jueves 26 de abril de 2012, 19:09h
Si la
política de reinserción de presos de ETA anunciada por el Ministerio del
Interior que dirige Jorge Fernández Díaz la hubieran realizado -con o sin anuncio- Zapatero
y su lugarteniente Pérez Rubalcaba, en estos momentos tendríamos una contestación
del PP y de las asociaciones de víctimas del terrorismo realmente sin
precedentes. Quizá por eso, y por otras razones que sería arduo explicar, ni
Zapatero ni Rubalcaba llegaron tan lejos. Pero sí es cierto que el propio Mariano
Rajoy -o alguno de sus adláteres- hubiera salido entonces ante la opinión pública para
desacreditar la iniciativa socialista y para afirmar, como ya hizo en otra
ocasión, que un futuro gobierno del PP no respetaría los acuerdos a los que el
gobierno de Zapatero llegara con una banda terrorista.
Pero
los tiempos cambian, y hasta ahí se puede comprender la metamorfosis operada en
Rajoy y en sus hombres de confianza. Es cierto que a finales de 2006 estuvimos
muy cerca de 'lograr la paz en Euskadi'; un eufemismo para decir que estuvimos
a punto de conseguir el fin del final del terrorismo etarra en España. ETA y
sólo ETA fue la única culpable de que no se llegara entonces a un acuerdo, pero las bases habían sido sentadas, tanto que es difícil explicar que en sólo 3
años -entre mayo de 2007 y mayo de 2010- cayeran sucesivamente seis ejecutivas
etarras... y un buen número de pistoleros descerebrados.
Es
evidente que ETA está 'trufada' por los servicios de información y por las
fuerzas de seguridad, pero también es evidente que dentro de la organización,
algunos -parece que ya muchos- piensan que la 'lucha armada' no tiene sentido,
y que pueden haber colaborado, acaso por inacción, por ser suaves, para la
caída de los pistoleros más brutos como Thierry, o como Txeroki y otros cuantos
del dedo pegado al gatillo. Es decir, que durante el gobierno de Zapatero, y con
la anuencia y entrega del PNV, se había sembrado una semilla que germina ahora.
Algunos nombres deberán ser recordados para la historia; muchos, acaso, pero
hay uno que merece destacarse por su resolución: Jesús Eguiguren, el mismo que
inició las 'sesiones gastronómicas de Txillarre' que condujeron, años después, a las
reuniones de Loyola.
Aquello
sembró la semilla en un campo que, gracias a la labor policial española y la
cooperación total -entonces sí- de Nicolás Sarkozy, tenía que fructificar sin
duda en la declaración de alto el fuego, primero, y del 'cese definitivo de la actividad
armada', después.
Pero,
claro, nadie, ninguna organización se desarma, se disuelve sin más si no
obtiene algo a cambio. ¿Y qué puede obtener ETA? Desde luego, nada políticamente hablando.
Así que sólo queda por negociar una salida para sus presos y unas 'medidas' determinadas
para los que aún permanecen fuera de España. Entre medias están las digamos
conversaciones para ver cuáles son esas medidas 'no políticas', sus tiempos, sus
declaraciones, sus actos, sus gestos, etcétera. Es decir, lo que se llama una 'hoja de
ruta'.
Y creo
que nadie duda ya de que el Gobierno de Rajoy tiene una hoja de ruta; la suya,
sí, pero una hoja de ruta al fin y al cabo. Y que en esa hoja de ruta se incluye,
por ejemplo, el plan que ha puesto en marcha el ministro Fernández Díaz -desde
luego con aquiescencia de Mariano Rajoy- de acercamiento de presos, aunque lo
haya revestido de lagarterana y haya incluido a 'todo' el terrorismo -grapos e
islamistas radicales- y hasta a los mafiosos de la nueva cosa nostra.
Es
valiente la decisión de Rajoy, como valiente fue la de Zapatero de entablar negociaciones
con ETA. Son dos iniciativas sin duda muy distintas, sí, pero la una ha tenido que
llevar necesariamente a la otra, y justo es reconocerlo para hacer justicia a
ambos. Ahora bien, Rajoy, como antes Zapatero, se ha metido en un auténtico
berenjenal donde le van a dar por todos lados: los oficiales de la guardia
civil no están conformes, ya lo han dicho; las asociaciones de víctimas están
preparando las teas para incendiar las calles, ya lo sabemos, y hasta en las
filas del PP han salido voces, como la de Jaime Mayor Oreja, avisando al
Ejecutivo de las consecuencias de sus acciones.
Otros muchos, sin embargo, aplauden a Rajoy, y el PNV, el PSOE y la izquierda en
general le apoyan. Tiene Rajoy más que lo tuvo Zapatero. Así que ahora puede que sí,
que ahora sí estemos próximos a punto de ver el fin del final de una pesadilla. Pero Rajoy se ha
metido en un nuevo problema. ¿Mantendrá el tipo y seguirá adelante, o se dejará
llevar por las presiones y dará dos pasos atrás? Ése es el dilema.