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Crítica de la obra 'De mí cuando yo muera', de Juan Camacho

La ley de la verdad
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La ley de la verdad

lunes 07 de octubre de 2024, 17:41h
“La vida es una biblioteca millones de libros”‘ llega a decir Ernesto, uno de los personajes de “De mí cuando yo muera” de Juan Camacho. Millones de libros que albergan todo lo que el ser humano ha podido experimentar durante su paso por el mundo. Todo incluso aquellas preguntas que quedan sin respuestas.
La obra parte de la necesidad que tiene Ernesto, a sus setenta años, de escribir no un poema, sino “el” poema y, por medio de este proyecto, se van formulando las preguntas fundamentales de la existencia hasta llegar a la más importante para el personaje: ¿la vejez para qué?”.

A pesar de sus logros como novelista, que acapara los premios más importantes de la literatura, el sentido negativo que de la vida (en la vejez) tiene Ernesto contrasta con el vitalismo de David, el segundo personaje. David fue alumno desde que ingresó en el centro donde profesaba Ernesto. Con el paso de los años y gracias al apoyo de Ernesto llegó a ser neurocirujano y además amigos.

Temas como la soledad, el olvido, la confusión entre realidad e irrealidad, pero también la solidaridad, la amistad y el afecto trascienden lo puramente cotidiano para convertirse en reflexión sobre la vida y la muerte, la juventud y la vejez. Esta última condicionada por el balance de Ernesto por lo realizado a lo largo de su vida.

El culmen de la obra llega en el último acto cuando aparecen los personajes alegóricos de la Razón y de la Conciencia (Idoia Mielgo). Ambos se enfrentan, especialmente esta última con la mente del propio personaje creando un conflicto en su interior. Un conflicto que le sume en una profunda crisis hasta el punto de no discernir entro lo real y lo irreal, emergiendo como una ley, la ley de la verdad.

“De mí cuando yo muera’ indaga, asimismo, en la utilización de fórmulas dramáticas que, aún no siendo originales, rompen con el desarrollo temporal de la obra y que dotan al montaje de un efecto sorpresivo y enriquecedor,. Así ocurre con los soliloquios paralelos cercanos a la “acción indirecta” chejoviana o a la elipsis de corte cinematográfico con la explicación del estado anímico de Ernesto a David.

Excepcional el trabajo de los actores. Ernesto F. Valerio ofreció frescura y naturalidad al joven David, Idoia Mielgo Merino, carácter y fuerza dramática a la Conciencia y José Luis Urrutia, también director de la obra, profundidad y oficio al viejo Ernesto.

En fin, una propuesta que ofrece algo más y que no deja ni dejará indiferente al espectador.
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