El
'caso Pallerols' está desvelando muchas de las miserias de la vida
política (y judicial) española. Es, simplemente, escandaloso que la
Justicia tarde veinte años en sentenciar un caso 'político', como
resulta inaceptable que un pacto fiscal diluya cualquier responsabilidad
en este 'affaire', del que todos salen (más o menos) inmaculados. Se ha
dado carpetazo a un tema que introduce muy serias dudas sobre el
comportamiento ético de uno de los dos partidos que componen el Govern
de Cataluña, Unió Democrática. Y que pone a los pies de los caballos a
su presidente,
Josep Antoni Duran i Lleida, quien, allá por el año dos
mil, prometió dimitir si se probaban implicaciones de su partido en el
asunto del fraude de los cursos de formación de
Fidel Pallerols y la
consiguiente financiación ilegal de UDC por esta vía. Son muchos ahora
los que le recuerdan a Duran aquella promesa y le exigen que la cumpla.
Puede que ética y hasta estéticamente sea comprensible este clamor
dimisionario. Políticamente, me parece un error.
Pienso
que ni Duran debe dimitir de ninguna de sus actuales funciones -porque
no faltan quienes, acusándole de una 'tentación independentista'
quisieran verle incluso fuera de la Comisión de Exteriores del Congreso
de los Diputados-ni conviene demasiado hostigarle 'desde Madrid',
achacándole culpas que sin duda tienen que ver con una 'negligencia in
vigilando', pero que sería difícil demostrar que sean principalmente
suyas. Siempre he pensado que Duran es un hombre de Estado, quizá algo
venido a menos. Puede que mantener el delicado equilibrio que él trata
de lograr en un ambiente políticamente tan irrespirable como el catalán
sea, simplemente, algo semejante a lo imposible. Pero me parece que
Duran i Lleida sigue siendo 'nuestro hombre en Cataluña', el último
asidero antes de que
Artur Mas, lanzado de pleno a la demencia, se
despeñe en su 'vendetta' independentista y, de paso, ponga a todo el
Estado en un aprieto de enormes proporciones.
Es,
creo, un error empujar en los brazos de los extremistas a Duran, que,
salvando sus patentes errores y contradicciones, cumple suficientes
cotas de respetabilidad, haciéndole aparecer como un corrupto sin más.
No lo es, pienso, al menos en un contexto, el de la política catalana,
en el que las irregularidades, a lo que se ve, son bastante frecuentes y
aún más descaradas y clamorosas que el 'affaire' que comentamos.
Claro
que no estoy, todo lo contrario, pidiendo hacer la vista gorda ante la
corrupción, las corruptelas o las simples conductas 'chocantes'. Por
supuesto que no voy a aplaudir a un político que no cumple lo que dice
que hará, aunque lo haya dicho hace más de una década. Lo que afirmo,
simplemente, es que el señor Durán es, si él quiere -que ya ni de que
quiera estoy seguro--, el único que puede frenar la locura en la que,
desde mucho antes de que Artur Mas se hiciese cargo -es un decir-del
timón, ha caído la política catalana. Llámeme usted, querido lector, si
le parece bien, utilitarista; incluso, si le parece, oportunista. O
políticamente incorrecto. Pero pienso, y me creo en la obligación de
decirlo, que Duran, que ni es independentista ni ha renegado nunca de
ser español -ahí está, en Chile, representando a España como diputado
nacional-puede ser una cuña muy válida frente a la carcomida madera que
se ha adueñado de los sillones de la Generalitat y dependencias anejas.
Y, especialmente se ha adueñado de ese hombre mesiánico que proclama que
no ha escuchado el mensaje navideño del Jefe del Estado porque 'tiene
cosas más importantes que hacer'. Estoy seguro de que Duran, en cambio,
sí que escuchó, y muy atentamente, aquel histórico rapapolvo del Rey a
la clase política. Y que tomó nota.
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