Si cerrábamos el año con el anuncio de una fecha -el 15 de enero- para la firma de lo que apenas es una tregua en el largo capítulo de la guerra comercial, el presidente de los EE.UU. nos coloca ahora frente a otro conflicto que, este sí, puede reportarle rédito electoral, de modo que incluso en su imprevisibilidad, cuente que traerá consecuencias. Y es que, en cualquier manual de supervivencia de este año, aparece entre los considerandos el conflicto EEUU/Irán.
No traerá una guerra al modo del siglo XX, pero como la brea, ya no nos lo quitaremos de encima. De momento obliga a que el año no pueda arrancar para los inversores sin mirar de reojo al pasamanos, y mientras las cosas no cambien lo suficiente, que no será pronto, el dólar es refugio y así se comporta. La política, con o sin geo delante, se niega a abandonar las portadas y pese a ello, o precisamente por ello, aventurarse a romper con lo que deja el año recién terminado, exige de más fe que miedo.
Por ahora paraliza el arranque algo más despejado que cabía pronosticar y por paradójico que pueda parecer, favorece el status quo, justo cuando acabamos de dejar el año en el que los rangos de oscilación en los tipos de cambio están entre los más estrechos desde que en 1973 se inauguró el actual sistema monetario internacional. ¿Para qué jugarse el tipo si no hay quién se aclare con lo que cabe esperar? Políticas confusas generan resultados confusos, y si hay territorios más despejados por los que apostar, se acude a ello. La explosión de actividad que sigue a periodos muy estables y que tiene su entorno más propicio en las primeras semanas de cada año, todavía puede hacerse esperar.