Quien suscribe esto, piensa que, como a la democracia, nada debe adjetivar a un restaurante. Pero ¿qué diablos es eso de un 'tech restaurant'? Bueno, sí lo sabemos, pero preferiríamos ni imaginarlo. Y esa es la grandeza y la miseria de Mezklum, que, como su propio nombre indica, es una fusión, un collage, un batiburrillo, un cierto lío dinámico de estilos, comidas y ambientes, al que el toque divertido de Nacho García de Vinuesa no es ajeno ni mucho menos.
Uno entra en Mezklum y se encuentra un local abigarrado, donde las mesas están demasiado juntas, el ruido impide cualquier conversación -uno de nuestros comensales simplemente perdió la voz, tratando de comunicarse con los demás- y el servicio es...¿cómo lo diría yo? internacional a tope. O sea, que a las camareras les importa un rayo el cliente, el local, el dueño -uno de ellos, hombre simpático, ligado al deporte y al baloncesto en concreto-, el amor por la comida y casi todo.
Así que uno entra en esa catarata de luces que cambian y de sillas combinadas con semi-camas -sí, remedo del triclinium romano, pero sin Nerón, afortunadamente- y se sumerge en una cierta confusión. Sobre todo, claro, si uno tiene de cuarenta y cinco para arriba, que es mala edad para ser ministro de
Zapatero y para cenar con amigos coetáneos en Mezklum.
Y no es que algunos hallazgos sean malos, no. El carpaccio de lomo de buey -bueno, buey, lo que se dice buey ya no queda ni en Monforte de Lemos- es aceptable, el risotto de gambas y trigueros original y el tartar de atún rojo y las carrilleras de ibéricos lacados decididamente dignas de probarse. Carta de vinos cortísima, menú 'ejecutivo' de a quince euros a mediodía -cenar te puede salir por unos treinta y cinco, con vino para salir del paso- y ya digo, juventud divino tesoro repantingada en los divanes completan el cuadro.
Hombre, si lo que usted quiere es pasar un rato diferente al concepto burgués de cenar, visite al menos una vez Mezklum. Yo, una vez visitado for once --que decía mi amiga inglesa, que nos acompañó en la traviesa travesía--, confieso que es mucha aventura para adentrarme en este céntrico local, situado en calle pobladísima de indígenas peculiares y de imposible aparcamiento, por segunda vez. No por ahora, al menos.
Calificación
Ambiente, 4 (ruido insoportable, al menos para gentes vetustas como este Comilón),
servicio 5 (bastantes camareras, es cierto, con las que, si te atienden, se pueden practicar los idiomas más diversos, pero que devienen en una cierta Babel),
comida 6 (irregular.
La bodega, simplemente insuficiente).