El BCE se enfrenta a una compleja combinación de factores internos y externos que limitan su margen de actuación. El vicepresidente de la institución ha advertido que una eventual guerra comercial impulsada por Estados Unidos tendría efectos moderados y transitorios sobre la inflación, pero resultaría profundamente negativa para el crecimiento, en un entorno de estancamiento económico prolongado.
En paralelo, las tensiones geopolíticas y comerciales obligan al banco central a adoptar una postura de extrema prudencia. Desde el área de supervisión bancaria del BCE se ha subrayado la necesidad de que las entidades refuercen sus sistemas de gestión de riesgos y planificación de liquidez ante posibles episodios de tensión en los mercados, incluido un eventual deterioro en el acceso a financiación en dólares. En cuanto a la política monetaria, las últimas declaraciones de miembros del Consejo de Gobierno apuntan a que los próximos recortes de tipos estarán condicionados por la evolución de los riesgos inflacionarios. Si bien se reconoce que el escenario base permitiría avanzar con la normalización, se advierte que los shocks externos, como los nuevos aranceles, podrían intensificar las presiones sobre los precios, complicando la trayectoria esperada de los tipos de interés.
Por su parte, el Banco de Noruega decidió mantener el tipo de referencia en el 4,5%, con un tono más restrictivo de lo previsto. El repunte inesperado de la inflación ha llevado a revisar al alza la senda proyectada de tipos, con solo dos recortes previstos en 2025, probablemente en septiembre y diciembre, lo que sugiere un enfoque más cauto y dependiente de los datos.