Entre las previsiones de la Comisión europea y los
datos del Centro de Investigaciones Sociológicas, la verdad es que este fue
otro 'viernes negro' para Mariano Rajoy. Y para todos nosotros,
claro. Pienso que alegrarse de que la
UE empeore los ya suficientemente malos pronósticos para este
año elaborados por el Gobierno es algo gratuito y, en todo caso, errado: los
fracasos de nuestros representantes acabarán cayendo, seguirán cayendo, sobre
nuestras cabezas. Y lo mismo voy a decir sobre los catastróficos datos del CIS:
la desconfianza extrema de los ciudadanos hacia su clase política, en general,
y hacia el partido que nos gobierna y el principal de la oposición, en
particular, es una muestra de que algo no está funcionando ni medianamente bien
en nuestra democracia, de la misma manera que los varapalos en los análisis
europeos indican sin lugar a dudas que las cosas no marchan en la planificación
económica española.
Como periodista, hubiese dado cualquier cosa por haber
estado presente en la reunión del Consejo de Ministros de este viernes. Y en la
del anterior, por cierto, donde se debatió fundamentalmente, me cuentan, qué
decir a los españoles tras haberse conocido la cifra oficial de desempleados,
ese número que ha quedado grabado en nuestros corazones: 6.202.700. Aseguran
que ha habido gran 'movida' interna en el PP desde entonces, y el 'huracán
Esperanza Aguirre' sería solamente la punta de un importante iceberg. Aunque
no menor es la 'movida' que intuimos en el PSOE, que no remonta el
vuelo -más bien al contrario-pese a los batacazos continuos que se
pegan los 'populares'.
¿Qué ocurriría hoy si se celebrasen elecciones ahora? Si nos
atenemos a lo que los sondeos de opinión -que no son ni más ni menos que
eso, recordémoslo-nos vienen diciendo, no cabe duda de que el PP habría
perdido su mayoría absoluta, pero no a favor de más escaños para los
socialistas, que los verían alarmantemente disminuídos, sino a favor de la
tercera y cuarta formaciones, Izquierda Unida y UPyD, que se convertirían en árbitros
imprescindibles a la hora de formar un Gobierno. Italianización, pues, al
canto, aunque forzoso es tener en cuenta que el porcentaje de quienes no
piensan votar, seguramente hartos de promesas incumplidas y de una situación
política de la que se han distanciado enormemente, también crece de manera
considerable.
Encontrarnos con la inestabilidad actual de Italia, sin la
fortaleza de la
Administración italiana, a la hora de poder formar un
Gobierno, parece algo indeseable. Máxime cuando la situación económica es la
que es (y la que será...), cuando el prestigio de la 'marca España'
anda bajo mínimos, cuando la estabilidad territorial experimenta convulsiones y
cuando la reputación de la
Jefatura del Estado, que es un vértice equilibrador de la
nación, se despeña, siempre según la encuesta del CIS a la que me refiero. Una
quiebra brutal del sistema de partidos, básicamente porque la ciudadanía no
confía en ellos, cuando ni la judicatura, ni la Corona suscitan la
suficiente confianza ni el mínimo respaldo, sería algo peligrosísimo para la
supervivencia del sistema tal y como ahora lo conocemos.
No resulta demasiado arriesgado prever movimientos sociales
de rechazo a-lo-que-hay si continúa el inmovilismo de una clase política que,
no le demos más vueltas, disgusta a la ciudadanía. Y estas, ya le digo, amable
lector, no son buenas noticias ni para Rajoy, ni para Pérez-Rubalcaba, ni para
Rosa Díez -la más valorada dentro del suspenso general--, ni para Cayo
Lara, ni para usted, ni para mí, ni para nadie. Ni siquiera para Artur Mas, créame.
Así que ya solo nos queda abrocharnos los cinturones de seguridad y gritar muy
alto, a ver si el piloto y la tripulación, o sea, los encargados de llevar la
nave, se enteran de que este avión en el que viajamos pierde altura, mucha
altura. Y es que algo parece estar pasando en los motores, de los que sale humo,
mucho humo.
fjauregui@diariocritico.com
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