Todos estaban descolocados:
los convergentes -por supuesto, Unió--, los socialistas, los de la
Societat Civil Catalana, los de 'Libres e Iguales' en su acto de
Madrid...Especialmente descolocados, claro, los grupúsculos de 'ultras',
presuntamente violentos, que flaco favor prestan a la causa que dicen defender.
Todos pululaban, se manifestaban, gritaban sus eslóganes y consignas. Parecían,
algunos de los citados, estar juntos, otros enfrentados. Pero no: estaban
alejados, muy alejados los unos de los otros. Se diría que solamente Esquerra
Republicana de Catalunya y otras organizaciones que sustentan a ERC sabían
exactamente lo que querían: violar la legalidad y forzar un proceso
independentista a partir de la consulta del 9 de noviembre.
Paradójicamente, no ha sido
este 11-s un buen día ni para la concordia nacional ni para el avance político
en Cataluña. Hay, sí, una parte de la sociedad civil en la calle:
mayoritariamente, se manifiestan por la independencia, digámoslo claramente. Minoritariamente,
en contra. Hay muchos catalanes, dentro y fuera de Cataluña, que sin duda tienen
algo que decir con su silencio, con su ausencia de los actos multitudinarios,
vociferantes. ¿Es imprescindible consultarlos para saber si quieren dar el
salto a la independencia? Eso es lo que han tratado de escenificar los
organizadores de los actos de la Diada y, desde las bambalinas, la Generalitat
de Catalunya. Se ha creado una necesidad artificial y ahora hay que responder a
eso.
Pensamos que bien podría
haberse arbitrado alguna fórmula de consulta -no vinculante-que respetase
la legalidad constitucional. Incluso modificando la realidad de la Constitución
donde proceda. Ahora es demasiado tarde: la tensión y las tensiones han llegado
a unos niveles peligrosos. Seguramente, Rajoy se equivocó diciendo un 'no'
tajante a las pretensiones económicas con las que
Artur Mas le abordó hace dos 'diadas'.
Algo había de haber negociado. Sobre los errores de Mas mejor no entrar, por
las limitaciones de espacio de este editorial: es un suicida político, que sabe
que de esto no va a sacar sino la salida por la puerta falsa. Parece,
increíblemente, que no le importa, ni eso, ni poner en riesgo la estabilidad y
el bienestar de millones de catalanes que, sabiendo los peligros de la vía
diseñada, se han lanzado ciegamente tras un líder que ni siquiera es demasiado
carismático.
Así las cosas, más vale que
ambas partes, el Gobierno central y la Generalitat, empiecen a hablar tras esta
Diada que no demuestra nada más que lo que ya estaba demostrado: hay al menos
medio millón -bien, pongamos un millón-de catalanes dispuestos a
salir a la calle portando una camiseta amarilla o roja para pedir una consulta
que, decíamos, bien podría haberse organizado desde el Estado, es decir, en
este caso desde el Gobierno central y la Generalitat de consuno. Pero no se ha
hecho y ahora hay que dar una respuesta alejada de todo enfrentamiento, de
toda provocación, de todo riesgo de futuros disturbios, a ese medio millón -bien,
pongamos un millón-de catalanes que han salido a hacer la 'V'
en las calles de Barcelona. No queda mucho tiempo: ese funesto 9 de noviembre,
que nadie, con la mano en el corazón, quiere que llegue, está ahí, a siete
semanas de distancia. Si diez días cambiaron, según la obra de
Reed, el mundo,
siete semanas bien pueden cambiar el que puede ser trágico sesgo de los
acontecimientos en Cataluña.
Han pasado trescientos años
desde aquel 1714 que conmemora algo sobre lo que ni siquiera los historiadores
se ponen de acuerdo. Hora es de cerrar tan vieja herida.
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Todo sobre la Diada 2014