Fue, en efecto,
una sorpresa. Una sorpresa que acaso no debería haberlo sido tanto, porque ya
tocaba que el mayor porcentaje de católicos en el mundo, los hispanohablantes,
tuvieran 'su' Papa. Un latino, un argentino. En el que, por cierto,
nadie había pensado, acaso por sus concomitancias -o por su no condena
explícita, al menos-con el régimen terrorífico de Videla. O porque la
partida se jugaba más fuerte entre Italia, los Estados Unidos y Brasil, ese
país siempre lanzado a por todas en lo que a diplomacia y dominio del mundo se
refiere. Bergoglio nos parecerá mejor o peor, pero, para quien esté en este
segundo bando, digamos que menos mal que, sin duda, para la presidenta
argentina, Cristina Fernández de Kirchner, no debe haber sido una gran noticia el
ascenso al papado de alguien con tan argentino nombre como Jorge Mario
Bergoglio, que fue blando con la dictadura de los generales y duro con los
Kirchner.
El tal Bergoglio
-de él se hablará mucho, se ha hablado muy poco-va a tener un poder
efectivo sobre el mundo, y no solamente sobre el que se reclama oficial u
oficiosamente católico (ml doscientos millones de personas): el hombre que
ocupa el principal despacho en El Vaticano es más que un jefe de Estado, más
que un dirigente espiritual: es el líder de la cristiandad, el hombre que
ejerce influencia sobre la espiritualidad, sobre el pensamiento, sobre la
Historia occidental. Mucho más, en efecto, que un jefe de Estado como cualquier
otro. Mucho más que los restantes inspiradores de una religión. Guste o no
guste, el sucesor de Pedro no es un personaje importante como los demás
personajes importantes: nadie en el planeta ejerce un liderazgo, para bien o
para mal, positivo o negativo, sobre tal cantidad de gentes de todos los
continentes. Y es de suponer que Bergoglio no va a ser un Pontífice de
transición -pese a su edad: está a punto de cumplir 77 años--, alguien
que se resigna a un papel continuista, sin asumir que el mundo está en un
proceso de cambio acelerado, que nada puede ser como con Juan Pablo II, ni como
con Ratzinger, pese a que Ratizinger no era precisamente alguien que se
resignase a pasar inadvertido.
Y ese Papa
resulta que es argentino, que comparte idioma, costumbres, historia, con otros
cuatrocientos y pico millones de personas. El colectivo católico más importante,
el que tiene más futuro y casi ya más presente. Dijo el ministro español de
Exteriores, García Margallo, que ya era hora de que alguien hispanohablante
ocupase la sede vaticana. Lo dijo antes de la 'fumata bianca' y
ahora, se supone, debe de estar encantado, sea cual sea el pasado 'político'
de este Papa Francisco . No es, ahora, lo más importante. Lo más importante es
el futuro, ahora que hemos entrado en una nueva era, en la que la Iglesia católica
ocupará nuevamente un papel destacadísimo. Desde este periódico, que siempre se
ha manifestado aconfesional y en el que todo el mundo puede opinar, en materia
religiosa y política, como le plazca -los hechos son sagrados, la
opinión, libre-damos la bienvenida a un tal Bergoglio, destinado,
confiamos, a cambiar muchas estructuras arcaicas, muchos dogmas anticuados, no
pocas creencias ancladas en un pasado imposible en este presente acaso
aterrador, pero que admite la esperanza.
Lea también:-
Vea los discursos más controvertidos del nuevo Papa (vídeos)-
Las Madres de Plaza de Mayo acusaron a Bergoglio de darles la espalda-
Sorpresa total: el argentino Jorge Mario Bergoglio se convierte en el Papa Francisco I-
¿A qué se enfrentará el nuevo Papa? Escándalos de pederastia, 'Vatileaks'...-
'Habemus Papam': Fumata blanca tras cinco votaciones en el Cónclave