La hoy actriz, profesora, directora y productora teatral, está también implicada de lleno en los últimos años en la actividad docente universitaria teatral en la Complutense de Madrid (UCM), como profesora asociada, además de dar clase en la Universidad de Mayores; en la RESAD como profesora de Dirección, y como profesora de Teatro Español en diversas universidades norteamericanas con presencia en Madrid.
Ejemplo claro de la unión entre la universidad y la práctica escénica, Ainhoa hizo el primer ciclo de Filología Inglesa, en la Universidad Autónoma de Madrid y es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, en la Complutense. Estudió posteriormente Dirección de Escena en la RESAD y es doctora en Ciencias del Lenguaje y de la Literatura por la UCM, con un trabajo de investigación titulado ‘El Decoro en el Teatro Español (de la Edad Media al Siglo XX) y una tesis doctoral sobre el director de escena Miguel Narros. Fue la culminación de años y años de trabajo que, dentro del teatro, comenzaron en el Laboratorio de Teatro William Layton de Madrid (1995/1998), pero también ha hecho talleres con personalidades de la talla de Helena Pimenta, José Luis Gómez, Antonio Fava, Arnold Taraborelli, Phillippe Gaulier o María del Mar Navarro. Estudió también danza con Víctor Ullate, Carmen Roche, Carmen Senra o Ana Maleras. Voz, canto, logopedia y foniatría, con Esperanza Abad, Concha Doñaque, María Luisa Castellanos o Roxanna Coll. Versificación con Emilio Gutiérrez Caba, Alicia Hermida, Vicente Fuentes y Pedro Mari Sánchez. Y esgrima escénica, con Jesús Esperanza Fernández.
De su larga trayectoria como autora y directora de escena desde que escribiese y codirigiese, junto con María Jiménez, el espectáculo Back Stage, sólo vamos a subrayar dos de sus montajes: Quijote. Femenino. Plural., y Desengaños amorosos. Y anunciamos ya su próximo estreno en Teatros del Canal de Los cuernos de don Friolera, de Valle-Inclán.
Su actividad docente le da la oportunidad de encontrarse con reconocidos profesionales de todas las ramas del saber en espacios como la UCM (tanto en la Universidad de Mayores como en el Máster en Teatro y Artes Escénicas), incluidos prestigiosos hombres y mujeres del teatro (María Pastor y Mariano Gracia, entre otros), y le produce enorme satisfacción ver también cómo grandes nombres del teatro se están animando a hacer el doctorado a través de las opciones académicas existentes en la misma universidad. El último de ellos, a bote pronto, le surge a Ainhoa al recordar al iluminador Miguel Ángel Camacho o a Eduardo Vasco, reciente director artístico del Teatro Español, que también obtuvo su doctorado en la UCM.
La vinculación entre lo académico y lo teatral no es un terreno fácil y prueba de ello es que una mujer como Amestoy, con su gran formación y su extensísimo currículum teatral, no le está resultando nada fácil acceder a ciertos estadios en la universidad: “me está costando llegar a otros puestos dentro de la universidad (de ayudante doctor o contratado doctor), porque no cumplo la línea habitual de la vida universitaria: estancias en el extranjero, publicaciones científicas… Pero la ANECA tendría que reconocer también las direcciones escénicas, o las interpretaciones, como trabajos de investigación porque ¿qué mayor trabajo de investigación puede presentarse que llevar a un escenario cualquier obra…? Y, por terminar con el tema de la docencia, quiero citar también un curso de verano en el que estoy participando ya desde hace unos 10 años en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, de Herramientas del teatro para la docencia, dirigido específicamente a profesores de diferentes especialidades que ven en el teatro una herramienta muy eficaz para ayudar a sus alumnos a alcanzar sus objetivos académicos. Cada año son más los profesores interesados en esta oferta de la Menéndez Pelayo”.
Más dificultades para las mujeres creadoras
Directora residente en los madrileños Teatros del Canal desde esta misma temporada teatral, cuando planteamos a Ainhoa si este reconocimiento ha llegado en el momento adecuado o quizás un tanto tardío, la artista nos responde que “soy una persona constante, trabajadora, absolutamente entregada con todo lo que emprendo, e intento siempre hacer todo de la mejor forma posible. Estoy muy agradecida a personas como Mariano de Paco, que creen ahora y han creído siempre en mi trabajo, prácticamente desde que nos conocimos cuando él era ayudante de dirección en el CDN y yo entré ahí como actriz en el espectáculo de La visita de la vieja dama. Es cierto que hace falta gente que apueste por ti, tanto en el sector público como en el privado, que confíen en el trabajo que haces para que acaben dándote esas oportunidades. Oportunidades que te permiten tener acceso a esos presupuestos públicos, a tu acceso a las salas grandes, a las que tanto nos ha costado llegar, especialmente a las mujeres creadoras, hasta hace nada relegadas a las salas pequeñas”.
Claro que también a eso contribuyen reconocimientos como el premio de la Asociación de Directores de Escena (ADE), en los que son sus propios compañeros quienes evalúan a los candidatos, también en posesión de Ainhoa: “es un premio que aprecio extraordinariamente y que se consiguió gracias al trabajo que hicimos en Desengaños amorosos; o el Premio de Torrejón a la mejor dirección de escena… Y estos premios, sin duda, contribuyen decisivamente para conseguir que podamos desarrollar nuestro trabajo en condiciones y en espacios públicos. Porque, con nuestras pequeñas o medianas empresas, es difícil llegar a ser Jesús Cimarro —persona a la que admiro por su fructífera labor de producción—, recorriendo los caminos de España y sudando la gota gorda para poder sacar adelante nuestros espectáculos, necesitamos de vez en cuando que también lleguen a nosotros esos presupuestos públicos, esa oportunidad de poder estar programados en salas grandes por un tiempo razonable, con cachés dignos y con giras garantizadas…”.
Le ponemos a continuación sobre la mesa el dilema de cuál de los dos caminos ayuda más a llegar, el profesional o el político, y Amestoy lo piensa un poco antes de respondernos: “…sobre todo hay que estar. Tenemos que conocernos, establecer equipos de confianza, perseguir el trabajo de los demás… Yo creo en la excelencia, no en el sentido de llegar a un resultado único de perfección, sino hacer las cosas con rigor, a través de la investigación. Los artistas tenemos que asumir riesgos para llegar a conocernos bien. Yo siempre voy más por esa línea de la confianza en el trabajo que a través de los tejemanejes de la política. Aunque eso no es óbice para que, de vez en cuando, te puedas encontrar con un amigo que pueda estar situado en algún puesto de confianza política, pues bienvenido sea, pero nunca he perdido el tiempo buscando apoyos que vayan más allá de los necesarios (reuniones con las administraciones para justificar la subvención que pretendes obtener, etc.), y que todos los empresarios teatrales nos vemos obligados a realizar para conseguir desarrollar nuestros trabajos e intentar convencerles de que lo que haces merece la pena”.
"Cuando se quiere, se puede"
Pero sois muchos -contraargumento-, y posiblemente todos creéis estar en el derecho a recibir esas subvenciones que, seguro, es imposible que lleguen a todos. Amestoy lo tiene claro: “ahí es donde entra el político. En la adjudicación de los proyectos que estén más y mejor fundamentados. Desde luego, cuando el político quiere, salen adelante. Yo, por ejemplo, cuando tenía 30 años tuve la oportunidad de trabajar para el Ayuntamiento de Madrid, en el Distrito Moncloa-Aravaca, un distrito importante dentro del ayuntamiento de la capital, y allí había un concejal especialmente interesado en la promoción de la cultura. Como ese era uno de sus objetivos, se desarrollaron un montón de proyectos y, dentro de ellos, privilegiaba la creación emergente. Pues bien, todo eso supuso un trampolín enorme para muchas personas de mi generación (allí presentaron sus primeros trabajos Denise Despeyroux, Javier Hernández-Simón o Candela Serrat, entre otros)… Por eso digo que, cuando se quiere, se puede. Pero claro, se tiene que querer porque, de otra forma, es una lucha constante contra los muros de la administración”.
“Al final -continúa afirmando Ainhoa con respecto a la cuestión de la política cultural-, las cosas se acaban poniendo en su sitio. Creo recordar que cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente accedió a la dirección del CDN estaba en torno a los 40 años, quizás incluso alguno menos. A mí, desde luego, (ríe abiertamente), no me lo van a poder dar ya con esa edad… La gestión me gusta —he estado ya en varios puestos de gestión—, y en la profesión se sabe que es algo que me interesa. Estuve, como digo, en esto del Distrito Moncloa-Aravaca; he programado lecturas dramatizadas en Alcalá de Henares con mi empresa; he estado como coordinadora artística y en el Consejo Asesor del CDN en la época de Ernesto Caballero, y ahora soy directora residente en los Teatros del Canal de Madrid, lo cual implica ejercer ciertas labores de asesoría y la obligación de exhibición de un número de espectáculos de creación propia a lo largo de las temporadas. A mí me gusta esta fórmula de que exista un cierto número de direcciones colegiadas que, por cierto, no es una invención de la Comunidad, sino que la fórmula existe en muchas partes del mundo. En España, por el contrario, se han concentrado en una sola persona la toma de decisiones, y veo bien que probemos otros modelos… Lo mismo que introducir ciertos puestos, ya existentes también en otras formas de dirección, como la entrada de la figura del dramaturgista, que en otros países son puestos ya absolutamente consolidados tanto en los teatros como en las compañías y, sin embargo, en España brillan por su ausencia… Yo, como directora de escena, me acuerdo con muchísima frecuencia de la necesidad de un dramaturgista a mi lado. Y, como decíamos anteriormente, son los teatros públicos los primeros que tienen que introducir esa figura en sus equipos para que, a renglón seguido, vayan entrando también en los teatros privados y en las compañías...".
Pero, de verdad Ainhoa, ¿tú crees que a los gobiernos de turno en España les interesa realmente la cultura?, le apuntamos, y la artista no evita la pregunta: "...A muy pocas personas, es verdad. Me viene a la memoria, por ejemplo, el nombre de César Antonio Molina, que fue un gran ministro de Cultura; mi padre recuerda también con frecuencia la figura de Enrique Tierno Galván, el viejo profesor que fuera alcalde de Madrid… Pero sí, hay que esforzarse para traer a primer plano figuras políticas a las que verdaderamente les interese el mundo de la cultura”.
El peso de la herencia
Ya sabemos que todas las comparaciones son odiosas, pero teniendo la oportunidad de charlar con una mujer que, como Ainhoa Amestoy, es bisnieta de Eugenio D’Ors, e hija de Ignacio Amestoy, no me resisto a preguntarle en qué medida influye en su quehacer intelectual esa herencia familiar. Sonríe un instante con cierto aire, no sé si de indulgencia o de antigua añoranza, y, a renglón seguido, nos dice que “sí, algo pesa, claro. El hecho de ser bisnieta ya me pilla un poco lejos y lo que hago es llevar con orgullo el apellido D’Ors. La responsabilidad que pudiera llevar aparejada, quizás queda ya un poco lejos al ser un antecesor de varias generaciones anteriores. Profesionalmente el que uso es el nombre de Ainhoa Amestoy y muy poca gente me relaciona con Eugenio D’Ors. Sabemos que van pasando los años y que, cada vez más, el siglo XX va quedando en el olvido, además de que en este país tampoco recurrimos con la frecuencia que debiéramos a la tradición, y el patrimonio va quedando atrás”.
“Lo que sí he tenido y sigo teniendo muy presente -continúa Ainhoa-, es el trabajo y la herencia constante de lo que ha hecho mi padre, Ignacio Amestoy. Siempre ha sido hermoso porque, entre otras muchas cosas, me ha permitido estar en contacto con el mundo del teatro desde mis primeros años. Acudir todas las noches a los Veranos de la Villa, pasear por los pasillos y los camerinos del Centro Cultural de la Villa -ahora Teatro Fernán Gómez-, saber de primera mano lo que significaba el Festival de Otoño, leer todas las críticas, conocer los intríngulis de lo que era la Escuela de Arte Dramático cuando empezó a trabajar ahí, o cuando mi tío, Luis D’Ors, estudiaba ahí y yo acudía a ver las muestras de teatro de la Escuela… ¡todo eso ha sido un aprendizaje impagable! Ha sido una hermosura y una gran oportunidad para mí. Y no digamos ya la posibilidad de conocer a figuras como Malonda, Nuria Espert y tantos otros. Es verdad que, cuando ya me empecé a meter como estudiante, primero, y profesionalmente, después, eso suponía un gran peso porque siempre estaban ahí las malas lenguas en el teatro. La gente tiende a pensar que llegas ahí por ser quien eres y no por el trabajo que realizas. En fin, que sí, que he tenido una sensación durante muchos años de tener que estar demostrando constantemente. Pero llega un momento en el que esas raíces (en sentido negativo), ya se olvidan… Pero vamos, tanto mi padre como mi madre, que es escultora y antes pasó también por la Escuela de Arte Dramático, han estado siempre ahí, apoyándome. Y toda esa parte plástica que debe de tener un director o un actor, la he tenido bien cerca, a través del trabajo de mi madre, y he podido conocerla, visualizarla, sentirla, entenderla y utilizarla”.
La presión, pues, ha venido más desde fuera que desde dentro de la familia, aunque -puntualiza la directora-, “como somos críticos con nosotros mismos, porque somos capaces de evaluar lo que está bien y diferenciarlo de lo que no lo está, de lo que puede mejorarse, por dónde se puede avanzar, la crítica constructiva -Ainhoa hace énfasis en este término-, siempre ha estado ahí. Y ahora hemos llegado a un momento muy bonito que pasó con el último espectáculo que he hecho sobre textos de mi padre -he hecho varios, unos como actriz, otros como directora...-, Lope y sus Doroteas, que desgraciadamente nos pilló en el momento de la pandemia, no pudo tener todo el despegue que a mí me hubiera gustado, fue un momento de vida en el que los dos sentimos que la balanza de conocimientos estaba equilibrada. Que él me podía aportar a mí, y que yo también le podía aportar a él en igualdad de condiciones… Además, hablamos mucho (no había más remedio porque, aunque en casas diferentes, estábamos encerrados…), ejercí con él labores de dramaturgista y todo el proceso de escritura del texto pude desarrollarlo, no físicamente a su lado, pero sí junto a él, por teléfono, por correo electrónico, y pudimos dedicar mucho tiempo a la escritura. ¡Fue muy bonito ver cómo nos íbamos nutriendo el uno al otro desde esa igualdad de condiciones!”.
Y si hasta ahora hemos hablado de los antecesores, vamos a ver también la relación de la directora y madre, que imaginamos perfeccionista, con los sucesores, sus hijos: “como lo de ser perfeccionista, además de una virtud es también un grave defecto, como madre intento que mis hijos hagan las cosas lo mejor posible, pero a los hijos (sean hijos artísticos o no), hay que dejarles libertad. No puedes convertir la ayuda en una persecución constante. Tienen que aprender a tropezar por sí mismos cuando ya van cumpliendo una edad. Otra cosa es en su época de bebés, que tienes que hacer un seguimiento exhaustivo, pero cuando ya entran en la etapa preadolescente, o adolescente, digamos que el trabajo ya está hecho, y a partir de ahí, que ya has dejado tu semilla en ellos, hay que dejarles volar porque ya son ellos los que tienen que ir tomando decisiones. Y el perfeccionismo del que hablas, intento acercarme a él, pero sin hacerme daño. Y en lo profesional, creo que hay que ir a los ensayos, a las reuniones, a la preparación del trabajo, ya con las cosas atadas y con la investigación realizada, pero luego hay que dejar también espacio a la libertad. Eso es fundamental. Y luego, no se olvide, el trabajo lo hacemos entre todos y yo no puedo trabajar desde mi único punto de vista porque entonces no vamos a llegar a nada. Tenemos que nutrirnos de lo que dicen todos los miembros del equipo y subir la escalera de la creación conjuntamente. En la imperfección está también el descubrimiento, el logro, el acierto…”.
“Andrea D’Odorico se preocupaba hasta de la puntilla de la última enagua que llevaba la actriz”
Ese afán de perfección, es posiblemente uno de los frutos de la educación recibida, señalamos a Amestoy, y ella no niega la mayor: “sí, he tenido maestros especialmente rigurosos, para bien y para mal. ¿Un maestro de la perfección que trabajaba desde el rigor para bien? Andrea D’Odorico, que se preocupaba hasta de la puntilla de la última enagua que llevaba la actriz. Y si había que ir a buscar esa puntilla a Valencia, se iba. Le decíamos, ¿pero Andrea, si no se va a ver…!, y su respuesta siempre era la misma: ‘da igual, da igual…’. Y, al final, concluyes con el maestro que en esa perfección está la exquisitez, y eso marca la diferencia… Y luego he coincidido también con maestros (estoy pensando sobre todo en el mundo de la danza, que es a través del cual llegué a las artes escénicas), como Víctor Ullate en un momento en el que estaba construyendo escuela y compañía. Fue muy bonito para mí, que estaba en una clase por debajo de figuras de la talla de Tamara Rojo, Joaquín de Luz, Ángel Corella, y otros grandes de la danza, y poder ver cómo Víctor moldeaba a esos artistas de forma extremadamente exigente, rigurosa e insuperable pero también excesiva. Por eso mucha gente se quedó por el camino muy tocada. ¿Eso es válido?, ¿no lo es?, ¿es necesario?, ¿no es necesario? Ciertamente así se forman las grandes figuras de la escena de este país: Lucía Lacárraga, por ejemplo... Pero, ¿a qué precio?”.
“No veo que la IA o las nuevas tecnologías sean el enemigo del teatro”
La danza siempre ha estado presente en la vida artística de Ainhoa Amestoy y eso hace también que cuide mucho el movimiento de los actores en sus montajes: “La danza me enseñó a pisar el escenario, me ha ayudado siempre a conformar el volumen, a considerar las distancias, a tener en cuenta la musicalidad (la danza y la música van unidas). Los directores de escena, para empezar a crear partimos de aquellas cosas que nos resultan más próximas, y para mí, a la hora de concebir un espectáculo, siempre parto de la música. Y eso creo que es una deformación (o formación), que viene del mundo dancístico. Es verdad que bailarín hay que nacer, en muchos sentidos, y a mí me faltaban algunas cosas fundamentales para haber podido llegar a ser bailarina profesional. Pero la danza me ha aportado muchísimo y todo ello es estupendo para mi labor como directora de escena. Y luego he pasado también por otros maestros muy rigurosos, como Miguel Narros, Antonio Hormigón en la RESAD, García Berrio en el universo de la Literatura y la crítica literaria… Es decir, que he ido marcada con el paso de un profesional a otro, de un intelectual a otro, que han ido orientando mi manera de entender el mundo y la creación”.
Hablemos también del público, de los públicos. ¿Por dónde discurrir para que cada vez sea mayor el número de personas que acudan al teatro? “Da gusto ver una sala llena —apunta Ainhoa—, pero es verdad que en estos momentos la gran mayoría del público está ya en edades avanzadas. La media quizás ronde la cincuentena para arriba. Creo que no se puede descuidar el acercamiento de los jóvenes al teatro. Desde la parte que me toca, lo he tenido siempre presente. He dado clases de teatro a niños, adolescentes y jóvenes desde un colegio, intentando siempre inculcar el amor al teatro. El niño que se acerca al teatro y consigue amarlo es, posiblemente, un espectador para toda la vida. En todos mis espectáculos he hecho también sesiones matinales siempre que he podido, incluso sesiones de tarde para colegios y, además, he preparado también cuadernos pedagógicos y encuentros con este tipo de público. He utilizado mis estudios filológicos para acercarme a los docentes e intentar atraerlos a mis funciones, enseñándoles al tiempo qué es apropiado o atractivo para sus alumnos. No todo vale para todos. Ayer mismo hablaba con Laila Ripoll, y me decía que estaba especialmente interesada en atraer al teatro clásico a los más jóvenes y que quería programar espectáculos dirigidos especialmente a ese segmento de público”.
“A mí no me dan miedo las nuevas tecnologías -nos comenta Ainhoa pensando también en los espectadores más jóvenes-, ni la utilización de la inteligencia artificial (IA) en mis espectáculos. Todo lo contrario. Creo, por un lado, que el teatro tiene un componente humano y de proximidad que le ha permitido sobrevivir durante más de dos mil años, y precisamente ese universo poblado de pantallas nos da la posibilidad de ofrecer un estimulante e inusual acercamiento al contacto humano. Y, por otra parte, creo que el teatro ha ido siempre encontrando su lugar y no veo que la IA o las nuevas tecnologías sean el enemigo del teatro, sino que hay que saber utilizarlos para que acaben siendo amigos e incorporar esos lenguajes al mundo de la escena. Precisamente nuestra labor es darle vueltas a la cabeza para ver cómo podemos utilizar esas nuevas posibilidades en favor de la escena”.
Queremos contrastar una última duda con la experiencia de Ainhoa, la de saber si seguir en la brecha sobre un escenario es más cuestión de talento, de suerte o de contumacia. Para la artista madrileña, “en teatro la resistencia es clave. En la RESAD he dado durante muchos años clases de Producción, una asignatura no muy querida (la gente se dice ‘¡números, Excel…! ¡qué horror!’) pero que a mí me gusta mucho. Es una asignatura necesaria para los estudiantes porque pueden acabar siendo muy buenos actores o muy buenos directores, dramaturgas, escenógrafas, pero luego van a salir al mundo y se van a encontrar con la realidad y tienen que conocer cuál es el funcionamiento de esa realidad. Lo mismo quieren abrir compañías (es decir, empresas), en un momento dado, y tienen que tener herramientas para poder echar a andar, con lo cual es una asignatura fundamental dentro de una carrera de Artes Escénicas...”.
Y Ainhoa, precisa, exhaustiva, analítica como siempre, apostilla también que “digo insistentemente a mis alumnos que esta es una carrera de resistencia. Hay momentos estupendos que te llevan a todo lo alto y momentos de bajón, muy duros, y tienen que estar preparados para aguantar esas situaciones porque la del teatro es una profesión muy especial: la más hermosa de todas y, posiblemente, también de las más duras. Cuando uno sale de la Escuela suele ser muy joven, pero tiene que estar preparado para hacer esta apuesta con las personas que te rodean, personas de confianza que te ayuden, te pongan los pies en la tierra, te sostengan y te den seguridad, cariño y apoyo. El nuestro no es un trabajo convencional, un trabajo de 8 a 3 sino de 24 horas, sin fines de semana, siempre disponible, que hace muy difícil la conciliación, que en el teatro es prácticamente imposible porque el momento álgido familiar viene precisamente por la tarde y por la noche, y tú tienes que estar en la función. ¿Cómo consigues emplear el tiempo justo para una cosa y para la otra? He visto a muchas compañeras y compañeros que no han tenido hijos en estos 10 años que yo he atravesado (la parte más dura o entregada de la maternidad), y han podido pelear más por su profesión, o por intentar llegar a puestos de gestión porque han podido estar 24 horas al día y siete días a la semana centrados en su trabajo. A cambio, claro, tienen que perderse lo maravilloso que te aporta la maternidad… La vida tiene mil caminos, estupendos todos…”.
Cuestionario final
¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?
Que ese entorno familiar (mis hijos, mi pareja, mis padres…), y de amistades importantes que necesita todo artista, se viera abocado al sufrimiento.
¿El artista debe ser metódico y ordenado o intuitivo y visceral?
Ya lo hemos dicho antes. Hay que equilibrar la balanza entre ambos extremos; ir con las cosas estudiadas, preparadas, pero una vez que entras en la sala de ensayos o te pones frente al papel para escribir, o entras en escena para representar al personaje, o tienes que concebir desde el campo de la dirección una escena en cuestión, hay que olvidarse de todo lo estudiado para permitir que entre la intuición y la posibilidad de dejarte nutrir por lo que te aporta el resto del equipo.
¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?
Siempre es molesto porque el espacio del teatro es, precisamente, el más apropiado para desprenderse de los móviles, unos instrumentos que nos acompañan todo el día de manera obsesiva. Darte esa oportunidad, ese regalo como espectadora y decir ‘lo apago, lo pongo en modo avión’ y me dejo este espacio de relax para experimentar otras sensaciones como ser humano que no estén agarradas a la pantalla… Me molesta que molesten a mi equipo. Una luz puede molestar al técnico; un sonido saca al actor de ese momento imaginario en el que está sumido. Desde mi óptica de dirección o de producción me gusta ver que todo el equipo trabaja a gusto… Pero hay otra cuestión, la evolución con los tiempos. Estos inconvenientes son hoy inevitables. Me di cuenta el año pasado, en el transcurso de una función matinal repleta de adolescentes. Los chavales estaban en otro ‘modo’ diferente porque no paraban de hablar ni de usar el móvil. Pero me vi de que no era por rebeldía, ni por hacerse los graciosos con sus compañeros o porque pasasen de lo que se vivía en escena. Es sencillamente su manera de concebir la vida. Para ellos ahora la normalidad es estar charlando con sus compañeros, y en permanente comunicación con el móvil, al tiempo que asistían a una función de teatro… Hay que reflexionar para ver cómo el teatro se puede amoldar a estas nuevas realidades y explicarles que en el modo ‘teatro’ no necesitan las pantallas porque, además, molestan a técnicos y actores.
¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?
En principio, no. Es verdad que hay cierta confusión y que hay gentes de derechas que luego no lo son tanto, y viceversa, hay gentes de izquierdas que tampoco lo son tanto como creen ser. Si alguien de izquierdas echa de menos la izquierda de hace 20 años, lo mismo es que son conservadores… Hay muchos aspectos a matizar.
¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?
¡Queda mucho, queda mucho…! Generaciones incluso. Con mis hijos ya veo que estamos en otro lugar. Están mucho más concienciados, y eso me da esperanzas. Tenemos que creer en la gente que viene y en que estamos en el buen camino. ¡Ojalá pronto tengan que desaparecer preguntas como esta! Será el signo de que ya todo se habrá igualado.
¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?
Si dentro de la maraña que es la vida y de este ritmo en el que estamos metidos en las grandes ciudades como Madrid, y en profesiones como la que hemos elegido, me pregunto si habrá algún momento de parón en el que pueda refugiarme para pensar. No consigo tener ese tiempo propio (como en
Una habitación propia, de
Virginia Woolf), que me permita, por ejemplo, ponerme a escribir una novela. Si volviese a empezar, lo mismo me centraba exclusivamente en la escritura. Claro, que probablemente terminaría en el teatro otra vez… (Ríe con ganas…).