Debo
reconocerlo: según nos distanciamos de la celebración del debate sobre el
estado de la nación se va incrementando mi pesimismo sobre sus resultados.
Ahora, cuando repaso las resoluciones salidas de él, comprendo de qué poco ha
servido este acto parlamentario, el más importante (teóricamente) del año. La
unanimidad, pásmese, querido lector, alcanzó apenas para una reprobación de las
prácticas homófobas...en Uganda. Y para poco más.
Este
es el triste resumen. No hubo acuerdo ni en los temas de lucha contra la
corrupción, ni en los de lucha contra el terrorismo -ni siquiera hay consenso
acerca de si ETA está o no derrotada-, ni en los más delicados aspectos
territoriales. Y lamento escuchar algunas interpretaciones sectarias que
aseguran cosas como que "el PSOE se muestra contra la unidad de España"
porque se abstuvo a la hora de votar una resolución unilateral del PP
condenando los pasos secesionistas de
Artur Mas. Me parece que es más cierto
afirmar que ninguna de las dos partes se esforzó demasiado por consensuar un
texto que no fuese ni una declaración de guerra a los nacionalistas catalanes
ni una muestra de pasotismo ante los funestos 'avances' de la Generalitat hacia el
separatismo.
Así
estamos: ni un solo acuerdo importante surgió de las doce horas de debate a lo
largo de tres jornadas, en las que oímos muchas cosas, escuchamos algunas y
leímos, plasmadas en resoluciones benéficas para la marcha política del país,
casi ninguna. Bueno, sí, lo de Uganda. Así que yo, al escuchar las propuestas
económicas cortoplacistas de
Rajoy, salí bastante contento el primer día; mucho
menos el segundo, tras los rifirrafes con el grupo vasco y con
Rosa Díez, la
lideresa de UPyD, y francamente desesperanzado el tercero, cuando conocí cómo
iba la marcha de las resoluciones finales.
El
caso es que los distintos grupos presentaron propuestas de resolución que
muestran hasta qué punto son conscientes de que hay que dar pasos importantes
para aumentar la credibilidad de la ciudadanía en la política: listas
desbloqueadas, limitación de mandatos, reformas en la normativa electoral,
reformas en la ley de partidos, medidas contra la corrupción en diversas
escalas y hasta reformas constitucionales figuraban en algunas de las decenas
de propuestas recibidas. Pero solamente se acordó por unanimidad, al final,
poco más que lo de Uganda y sus prácticas homófobas: somos, ya se ve, un
país solidario que trata de impedir la terrible persecución a los homosexuales
en el país africano, y eso está muy bien. Lo peor es que quizá se hayan quedado
todos encantados con esa unanimidad solidaria, y punto. Punto en boca, pues.
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