El impulso económico en China que siguió a la crisis del coronavirus se tambalea y aumenta la presión sobre sus dirigentes económicos para que apliquen más estímulos que apuntalen la actividad. El PIB creció sólo un 0,8% en el segundo trimestre con respecto al trimestre anterior, en comparación con una expansión del 2,2% en el primer trimestre. En términos interanuales, el crecimiento fue del 6,3%, acelerándose desde el 4,5% de los tres primeros meses del año, pero muy por debajo de la previsión del 7,3%.
Los indicadores de mayor frecuencia han subido con respecto a las cifras de mayo, pero siguen dibujando un débil panorama, con el desempleo juvenil alcanzando máximos históricos. Además del PIB, las ventas minoristas crecieron un 3,1%, una brusca ralentización que contrasta con el aumento del 12,7% registrado en mayo. Las exportaciones registraron la mayor caída en tres años debido al enfriamiento de la demanda nacional e internacional, al tiempo que continúa la prolongada caída del mercado inmobiliario. Ahora, todas las miradas están puestas en la reunión del Politburó, prevista para finales de este mes, en la que los máximos dirigentes podrían trazar el rumbo de la política económica para el resto del año.
Ayer, en el encuentro del G20, la secretaria del Tesoro de EE.UU. declaró que un crecimiento más lento en China podría extenderse a otras economías pero que la actividad estadounidense está en "buen camino", señalando que el crecimiento en EE.UU. se ha desacelerado, pero el mercado laboral sigue siendo bastante fuerte y no espera una recesión.