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Apuntes desde la Sala. El cibercafé

Apuntes desde la Sala. El cibercafé

lunes 05 de marzo de 2007, 13:25h

Es lunes e iniciamos la cuarta semana del juicio. Y es importante porque se cada día que se reanuda la Vista se demuestra que este país se avanza imparable en aplicar el peso de la ley sobre los autores de la masacre, ahora que estamos en vísperas del tercer aniversario y a punto de inaugurar solemnemente monumento en Atocha. La bancada de los letrados, en la que se aprietan en tres largas filas 49 abogados se asemeja a un largo y luminoso cibercafé, en el que la mayoría de los togados mantienen pegado el dedo índice de sus mano derecha al pequeño cuadrado del ordenador portátil, lo que les permite accionar los cursores. Alguno teclea sus anotaciones. Enfrente de ellos, en los pupitres de la fiscalía, el fiscal Carlos Bautista, escribe en su portátil sin apartar la vista de su teclado mientras su jefa Olga Sánchez dirige sus preguntas al testigo protegido 18.403. Hay sin embargo algunos que prefieren el método tradicional y toma notas en papel usando su bolígrafo en este juicio high-tecnology. Desde el estrado del Tribunal, los magistrados Félix Alonso y Fernando García Nicolás, que flanquean al presidente Javier Gómez Bermúdez, escriben a mano en dos gruesos cuadernos de anillas detrás de los monitores de sus portátiles.

Y es que a este lado del cristal blindado no hay a quien mirar mientras presta declaración. La voz del inspector jefe de la Comisaría General de Información, en los días del atentado, se distribuye por la megafonía desde un ángulo celosamente oculto por unas cortinas que preservan su identidad. El jueves pasado por la tarde se había iniciado en la Casa de Campo la hora de los testigos protegidos. Y ello parece haber alejado de la Sala a mucho público, hasta el punto que se empiezan a ver claros en la sillería.

Al otro lado del cristal blindado están como con orejeras. La persianilla de plástico que protege al testigo impide a los presos ver al Tribunal y solo les queda fijar la mirada en los otros reos que están en libertad y asisten al juicio en las sillas del centro de la Sala.

Les han quitado un peso de encima y por eso se les ve más relajados aunque nadie aseguraría que en cualquier momento Rafá Zohuier monte otra patochada para llamar la atención. Lo que les alivia es que ya ninguno de ellos volverá a ocupar el banquillo para acusar a los demás y pasarle los muertos. Por eso “El Egipcio” mantiene su pose de  permanente concentración con los cascos de la traducción como prolongación de sus orejas. O Suárez Trashorras se afana en encontrarse aún alguna uña que morderse. No es que esté más nervioso que cuando le delataron en su declaración alguno de sus compinches, es solo su forma de matar el tiempo.

TARJETAS. Pero la suerte  va por barrios y a cada dato o análisis aportado de viva voz por el testigo protegido 18.403 en la mañana o, durante la tarde, por el funcionario policial 81.572, alguien se inquieta en la pecera. Los titulares de los informativos se los ha llevado hoy el primero al asegurar que la salvajada del 11M se hizo en España porque nuestro país era el eslabón más débil del llamado trío de las Azores que invadió Irak, testimonio que ha dejado indiferentes a los 29 procesados. Lo malo para algunos ha llegado después, cuando los dos policías explicaron el minucioso estudio realizado por los de la científica del tráfico telefónico de los meses previos al 11M entre las tarjetas de los móviles. Y fue ahí cuando empezaron a aparecer conversaciones cruzadas por muchos acusados con Jamal  Ahmidam, “El Chino”, supuesto jefe de la matanza y suicidado en Leganés. Pero también aparecen Zouhier, Suárez Trashorras, Carmen Toro o los hermanos Moussaten. Precisamente fueron identificados por sus tarjetas de móvil. Y entonces todos ellos se mantienen hieráticos pero reprimiendo removerse en sus asientos.

LOCUTORIO. El relato de las dos voces se asemeja a veces a la más compleja de las tramas criminales de Ágatha Cristie que solo se puede seguir con continuas consultas al índice onomástico, con la dificultad añadido de que el sonido al pronunciar los nombres árabes hace aún más difícil su identificación. No pasa así con Jamal Zougam el dueño del locutorio de Lavapiés al que sospechosamente iban todos a comprar tarjetas para su teléfono móvil aunque para ello tuvieran que atravesar medio Madrid. La explicación, según el también procesado Mouhannad Almallah “Dabas”, es que el locutorio de la calle  Tribulete era como el Media Markt de las tarjetas pre pago para el grupo: lo más barato. La versión de los dos testigos es que allí se llegaron a adquirir por el grupo terrorista hasta 100 tarjetas, algunas de las cuáles activaron los explosivos en los trenes. Y además Zougam era ya conocido por los servicios policiales de varios países como vinculado a células islamistas radicales desde un año antes de los atentados. Y entonces en la Sala se vive uno de esos momentos en los que parece que pueden estar encajando algunas de las piezas del puzzle siniestro. Y es cuando Jamal intercambia miradas de inteligencia con “Dabas” junto a quien está sentado dentro de la pecera. Los dos permanecen recostados en la pared y muy próximos a los marroquíes Rachid Aglif y Fouad El Morabit, supuestos lugartenientes de “El Chino” o al sirio Basel Ghalyoun. En ellos ve la fiscalía el grupo en el que se mezclan los autores materiales e intelectuales de la masacre. Todos ocupan sus celdillas en un complicado y multicolor cuadro confeccionado en power point por la policía y que emite la pantalla VGA de la Sala. Pero claro, ya lo dice con buen criterio el siempre atento Gómez Bermúdez, que bien esta la high-tecnology pero mejor “procédase por el señor secretario a hacer copia en papel” porque en pantalla no se distingue muy bien. Y a mí me pareció que una cierta sonrisa aparecía en los labios de quienes tomaban notas en boli y papel en el cibercafé de la Sala...

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