Un ex
combatiente de la guerra civil hubiera descrito la noticia de la abdicación del
Rey como un pepinazo del quince y medio en plena siesta. En medio del análisis
de las elecciones europeas y en el incipiente proceso de presunta renovación
del Partido Socialista, tras un viaje, ahora vemos que de despedida, por los
países árabes del golfo a los que tanto quiere y tanto les debe, el comunicado
real ha producido, primero, un estruendo paralizador por su sorpresa e,
inmediatamente, un proceso frenético para su análisis.
No se
esperaba un notición así en estos momentos. Ciertamente se barajó la
posibilidad de abdicación cuando el escándalo de Botswana, por ejemplo, en el
que se dieron motivos para especular respecto al relevo dinástico. Sin embargo
ahora, cuando se atisba una alborada económica, el asunto de la abdicación
había sido olvidado y quienes presumían de conocer bien al monarca, habían
robustecido la teoría de los pies por delante para salir de Zarzuela. La Reina,
perteneciente desde su nacimiento a la realeza europea, había apuntalado en un
par de ocasiones la máxima de que un rey lo es hasta que se muere. Y no solo
protocolariamente o como figura áulica, sino en el ejercicio de todas sus
prerrogativas.
En su
mensaje el Rey ha dejado claro que se va tras el deber cumplido y que ha
llegado el momento, a sus setenta y seis años, de dar el testigo a su hijo don
Felipe para que sea él quien apechugue en una nueva era de la Historia de
España.
Juan Carlos sucedió a
Franco pero solo en la Jefatura del Estado,
porque se desprende de su doctrina y realiza la transición política que ahora
culmina con su retirada para dar paso, si las cosas salen como están planeadas,
a la consolidación de la
Monarquía. El mecanismo sucesorio que inmediatamente se va a
poner en marcha no produce los temores
que produjo la muerte de Franco y proclamación del sistema monárquico. Ahora se
trata de un trámite burocrático todo lo solemne que se quiera, pero sencillo en
su aplicación. No hay nada sustancial que remover. En todo caso asuntos que
retocar respecto al funcionamiento de la Casa del nuevo Rey en cuestiones de
transparencia y su adaptación a una nueva mentalidad generacional.
Es un
cambio sin miedo, no como tantos anteriores en nuestra Historia. Las cosas
seguirán prácticamente como están, con absoluta normalidad. Bendita normalidad.
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