El borrador del
Anteproyecto de Ley de Servicios Profesionales supone una vuelta de tuerca más
en la trasposición a nuestro ordenamiento interno de la Directiva de Servicios
en el Mercado Interno 2006/123 CE del Parlamento Europeo, que ya se llevó a
cabo, con gran polémica, con las Leyes 1/2009 sobre el libre acceso a las
actividades de servicios y su ejercicio
y con la Ley Omnibus número 25/2009, de 22 de diciembre.
Estas normas suponen una
clara legalización del intrusismo en numerosas profesiones, lo que ha desatado
la ira de los colectivos profesionales, y con razón.
Estamos en un país en el
que, al menos hasta ahora, la formación académica y profesional, con el fin de conseguir un número adecuado de
profesionales comparable al resto del continente, supuso un esfuerzo sin
parangón para el Estado, con la creación y sostenimiento de universidades, y
para los titulados, que dedicaron para de sus años de juventud a dotarse de la mejor formación posible.
Además, la normativa cada
vez venía siendo más exigente, en numerosos ámbitos profesionales, tanto
sanitarios, técnico-constructivos, jurídicos, aunque casi siempre con un claro
ánimo recaudatorio, lo que exigía de los profesionales mantenerse
constantemente actualizados.
Pero ahora hemos
comprobado que todo ese esfuerzo personal y colectivo dejará de tener
sentido. Estamos en el camino en el que todos podremos hacer de todo, desde
firmar un proyecto de arquitectura, asumir un proceso judicial, hacer un
cálculo de estructuras, sin ningún tipo de control incluso careciendo de la
experiencia necesaria para ello.
No es sólo éste el
peligro de la nueva regulación, sino la ruina económica y profesional de
nuestro país. Es lógico que las personas que han invertido su tiempo, sus
ahorros, sus conocimientos en su desarrollo profesional, en muchos casos con
cuantiosas inversiones (véase farmacéuticos, taxistas, etc.) ahora tendrán que
competir con quienes pueden desarrollar esas profesiones sin las costosísimas
exigencias que ellos tuvieron, y ahora también podrán representarse y casi
defenderse en procesos judiciales, hacer el proyecto de construcción de su
casa, convertirse en asesores fiscales y
contables.
Y esto constituye un
engaño vital y social del Estado, que genera además un agravio comparativo
irreparable en numerosos ámbitos económicos.
Hay que decir que esta
norma es claramente perjudicial para los ciudadanos, que verán
significativamente mermada la calidad de los servicios que reciben; al igual
que para los profesionales que no podrán competir con usos tan liberales y tan
poco proteccionistas para aquellos.
Ganarán, algunos
colegios, como los de Abogados, que efectivamente,
como se ha publicado en Diariocrítico,
verán incrementados sus colegiados..., pero los abogados no podremos dar un
mejor servicio a los clientes, al tener que asumir las
funciones propias y las de otros profesionales, lo que supondrá, en muchos casos, una merma de
la calidad del servicio, como lo supondrá también el asesoramiento jurídico, la
ejecución de obras y proyectos, y el resto de profesiones afectadas por esta
norma.
Lo cierto es que, si la
pretensión es de una liberalización total, quizá sea el momento de plantearnos
si lo conveniente sería perseguir la protección total del profesional,
garantizando la mayor y mejor profesionalización en cada sector, sin permitir intrusismos
(por aquello de "zapatero a tus zapatos") y al mismo tiempo reducir las
competencias de las Corporaciones profesionales, que si que pueden suponer un
obstáculo a esta política.
Esta medida sí que
permitiría efectivamente una supresión de las trabas al libre ejercicio
profesional, así como falta de control y ahorro de cuantiosos gastos a los
profesionales que se ven obligados a adscribirse a los mismos para desarrollar
su profesión.
No será posible prestar
la misma calidad del servicio a quien se ve obligado a ampliar su ámbito de
actuación profesional incluso en aspectos que son competencias de otros
profesionales, además reduciendo el precio del servicio. Cuando la tendencia
debería ser la estandarización de agrupaciones de profesionales de distintas
especialidades para garantizar un mejor servicio al cliente. Es decir lo
deseable sería tener un buen abogado o abogada asumiendo la dirección jurídica
y un buen procurador o procuradora representando al cliente; un buen arquitecto
o arquitecta realizando el proyecto, un buen ingeniero o ingeniera realizando
cálculos de estructuras, un buen arquitecto o arquitecta técnico apoyando al
arquitecto, un buen delineante realizando los planos, etc.
Pero lo que se nos
ofrece es que no importa la titulación que Vd. tenga: si se colegia podrá
hacer todo aquello que se encuentre
dentro del ámbito competencial de su colegio.
* Concepción Trabado es abogada y
socia del bufete SF Abogados