Comienzo elogiando las tesis de
Anasagasti, desde una posición que difiere, en cuanto a aceptación de la Monarquía, totalmente de la suya. Tampoco puedo definirme como nacionalista, en ninguna de las acepciones del término. Y, sin embargo, pienso que en algunas de sus críticas tiene razón, aunque sus razonamientos estén, en ocasiones, algo torpemente expuestos.
Insisto: aun definiéndome como básicamente monárquico, pienso que la Institución tiene, en algunos de sus funcionamientos, algo o bastante de criticable, y que algo, o bastante, debe cambiar para que todo siga siendo básicamente lo mismo. Y, entre estos cambios, conste que incluyo algunos artículos de la Constitución.
Mala cosa sería, será, alegando la no demasiada altura analítica de este libro, que quizá no llegue, como alguien ha dicho, a ser propiamente un ensayo, intentar taparlo y anularlo. Nosotros, desde luego, no lo haremos, por mucho que discrepemos de lo que en esta obra se afirma. Ya digo que estoy convencido de que las críticas al Rey de Anasagasti, que es un político honesto por encima de todo, y además tiene una larga trayectoria de servicio a su partido y a la causa nacionalista vasca, están hechas desde un planteamiento intelectual muy poco oportunista.
Es un libro escrito para que lo lean los interesados en la cosa política, pero no aporta sino datos recopilados de manera subjetiva y, a veces, algo parcial. Pero no sería leal conmigo mismo si no añadiese que muchas de las páginas de este libro tienen razón: júzguelo el lector. En todo caso, ahí estará este viernes con ustedes el propio Anasagasti, ilustre colaborador de este periódico, para defender sus tesis y, supongo, para defenderse de sus detractores y consolarse con sus admiradores, que de todo tiene este hombre que a nadie deja indiferente.
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