Quizá
en otras materias no ocupemos el primer lugar del mundo. En obsesiones
conspiranoicas -que viene de conspiración y paranoia--, me parece que estamos a
la cabeza, por activa o por pasiva, ya sea la conspiración interna o externa.
Tsipras dice que España y Portugal encabezan un movimiento, aliado con
Alemania, para hundir a Grecia. Maduro nos coloca en el 'eje del mal', junto a
Colombia y Miami (que no Estados Unidos) que prepara un golpe contra él en
Venezuela. Menuda capacidad de maniobra deben tener la diplomacia y el CNI
españoles. Ríase usted de la CIA, del MI6 y de todos los servicios de
inteligencia del mundo mundial juntos: el malvado Gobierno español maneja todos
los hilos.
Claro,
no es cierto. España es más bien un país que se ha distinguido siempre por
practicar un 'fair play' que, a veces, raya en lo ingenuo, y no es esta una
característica del Gobierno Rajoy, sino algo que nos viene desde
Isabel y
Fernando, ninguno de los cuales era precisamente naif, pero sí previsibles; no
como la pérfida Albión o como los vecinos franceses, que te clavaban el puñal
cuando menos te lo esperabas.
Pienso
que, al menos en esta tierra patria, lo casual prima casi siempre sobre lo
causal, y carecen la mayor parte de las veces de razón esas tesis conspirativas
a las que tan aficionados somos algunos periodistas y no pocos políticos. Sobre
todo, claro, cuando estos últimos tratan de exculparse. Porque lo
'conspiranoico' afecta de manera casi invariable a quienes se sienten
amenazados por la acusación de la calle o por el largo -y, en tantas ocasiones,
tardío-brazo de la ley. No me extraña, en este contexto, que la familia
Pujol,
tras tratar de envolver 'lo suyo' en la estelada, hable ahora de que está
sometida a un juicio político; yo más bien creo que, en todo caso, la política
ha actuado en beneficio de las actividades extrapolíticas -vamos a llamarlas
así-de
Jordi Pujol y sus muchachos: por mucho menos, otros han visitado, por
dentro, la cárcel.
Y
ya que hablamos de Barcelona, allí hemos tenido, a cuenta de aquellas escuchas
del restaurante La Camarga, buenas dosis de conspiracionismo: ha llegado a ser
un elemento natural en la convivencia de una cierta clase política catalana. En
Madrid también hemos tenido, desde luego, nuestras escuchas, y
contemplamos ahora, como figura central de la Gran Conspiración, nada menos que
al presidente de la Comunidad,
Ignacio González, que, sin parar mientes en lo
que su figura institucional representa, ha acusado a medio cuerpo policial de
estar tramando un complot contra él a cuenta de presuntas irregularidades en la
adquisición de una vivienda. Policías contra policías en Madrid: apasionante
para una película de Torrente. Pero esto no es una película, y lo menos que se
puede pedir al ministro del Interior es que nos aclare de qué va la cosa y
quién tiene razón, si algunos policías que denuncian o el denunciado, que, a su
vez, denuncia a una parte de la policía. Toma culebrón.
Y,
así, la marea de la presunta (o real) conspiración se extiende hasta a las
elecciones para el rectorado de la Universidad Complutense de Madrid, donde el
actual rector, que aspiraba a la reelección, ha visto suspendida la jornada
electoral por una cuestión reglamentista planteada desde la Comunidad de
González. ¿Qué hay detrás? Ni me atrevo a aventurarlo hasta que hable, si es
que habla, Don Jorge Fernández, el responsable máximo de los Cuerpos y Fuerzas
de Seguridad de este Estado (de cosas). Pero esa, qué hay tras todo esto, es la
pregunta que muchos ciudadanos se hacen, nos hacemos, cuando ven, cuando vemos,
que sucesos extraños, actuaciones judiciales en tiempos de campaña, noticias
explosivas que en ocasiones no lo son tanto pero que sí estallan en la cara de
alguien, saltan como liebres en estos tiempos convulsos. Y preelectorales.
Sucede
que uno, que es de natural ingenuo, tiende a mantener la antedicha tesis de que
la casualidad prevalece sobre la causalidad, y que la mera coincidencia prima
sobre la mala conciencia. Pero claro, un marciano que aterrizase en este
secarral ocasionalmente inundado que es España pensaría que sí, que tiene razón
el libro Guinness cuando se plantea incluir a nuestro país como 'recordcountry'
en conspiraciones inútiles que a nada llevan, si no es a producir incomodo,
frustraciones y la tan carpetovetónica mala leche.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>