”.

"Cada vez que me van a publicar una nueva obra entro en pánico"

Amaranta Osorio (Foto de Isabel Wagemann)Anárquica en sus lecturas porque se mueve mucho por la curiosidad del momento, en la mesilla de Amaranta cabe todo, o casi todo, especialmente la novela, la poesía, la filosofía y, más recientemente, la neurociencia. Ahora, por ejemplo, nos muestra, sacándolo del bolso, El ruido y la furia de William Faulkner… “Pero antes de esto leí El celo de Sabina Urraca y La mejor madre del mundo de Nuria Labari. Me gusta también mucho Stefano Mancuso, en especial su Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal… Dependiendo de la época puedo llegar a obsesionarme con ciertos temas... Más por temas que por autores porque suelen estar en función de la obra que llevo entre manos. Ahora, por ejemplo, estoy leyendo mucho de botánica… Me gustaría ser como una planta porque ellas actúan en comunidad…”. Con todo, en su casa de Madrid no puede permitirse el lujo de tenerlas porque “viajo mucho. Me vine a vivir a Madrid hace tres años, pero es raro que permanezca aquí más de tres meses seguidos. Soy muy nómada”.

Propongo a Amaranta que responda a mi siguiente pregunta desde donde considere que debe de hacerlo, desde el corazón, la filosofía, la inteligencia… ¿Qué importa más, la meta o el camino? Y ella sin pensarlo ni un segundo opta por decir que “el camino, porque es donde más se aprende. De hecho, yo siento que estoy siempre en el camino y, en mi caso, cambio frecuentemente de metas”. Prosigo por el autoanálisis y sitúo ahora a nuestra entrevistada en el dilema de reírse o de apenarse de una misma, y de nuevo Amaranta va con la sinceridad por delante: “Tengo mucha más facilidad para situarme en la pena, pero estoy aprendiendo, cada vez más, a reírme de mí misma. En general me doy mucho palo, pero disfruto también riéndome de mi ser mundano humano. Me gustaría ser un ser absolutamente de luz, pero tengo mis cositas, como todos los humanos…” (ríe abiertamente).

Cuando terminas una obra y quedas razonablemente satisfecha con el resultado -preguntamos ahora a Amaranta-, ¿esperas el reconocimiento de tus amigos, del público, del mundo académico, o te basta con sentirte bien con lo ya hecho?: “Busco siempre que toque a alguien. Y eso va mucho más allá del reconocimiento. Aunque, evidentemente, me encanta que me reconozcan mis colegas o el público, pero me interesa mucho más lo que he podido contar. Ahora bien, muy pocas veces he acabado satisfecha de una obra, diría incluso que nunca ha sido así. Cada vez que me van a publicar una nueva obra entro en pánico, sobre todo si no la he probado en el escenario, porque no sé cómo va a ser... Menos mal que, en cierta ocasión Gioconda Belli me dijo que pensase que eso es lo mejor que puedo hacer en este momento. Desde entonces procuro seguir al pie de la letra el consejo…”.

Osorio es mucho más instintiva, impulsiva, que reflexiva y esa circunstancia la envuelve en cada nuevo trabajo que emprende. Pero también investiga, y para ilustrar ese hecho se refiere a algunas experiencias: “cuando escribí Moje Holka, moje holka una obra sobre el holocausto, imaginé luciérnagas, entonces empecé a investigar la shoa pero también a los insectos. La mayor parte de la investigación no se ve en la obra, pero sin ella, esa obra no sería como es. Algunas investigaciones pueden parecer ridículas, pero para mí son importantes, por ejemplo, para una obra investigué todo sobre mariposas monarcas, para otra investigué los neurotransmisores y hormonas relacionadas con el amor y en El grito hice una investigación sobre los colchones. ¿a quién se le ocurre investigar cómo están construidos los colchones, qué material primordial se utiliza en ellos…? Pues para mí eso fue algo muy importante, aunque luego en la obra no aparezcan más de dos o tres detalles extraídos de aquel estudio previo”.

“Llevo fatal los rechazos. Nunca me he acostumbrado, ni siquiera cuando estaba más activa como actriz y hacía muchos castings. No consigo separarlo de lo personal, que se supone que es lo una tiene que hacer. Cuando me rechazan me siento pequeñita, pero como me enseñó Itziar Pascual, mi maestra y con la que he coescrito cuatro obras, tras el no, hay que insistir. Así es que, tras el rechazo, envío la obra a otra parte.

“El hecho de que las mujeres hayan sido borradas durante tantos siglos de la historia pesa mucho”

Teatro, política, cultura… ¿No crees que, en el fondo, a los políticos les importa un pimiento el mundo de la cultura?, decimos a Osorio, y esta nos responde que “no a todos; no se puede generalizar. Creo que la cultura debería estar en todas las áreas de la política. Creo que los políticos que piensan que la cultura es un hecho accesorio se equivocan de cabo a rabo. Podría ser una gran aliada en todas las áreas porque la cultura transforma la sociedad y no debieran considerarla como un gasto sino como una buena inversión”.

Hablando de cultura y de teatro, creo que fue Federico García Lorca quien dijo que ‘un pueblo que no cuida su teatro, está moribundo’. ¿En relación al teatro, en qué estadio consideras que están el pueblo español, el colombiano o el mejicano, los que probablemente tú mejor conoces? Antes de responder Amaranta lo piensa durante unos segundos y se lanza a decir que “si es el teatro, la respuesta es fácil porque estamos en una época fecunda, de búsqueda intensa, de creación libre de autoras y autores, y eso es precioso. Hay muchas obras que merecen mucho la pena. Luego, si pensamos ya en los teatros, la respuesta es más complicada porque hay poco presupuesto, unas condiciones de producción terribles, incluso censura y creo que, además, habría que dar cabida en ellos a muchas más mujeres autoras y directoras”.

Pero, en realidad —apuntamos a la dramaturga—, ¿crees realmente que el público, los lectores incluso, escogen antes a un dramaturgo o a un escritor que a una dramaturga o escritora?, y la mexicano-colombiano-española apunta que “en un momento dado investigué sobre los sesgos de género en este terreno y, efectivamente, vi varios estudios que subrayaban cómo, consciente o inconscientemente, había cierta inclinación por ellos antes que por ellas. Desde luego, el hecho de que las mujeres hayan sido borradas durante tantos siglos de la historia pesa mucho. Yo misma, cuando empecé, en un momento dado me di cuenta de que sólo leía a autores. Desde ese momento me lo tomé muy en serio y ahora busco un equilibrio entre autoras y autores. Con las clases y conferencias que imparto me sucede otro tanto porque yo misma me obligo a citar tantas mujeres como hombres en ellas. Soy feminista, pero, en realidad, partí siendo machista, luego fui una machista en recuperación y poco a poco me fui deconstruyendo hasta llegar a ser feminista… Y, fíjate, si eso me pasó a mí como mujer, imagina lo que le pasará al resto de personas…”. Dramaturga y mujer se funden y confunden en una de sus piezas, Lo que no dije, que hace dos años pudimos ver en Teatro del Barrio.

Me gustaría saber también qué dramaturgas y profesoras han marcado más a Amaranta, y le pregunto sólo por ellas. Sin embargo, en su respuesta da también cabida a hombres: “como dramaturga tengo que hablar tanto de mis maestras como de mis maestros. Sin ellos no estaría aquí contigo. La primera, Itziar Pascual, y con ella Juan Mayorga, José Sanchis Sinisterra. Son, sin duda, los tres formadores que mayor influencia han ejercido en mí. A ellos, con el tiempo, he sumado también a Mauricio Kartun, Sergio Blanco, Yolanda Pallín… Estos son los maestros vivos, pero quiero añadir también nombres como Shakespeare, Lope de Vega y muchos otros autores del Siglo de Oro, Heinrich Müller, García Lorca, Sarah Kane… Y muchos otros. Y novelistas o poetas, Gabriel García Márquez (yo me llamo Amaranta por un personaje de Cien años de soledad), Faulkner, Coetzee, Virginia Woolf y de los que están vivos: Jorge Volpi, Annie Ernaux, Svetlana Aleksiévich, Chimamanda Ngozi Adichie …hay tantas”.

A nuestra dramaturga, a pesar de haber estado dentro del mundillo teatral desde la misma tripa de su madre, hay también algunos espectáculos que, por una u otra razón, se le han fijado a la memoria de forma indeleble. Algunos de ellos, nos confiesa, con bastantes tintes de violencia. Quizás por ello, “yo en mi teatro he apostado por hablar de la violencia, pero sin ser violenta. Intento siempre contraponer la ternura y, con ella, dar esperanza… Pero, curiosamente, el primer espectáculo que recuerdo fue uno de La Fura dels Baus en el que no paraban de romper autos a mazazo limpio. Debí verlo con 10 o 12 años, en Colombia. Y otro espectáculo de Teatro du vertigem una compañía brasileña, extremadamente violento, pero de una gran belleza plástica. O espectáculos de algunos maestros con los que estudié: el teatro del Oprimido que Augusto Boal hacía en las favelas en Brasil, el teatro de Tadashi Suzuki en Japón y los espectáculos del Odín Teatret… Pero, curiosamente, estos espectáculos que ahora me han venido a la mente, no tienen nada que ver con el teatro que hago ahora. Pero sin duda, me han influenciado”.

Y volviendo a la infancia, al terror de las bombas en Colombia, preguntamos a Amaranta cómo ha ido metabolizando con el transcurrir de los años esa violencia, no sobre los escenarios, sino sobre las calles, sobre los individuos. La artista nos dice: “He intentado transformar el dolor en arte…Recordar y revisitar la historia y contarla desde el punto de vista de una mujer. Y bueno, también trabajo mucho a nivel personal, tengo la suerte de tener una psicóloga argentina, una mentora (Mariana González Roberts), y una maestra espiritual hindú (Parvathy Baul). Cuando me preguntan cómo puedo sonreír tanto, yo digo que intentando estar presente, saboreando los pequeños momentos, lo cotidiano, disfrutando de estar viva".

Y con esta idea esperanzada y esperanzadora vamos despidiéndonos de Amaranta, tratando de imitarla en esa concepción vitalista de la existencia, pero no sin antes pasarle nuestro…

Cuestionario final

Amaranta Osorio (Foto de Ana Mañez)¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

La violencia hacia mí o hacia alguien, y la impotencia de no poder hacer nada frente a ella.

¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Hay artistas de los dos tipos. Yo tiendo a lo instintivo y, aunque me esfuerzo en ser metódica, no suelo conseguirlo.

¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

Creo que el teatro es, precisamente, un espacio que invita a entrar en otro tiempo, en otro mundo y donde puedes desconectar, por eso me provoca tristeza que algunas personas no logren desconectar. Es una pena que se pierdan un momento donde pueden imaginar otro mundo.

¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

No sé… Es una pregunta difícil porque, además de poder ser un poco de todo, uno puede dialogar al tiempo con todas esas realidades. Por lo menos es lo que a mí me gustaría hacer.

¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

No. Está supercomprobado que falta mucho aún. Se proclama mucho eso de que ahora, como eres mujer, tienes muchas más posibilidades. Eso no es verdad. No hace falta más que revisar la lista de premios Nobel, o premios Cervantes y las diferencias entre hombres y mujeres en ambos es escandalosa. Creo que la desigualdad es grandísima. Y no sólo en las metas conseguidas sino mucho antes, en la misma educación. Yo, de niña, viniendo de una familia progresista y metida de lleno en el ámbito de la cultura, nunca me imaginé que acabaría siendo escritora. No sé por qué. Quizás porque en el colegio sólo leía a autores hombres. Nadie me habló de mujeres. Y si yo, con un caldo de cultivo familiar apropiado, pienso así, ¡imagínate cómo pensará una mujer que viene de un pueblo! Es durísimo ver que ni siquiera puedes imaginar que puedes ser algo… Ese cambio tiene que darse desde la educación.

¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

No tengo una sola y depende del momento en el que esté. Últimamente me pregunto qué deseo, qué necesito hacer en este momento, o si vale la pena hacer lo que estoy haciendo, si vale la pena seguir escribiendo teatro. Creo que lo próximo que escriba estará en otro terreno.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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