A dos pasos de la galería de su casa, ya en la playa,
Salvo Montalbano
ve un espectáculo que le conmueve: la gaviota que acaba de caer en la arena,
está actuando un extraño ritual, ese baile que da título a la última novela de
Andrea Camilleri, 'La danza de la gaviota'.
A pocos kilómetros, otro ser, esta vez un hombre, estará bailando un parecido
ritmo de dolor y tortura, pero el comisario Montalbano no lo sabe todavía. Y a sus lectores se nos queda,
tras estas primeras páginas, lo mismo que a él: un terrible mal cuerpo. Una
sensación viscosa, contra toda razón, porque los presagios no existen.
El primer
capítulo de una novela policial, y lo saben bien los lectores del género, está
destinado a poner en suerte la historia. De todas las maneras posibles -una visita
a
Poirot, un asesinato cruel abriendo
cualquier novela de
Tevanian, esa nota casi meteorológica de
Donna León....- Camilleri
prefiere abrir con un estado de ánimo, y aunque la narración discurre en
tercera persona, será lo secreto, lo oculto, (lo que sólo uno puede decir de sí
mismo si quiere), lo que aparece ante nuestros ojos. Con la eficacia de los
grandes escritores, con la verosimilitud que se reserva a la primera persona
narradora, pero sin usarla, Montalbano adquiere cuerpo y adquiere alma. No será
un estado de ánimo gratuito. Algo, por sutil y personal que resulte ser, basta
para que veamos a este hombre: un
tipo grandón, mayorón, astuto y tierno, al que la violencia puede hacer
vomitar, pese a que se la encuentra todos los días; al que la burocracia aburre
soberanamente, y la jerarquía policial ni te cuento; al que motiva una
obstinada compasión por los otros, que no le impide ni la buena comida ni la
buena bebida ni el buen amor. Si la tragedia, como en este caso, se le acerca
tan peligrosamente, leeremos una investigación aún más implicada que en otras
novelas de su serie.
Y eso que la
implicación, la simpatía en el sentido más griego de la palabra -¿no es mejor que empatía, tan de moda?- es el gran secreto del comisario Montalbano. Lo que hace a este personaje ser
distinto de tantos otros, aunque haya dejado huellas en el veneciano
Brunetti,
y se podría encontrar muy a gusto con el ateniense
Jaritos, los personajes de
León y
Markaris. Y yo creo que esa
simpatía también debe de estar en la masa de la sangre del propio Camilleri, en
el cristal de esa "historia que contar" que guía a todos los grandes. Andrea
Camilleri nos la va contando a lo largo de una ya larga vida -nació en 1925- y,
este "capítulo",
La danza de la gaviota,
recién aparecida en castellano, la confirma. Un mundo que se centra en Vigata,
la ciudad imaginaria de la Sicilia real, que debe ser narrado y salvado. Como
si, conociendo toda su sordidez, la asumiera, sin renunciar a redimirlo. No
sería raro que ese fuera, también, el gran secreto de Andrea Camilleri.
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