El
11-S de 2012, no podía ser de otro modo (al tiempo que se
celebraba la
Diada de Cataluña, la tierra que le vio nacer), Albert
Boadella
el histórico fundador y director de la compañía teatral Els
Joglars anunció su despedida de la criatura a quien él mismo
dio vida, después de dirigirla durante más de 50 años. No iba
a defraudar, ni a sus detractores ni a sus seguidores a ultranza
alguien que durante más de cinco décadas ha sabido lidiar con
elegancia y naturalidad su probablemente no buscada fama de
provocador y polemista.
Es
cierto que, año tras año, Boadella ha sabido superarse a sí
mismo y eso solo está al alcance de los genios. Hacer un programa
de radio, o un artículo, un libro, dirigir una obra de teatro o un
film, es relativamente fácil. Lo verdaderamente difícil es hacer
programas de radio, libros, obras de teatro, películas o cualquier
otra actividad bien, y de forma sostenida en el tiempo, como ha
venido haciendo el director, actor, dramaturgo e intelectual
catalán.
Más
difícilComo
en el circo, más difícil todavía: Boadella ha sabido
materializar lo que posiblemente peor hacemos los españoles:
marcharse a tiempo y, además, hasta dejar su grupo teatral en
las mejores manos posibles, las de
Ramón
Fontserè, otro grande del teatro, que llevaba ya varios
lustros compartiendo escena con Boadella.
Memorables
son sus montajes al frente de Els Joglars durante este medio
siglo. Por citar algunos, subrayo aquellos primeros
Mimodrames
(1962),
Deixebles
del silenci
(1965),
Calidoscopi
(1967). Luego
pasó a sus ácidas críticas a los estamentos políticos,
religiosos o militares que encarnaron
La
torna (1977),
Catalònia M-7
(1978),
Laetius (1980),
Teledeum
(1983),
Bye, Beethoven
(1987),
El Nacional
(1993),
Ubú,
president
(1995),
La
increíble historia del Dr. Floit & Mr. Pla
(1997)
o Daaalí (1999), El retablo de las maravillas (2004) y
Controversia del toro y el
torero
(2006),..., sin
contar sus incursiones en varias series de televisión y su film
"Buen
viaje, excelencia"
(Lola Films, 2003).
Ha
estado contra
Franco, perseguido por la Iglesia, los militares,
Pujol, y ahora por todo el nacionalismo de Convergencia i Unió,
hasta el punto de tener que soportar improperios de alguno de sus
paisanos catalanes cuando se acerca por su propia tierra y a su
propia casa. Y, aún así, o precisamente por ello, Albert -erre
que erre- no renuncia a su condición de catalán y español, a la
vez. Es, posiblemente, el ejemplo más patente e imitable para las
jóvenes generaciones de lo que supone ser un intelectual, con
todas las letras y con todas las consecuencias.
Según
confesión propia, su otrora larga lista de amigos se ha visto
reducida a no más de media página como consecuencia de sus posturas
razonadas y razonables por la crítica de la deriva nacionalista
catalana del gobierno del convergente Mas. Aún así, Boadella
se mantiene tan firme como irónico y no abandona esa sonrisa
entre cínica y triste frente a sus paisanos, desde la atalaya de
Madrid, al frente de los Teatros del Canal. Larga vida al director,
al escritor, al hombre que, posiblemente, encarna hoy como nadie la
carga de lo que significa ser un intelectual honesto y
consecuente hasta el final en esta España de nuestras entretelas.