Felipe VI bajo la alargada sombra de la República
martes 03 de junio de 2014, 11:19h
Antes de que termine junio y ante las Cortes Generales,
Felipe de Borbón y Grecia se convertirá en Felipe VI, enlazando su nombre como
Rey con el del primer monarca de la casa Borbón que llegó a Madrid el 16 de
noviembre de 1701 para enfrentarse en un dura lucha por la corona con el
archiduque Carlos, a quién curiosamente le coronaron también Rey en Cataluña.
Desde aquel lejano inicio del siglo XVIII se han sucedido
al frente de nuestra convulsa España varios monarcas, dos Repúblicas, varios
levantamientos militares y una Dictadura hasta llegar al 22 de noviembre de
1975, fecha a la que habrá que unir en el calendario de la historia la del 2 de
junio de 2014. Entre ambas están los 39 años de reinado de Juan Carlos I
convertido en Rey y sucesor del dictador por unas Cortes franquistas y
refrendado tres años más tarde por la mayoría de los españoles en el Referéndum
constitucional del 6 de diciembre de 1978. A la figura del Rey se le unía la
unidad de España y la voluntad democrática de un pueblo que un 14 de abril de
1931 quiso ser republicano, pero que tras los padecimientos de la Guerra Civil
y la larga travesía de la Dictadura aceptaba la
Monarquía como forma de gobierno.
Durante estos años de consolidación de las libertades y
profundos cambios económicos y sociales el sentimiento republicano no ha
desaparecido. Ha estado soterrado, creciendo lentamente entre las nuevas
generaciones, las que vivieron los duros años 50, 60 y 70 y para las que la forma
del estado no era una preocupación hasta que estalló la crisis económica de
2006 y todo el andamiaje estructural de España se comenzó a poner en tela de
juicio. Con don Juan Carlos en el trono el pacto político de la transición no
corría peligro pese a los escándalos que han sacudido a la Casa Real en estos
últimos tiempos, pero los defensores y partidarios de la República esperaban el
anuncio del cambio en la Corona para pedir un nuevo pacto constitucional, un
nuevo Referéndum sobre el carácter del Estado que estuviera en manos de todos
los ciudadanos.
Las manifestaciones de miles de españoles, sobre todo en
Madrid y Barcelona, a favor de una Tercera República son la mejor constatación
de que las relaciones de Felipe VI con los 46 millones de españoles que
conformamos la Nación van a ser muy distintas de las que ha tenido su padre
hasta hace escasas fechas. La crisis económica en primer lugar y las
reivindicaciones nacionalistas en Cataluña y el País Vasco, en segundo, a las
que se unen los escándalos que han hecho tambalearse a la Casa Real, van a
exigir de los nuevos Reyes ( no podemos obviar las enormes diferencias que
existen entre doña Sofía y doña Letizia y que se reflejan en la aceptación y
valoración popular de una y otra ) unas grandes dosis de paciencia, reflejos
políticos y tal vez la valentía de aceptar el reto de someter su Corona a una
prueba de legitimidad popular que consagré de forma definitiva la forma
monárquica en España, ahora en plena democracia y no como hace 39 años a la
salida de una Dictadura.
Si aceptamos que don Juan Carlos pensó en abdicar en
enero, que se lo dijo al Príncipe en esas fechas y que trasladó esa voluntad a
los líderes políticos a partir del mes de marzo, sorprende la provisionalidad y
la urgencia con que se han desatado los acontecimientos desde las diez de la
mañana del 2 de junio al conocerse la nota de comparecencia del presidente del
Gobierno.
Creo que el resultado de las elecciones europeas han
terminado por encender todas las alarmas institucionales. Una mayoría de
españoles, unos cuantos millones, han apostado por las formaciones de izquierda
entre las que la fórmula de la República es mayoritaria. Si ese sentido en las
votaciones , con inclusión de una parte de la derecha, se repitiese dentro de
doce meses en los comicios autonómicos y municipales, la Corona con Juan Carlos
I al frente podría encontrarse en una situación similar a la que vivió su
abuelo Alfonso XIII en 1931, con una mayoría de grandes ayuntamientos en manos
de la izquierda, con las reivindicaciones catalana y vasca más fuertes que
nunca y con unos partidos que hayan destrozado el bipartidismo que, desde la
Transición, han hecho el mismo papel que hicieron los seguidores de Canovas y
Sagasta en la Restauración borbónica.
Con ese panorama la decisión de abdicar del Rey se
entiende y adquiere su propia grandeza, al sacrificar su persona en aras de la
institución y de los equilibrios democráticos que hemos tenido y tenemos en
España. La crisis de la Monarquía se ha mimetizado con la propia crisis del
país, de sus instituciones y de su sistema de convivencia. Sería más que
deseable que la renuncia de don Juan Carlos sirviera de ejemplo para otras
renuncias tan necesarias o más que la suya, tanto en el ámbito político como en
el económico y empresarial. Tenemos entre todos que cambiar muchas cosas que no
funcionan y o las hacemos con negociación y diálogo o aparecerá la violencia y
la ruptura. El Rey ha dado un primer y enorme paso, la clase política tiene que
dar los siguientes.