Debo
confesar que me gustan algunos aspectos del carácter político de
Rajoy,
mientras que otros, simplemente, a veces me desesperan. Estuve en su a mi
entender correcta conferencia organizada en Madrid por 'The Economist', donde
repitió, con obvia ausencia de la menor autocrítica -esto es consustancial a
nuestra clase política--, lo que ya sabíamos los españoles, y quizá también los
del 'Economist': se ha hecho lo correcto, se va a proseguir el ritmo de
ajustes, se camina en busca de la competitividad y de una ofensiva en el sector
exterior... y ya a finales de este año empezaremos a ver los buenos resultados.
Había, lo entiendo, que repetirlo ante los afinados oídos que estaban presentes
en el acto; faltaría más que el presidente del Gobierno de España cargase las
tintas en los aspectos negativos ante unas gentes deseosas de azotar a alguien
con el látigo de la crítica color salmón.
Sin
embargo, como sugirió luego el moderador,
Michael Reid, uno de los editores de
la revista británica que tanto influye en los ánimos de La Moncloa, la crisis tiene
unos innegables aspectos políticos. Y aquí es donde las respuestas que dio
Rajoy a las preguntas del moderador -no se permitió que el público interrogase
del presidente-me decepcionaron algo. Porque Mariano Rajoy Brey, que es, a mi
entender, el único que ahora puede liderar un verdadero proceso de reformas a
fondo, parece haber renunciado a hacerlo.
Digo,
sí, que Rajoy es el único sobre el terreno que puede encabezar la galopada de
cambios que, según el criterio de muchos, necesita urgentemente nuestro país. Y
lo digo porque precisamente ahora se detectan demasiadas operaciones, externas
y también internas, de acoso y derribo contra el presidente del Gobierno;
menudo vacío se generaría si él ahora desapareciese, dando lugar a un imposible
proceso sucesorio. Puede, por supuesto, que Rajoy tenga connotaciones
negativas, además de las obvias positivas, pero ahora no aparece ningún delfín
posible, ni siquiera en la oposición, que nos haga suscitar demasiadas
esperanzas de una brusca regeneración de nuestra clase política.
Pero
también afirmo, y tras su comparecencia ente el 'Economist' me convenzo más de
ello, que los tiempos y modos, en ocasiones tan inmovilistas, de Rajoy ofrecen
la impresión de que ha renunciado de antemano a encabezar una era de verdaderas
reformas, desde la constitucional (territorial) hasta la electoral, que
verdaderamente modernicen de golpe nuestro país y frenen excesos secesionistas,
injusticias históricas y el mantenimiento de algunas antiguallas legales y de
hecho. Rajoy parece apostar por el mantenimiento de un bipartidismo que cada
día se debilita más en las encuestas; parece no tener críticas hacia el
funcionamiento del sistema de partidos, de los medios de comunicación, del
Parlamento... Está convencido de que España vive su mejor momento histórico
("hace treinta años vivíamos en dictadura", dijo, equivocando la fecha en diez
años). Y todas las reformas que propone parecen limitarse a la de la Administración -con
sordina-y la unidad de mercado interior.
"Siempre conviene, cuando se habla de estas
cosas,hacerlo con una alegría moderada". Se refería el presidente, con estas
palabras cáusticas, a las reformas de calado por las que Reid le preguntaba.
Este es, me da la impresión, el pensamiento típico de Mariano Rajoy, para quien
incluso parece que aquella frase, atribuida sin razón a
Lampedusa, según la
cual 'es preciso que algo cambie para que todo siga igual', resulta
excesivamente arriesgada. Rajoy se declara abierto al diálogo (citó
especialmente a
Artur Mas en este capítulo), a los cambios por consenso, a
propiciar reformas de fondo en Europa. Pero ni propone las medidas drásticas que
a mi juicio serían adecuadas para llegar hasta el final de estos propósitos ni,
más allá del sentido común y la calma que muestra por toneladas, exhibe el
dinamismo suficiente como para convencernos de que se está adecuando bien a
esta nueva era, a esta segunda transición, que es como un vendaval de hecho que
sacude los usos y costumbres sobre los que estamos, y Rajoy el primero, tan
asentados.
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