La madrileña sala Arte y Desmayo rescata ahora el clásico norteamericano en montaje dirigido por Fernando Sansegundo, con la portentosa exhibición de cuatro actores que despliegan durante más de dos horas en escena toda la pasión, la rabia, el odio, la sorpresa, la humillación y el delirio que contiene ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’, en una versión atinadísima que, quizás, habría necesitado un pequeño lavado (actualización) de algunos giros lingüísticos para calar aún con más profundidad en el alma de los espectadores de hoy. Con todo, este es un asunto menor para lo que constituye, sin duda, un magnífico montaje de esa pequeña y escondida sala madrileña (a trescientos metros del metro Marqués de Vadillo), y a donde merece la pena acudir porque el montaje es impresionante.
No es extraño que la pieza escandalizase a la sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo pasado porque su texto es verdaderamente corrosivo. El matrimonio, la familia y el estilo norteamericano de vida salen aquí volando por los aires y los escombros de aquella explosión han llegado hasta nuestros días. No hay más que comprobarlo acudiendo a ver esta estupenda y lúcida versión.
Como dice Sansegundo en la presentación del montaje, no hay duda alguna de que estamos frente a un clásico porque "si algo define a un clásico es no solo su calidad sino su vigencia. Clásicos son los que no caducan, los que siguen metiendo el dedo en las mismas llagas que continúan y continuarán abiertas mientras sigamos siendo miembros de esta especie, desdichada y grandiosa a un tiempo, a la que pertenecemos".
Lucha a muerte
En la fábula se presenta inicialmente a dos personajes, matrimonio desde hace ya veinte años, George (profesor de historia, y alcohólico) y Martha (hija del rector de la universidad donde George da clases). Ambos se profesan un odio brutal, profundo, indisimulado y salvaje que ya no tiene vuelta atrás. En su casa no hay lugar para la piedad y no desaprovechan la ocasión, por nimia que sea, para lanzarse dardos y hasta cuchillos envenenados en cada una de las palabras que se entrecruzan. Los dos se conocen perfectamente y alguna poderosa razón les hace a ambos aguantarse mutuamente desde hace tanto tiempo. Su relación es feroz, autodestructiva y están permanentemente exasperándose, insultándose y provocándose en una relación que tiene bastante de sadomasoquista.
Un sábado por la noche, después de una fiesta, invitan a su casa a un joven profesor de Biología (Nick) y a su esposa (Honey). Su presencia, sin embargo, no evita que Martha y George se sigan humillando, maltratando y despedazándose como de costumbre. Lo peor será que el joven matrimonio, que observa aterrado y boquiabierto el “espectáculo”, también se va a ver salpicado, y no solo porque vea con horror cuál puede ser su futuro como pareja, sino porque allí mismo verá contaminada su relación. A través de este cruel juego sale a relucir la verdad tanto sobre los anfitriones como sobre los invitados.
La descarnada lucha matrimonial la trasladan al escenario dos grandes actores, Juanma Gómez (George) y Mélida Molina (Martha), que dan una lección magistral de lo que debe de ser ponerse en la piel de un personaje. Magníficos ambos en un combate actoral -y perdón por la metáfora- que no cesa hasta mucho después de fundir en negro para terminar la función. Sus jóvenes partenaires secundan también el duelo con una estupenda actuación Enrique García Conde (Nick), ambicioso y avispado, pronto morderá el cebo que le tiende Martha y Sheyla Niño (Honey), en el papel del único personaje inocente, aunque tampoco se salva finalmente de la quema general. ¡Inmensos, gigantes, Juanma y Mélida! Y estupendamente secundados también… Por cierto, escalofriante ese grito de Martha sacando afuera toda esa rabia interior que me recordó a otro grito también salido de las entrañas de Medea lanzado por Aitana Sánchez-Gijón en el montaje de Lima.
Dividida en tres actos (titulados Diversión y juegos, Noche de Walpurgis y El exorcismo), el título de la obra no está muy claro porque nunca su autor confesó hacia dónde apuntaba con él, pero la creencia más general alude a la célebre canción de Disney ¿Quién teme al lobo feroz?, que aquí se traslada al estatus social de los protagonistas.
La escenografía de Ana G. Marina traslada al espectador a un amplio salón de una familia acomodada, en donde el bar tiene un rincón preeminente. La luz intensa se transforma en lúgubre en ciertos momentos de máxima tensión de la obra. En ella solo suenan dos temas musicales, pero de una significación extrema. El primero contribuye a la incomunicación total de los cuatro personajes (el tocadiscos suena a todo volumen) mientras que el segundo -una versión del clásico Fever-, sirve a Martha para insinuarse llena de sensualidad y locuacidad corporal al joven y guapo invitado, Nick, que no puede resistirse a sus encantos…
Se trata, en definitiva, de un montaje magnifico, con una dirección milimétrica en la dosificación de la tensión dramática, los movimientos actorales, la utilización de la luz y de la música. Todo aquí está al servicio de la violencia, el odio, el desprecio, la pasión, la sensualidad y la sexualidad que rebosa -implícita o explícitamente subrayadas en escena- toda la función.
'¿Quién teme a Virginia Woolf?'
Texto: Edward Albee
Dirección: Fernando Sansegundo
Intérpretes: Juanma Gómez, Mélida Molina, Enrique García Conde y Sheyla Niño
Traducción: Alberto Mira
Iluminación y Sonido: Álvaro Gómez
Escenografía: Ana G. Marina
Vestuario: Sagra G. Vázquez
Diseño gráfico: Roque Domínguez
Fotografías: Patricia Barroeta
Producción: Arte&Desmayo
Sala Arte&Desmayo, Madrid
Toda la temporada 2018