"Este
es un libro crítico que trata de explicar, en primer lugar, las consecuencias
políticas que han traído consigo las 'ideas' y las 'ocurrencias' aportadas por
una generación de socialistas que tomó como líder a José Luis Rodríguez
Zapatero". Así se inicia uno de los libros más críticos de los que se han
publicado contra el ex presidente socialista, firmado por un socialista histórico: Joaquín Leguina. "El estilo de gobernar de Zapatero cambió
con el tiempo, pero cambió a peor. Su voluntad se hizo ley, y sus caprichos,
órdenes". En "Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador de
derrotas", Leguina no deja títere con cabeza.
Bajo
el sello de Temas de Hoy, el dirigente histórico socialista madrileño
Joaquín
Leguina acaba de sacar al mercado un libro al que calificarle de 'polémico' es
poco: en
"Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador de
derrotas", Leguina arrasa, literalmente, contra los designios y ocurrencias de
quien se creía un iluminado, que practicaba el 'buenismo' mal entendido y que
tenía un peculiar 'imaginario' en el que las acciones de guerra, por ejemplo,
eran poco menos que paseos pastoriles, bucólicos o de acciones de 'hermanitas
de la caridad'.
Algunos
dicen que Leguina respira por la herida, pero en su libro, con documentos y
citas oportunas, no deja títere con cabeza sobre la personalidad de quien rigió
los designios de España entre 2004 y 2011 y nos dejó inmersos en la mayor
crisis económica, política y social que se recuerda sobre esta tierra.
Leguina
no se calla nada, y cuenta cosas tan increíbles como la forma en que se produjo
el nombramiento de
Carme Chacón -la que va a disputar la candidatura a la Presidencia
del Gobierno a
Rubalcaba-. Lean lo que escribe Leguina, porque no tiene
desperdicio:
"Reunidos
en torno a una mesa estaban Miguel Barroso, José Blanco y Javier de Paz cuando
sonó el teléfono móvil de Blanco. Era el presidente del Gobierno. Después de
hablar con él, Blanco volvió a la mesa e informó de que Zapatero estaba
pergeñando un cambio de Gobierno, del que saldría el ministro de Defensa, José
Antonio Alonso, y el presidente estaba pensando en poner al frente de aquel
ministerio a una mujer. 'ZP opina que al ser la primera mujer ministra de
Defensa será un pelotazo mediático, y está pensando en Elena Salgado', informó
Blanco. 'Si lo que quiere es dar un gran pelotazo mediático, lo que tiene que
hacer es nombrar a mi mujer [Carmen Chacón]. También es mujer, pero además es
catalana y está embarazada. Eso sí que será un pelotazo', argumentó Barroso.
Entonces Blanco, encantado con la idea, volvió a comunicarse con Zapatero... y de
aquel profundo debate se derivó una muy conocida escena: la de una mujer joven
con un 'bombo' de ocho meses dando una orden militar: 'Capitán, mande firmes'".
Y
es que, en general, Leguina cuenta una historia arrebatadora que no dejará
indiferente a nadie. Con "Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador
de derrotas", la imagen de Zapatero se derrumba, cede desde su propio pie de
barro y queda sólo la 'ocurrencia', la falta de inteligencia, el egocentrismo
de quien llegó a líder por rebote.
Por
ejemplo, así dice Leguina cómo ZP trataba a sus ministros... y revela quiénes eran
los verdaderos detentadores del poder del 'Zapaterato': "Despachaba
individualmente con sus ministros, que eran cuasi secretarios, y, sobre todo,
con su entorno más personal, que no era de dirigentes socialistas, ni siquiera
de ministros del Gobierno. La auténtica mesa del Consejo de Ministros estaba en
la cancha de básquet que se hizo construir en el complejo de La Moncloa, donde
jugaba con los íntimos: Javier de Paz, Barroso, Sebastián...".
En
este punto, Diariocrítico les ofrece como adelanto el prólogo del libro, en el
que Leguina es, sin duda, muy explícito.
Prólogo
de "Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador de derrotas"
Este
es un libro crítico que trata de explicar, en primer lugar, las consecuencias
políticas que han traído consigo las «ideas» y las «ocurrencias» aportadas por
una generación de socialistas que tomó como líder a José Luis Rodríguez
Zapatero. Viví aquella etapa (2000-2011) en segunda línea, como atento y
crítico observador, viendo cómo se forjaba un «nuevo» socialismo que, a la
postre, llevó al PSOE -tras dos victorias electorales- a la ruina política y a
la trivialidad ideológica. Queriendo innovar, destruyeron. Pretendiendo mejorar
la condición económica, cultural y social de los españoles, nos llevaron al
callejón sin salida en el que ahora estamos.
Aplicando
el «diferencialismo» y la descalificación de la derecha, metieron al país en
una peligrosa dinámica destructora que puso al Estado democrático en trance de
sucumbir a manos de los separatismos. Predicaron mucho, pero no sembraron ni
recogieron demasiado trigo y no hicieron prácticamente nada por mejorar la
igualdad de oportunidades ni de rentas entre sus compatriotas.
Durante
los «gloriosos» cuatro primeros años de Gobierno (2004-2008), la distribución
de renta no mejoró un ápice. Se fiaron más de las ideologías que de las
realidades. Quizá por eso se subieron alegres al viejo carro del
anticlericalismo y del antifranquismo y se desentendieron de la fiscalidad
mientras ante sus propias narices crecían las enormes gabelas para los
directivos empresariales, la burbuja inmobiliaria y las escandalosas evasiones
fiscales practicadas por aquellos que no están sujetos a una nómina salarial.
Los
partidos -y el PSOE con particular empeño- sostienen que hablar del pasado solo
conduce a la melancolía. Puesto que el pasado no tiene arreglo, discutir de él
es una pérdida de tiempo. Pero yo me pregunto: si nos está vedado reflexionar
críticamente sobre el pasado, ¿cómo podemos enderezar nuestro futuro?

El
PSOE se ve envuelto en la hora actual en dos crisis: la interna y la que sufre
la sociedad española. Esta última es la que ha puesto sobre el tapete la
desafección hacia unas prácticas partidarias que es preciso cambiar con
urgencia. Unas formas de selección de personal y una invasión partitocrática de
la sociedad que ésta no está dispuesta a seguir tolerando. Ante tan compleja
situación o el PSOE se autorreforma o peligra su supervivencia.
Para
el futuro del socialismo resulta imprescindible analizar los componentes
ideológicos con los cuales se descompensó el proyecto socialdemócrata, como,
por ejemplo, «lo políticamente correcto», muy del gusto de los lobbys
interesados. Por no hablar de la vuelta a un izquierdismo decimonónico superficial
y «comecuras», confundiendo a menudo el fenecido franquismo con la actual
derecha española, la cual responde ya a otros intereses y a otras prácticas
(poco santas, por cierto).
El
autor está convencido de que el mayor peligro que acecha hoy al Estado
democrático en España reside en las ideas y actitudes de un nacionalismo
periférico que al calor de la crisis se ha lanzado a una desbocada ofensiva
separatista... Ofensiva a la que hay que oponer -de una vez- una crítica
ideológica firme y serena, que ha faltado hasta ahora, amén de unas políticas
racionales en el campo territorial. A juicio del autor, es llegada la hora de
abandonar esa dejadez tolerante que ha permitido crecer a los nacionalistas. Es
preciso plantar cara a un proceso disgregador que, de prosperar, sería mortal
para las partes y para el todo.
Pero
este libro no es solo un repaso crítico del zapaterismo; también se adentra en
otras redes de intereses y en otras incompetencias. Por eso aborda las
actitudes ideológicas del PP y sus políticas desde que volvió al poder en
noviembre de 2011. Años duros que se cierran -cuando escribo este prólogo- con
un escándalo de corrupción (caso Bárcenas) muy difícil de taponar.
También
en la derecha la crisis ha introducido ideologías y ocurrencias que, queriendo
hacer de la necesidad virtud, no han con- seguido otra cosa que destruir
derechos y alargar la salida del hoyo en el que estamos.
Mas,
por encima y por debajo de la crítica política, el libro quiere señalar los
remedios democráticos que el sistema de partidos, metido hoy en un proceso de
desafección creciente, está pidiendo a gritos.
Es
posible que todo lo que está aquí escrito sea visto (sin leerlo, claro está)
como una prédica más a la que nadie hará el menor caso, pero el autor está
seguro de que si alguien -de cualquier credo político o religioso- se adentra en
estas páginas, hallará en ellas la reflexión, dolida unas veces, sarcástica
otras, pero siempre sincera y decente. Sin trampas.
El
autor es un viejo socialdemócrata -eso sí, nada ortodoxo- que milita desde hace
años en el antisectarismo, y -quizá para su desgracia- no ha perdido del todo
el olfato que le permite acertar con los diagnósticos políticos. También es
consciente de los riesgos que esto encierra.
Ya
lo decía la sentencia castellana: «Acertar antes de tiempo es otra forma de
equivocarse». Aunque el autor de este libro ha visto a menudo confirmadas sus
premoniciones, jamás ha pronunciado una frase que detesta: «Ya lo había dicho
yo».