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No hay que exagerar, pero...

viernes 23 de abril de 2010, 09:28h
Que en la Asamblea de Madrid, Esperanza Aguirre y un representante del Partido Comunista (Izquierda Unida está, sin tapujos, compuesta básicamente por ese partido, histórico por lo demás, y contra cuya existencia nada tenemos, desde luego) se enzarcen sobre la guerra civil y el franquismo, es una anécdota. Que este sábado unos cuantos miles de españoles -no serán muchos, descuiden- desfilen por las calles de varias capitales en manifestaciones ‘antifascistas’ tampoco es para rasgarse las vestiduras.

No pasa nada, como tampoco pasa porque algunos voceros sedicentemente anexos al PP insistan en que tras Zapatero está “la extrema izquierda”; a menos que se considere extrema izquierda a un ex fiscal anticorrupción al que se le ha metido en la cabeza que el Tribunal Supremo hace el juego al ‘fascismo’, a unos líderes sindicalistas que han hecho de la moderación su bandera o a un rector que se proclama moderadamente socialdemócrata. No pasa nada, porque el cuerpo social del país está en otra cosa. Y sus líderes -pensamos en Zapatero y Rajoy- insisten en un mensaje de moderación que nada tiene que ver con algunos de sus seguidores exaltados. Sin embargo...

Sin embargo, nos preocupa el desgaste de algunas palabras -menos mal que estamos tan lejos del fascismo como de Marte-, utilizar una Historia no bien contada como arma arrojadiza, en lugar de cómo una búsqueda de la verdad. ¿Son necesarias, aquí y ahora, las manifestaciones antifascistas, tomando como pretexto a un juez creemos que no demasiado justamente acusado? ¿Es necesaria la interpelación a Esperanza Aguirre para que condene el golpe de Estado franquista de 1936? ¿Era necesaria la respuesta de la presidenta madrileña, recordando el ‘golpe’ de 1934 y el asesinato de Calvo Sotelo por fuerzas próximas a Indalecio Prieto? ¿Está para eso la Asamblea de Madrid?

Que los primeros pasos del régimen franquista tuvieron tintes de casi genocidio-no está de más recordarlo cuando acabamos de celebrar la memoria del gran poeta Miguel Hernández-, creemos que no tiene discusión. Que la exaltación del franquismo, a estas alturas, debería ser algo próximo a una conducta delictiva, pensamos que tampoco. Pero ello no significa que haya que ilegalizar calles con nombres del pasado, derribar monumentos, borrar escudos y perseguir a quienes heredaron unas siglas nefastas, en nombre de las cuales tantos crímenes se cometieron. Menos aún es necesario, ni conveniente, colgar etiquetas de ‘fascistas’ a magistrados que cumplen con su trabajo, o, en general, a quienes no piensan ni actúan como nosotros. El fascismo, de horrible recuerdo, fue muy otra cosa, afortunadamente distante y distinta...

Es necesario regresar al clima de tolerancia que presidió la transición. Tolerancia no es, sin embargo, olvido, porque la Historia -la real, no la que a muchos les contaron cuando niños- es necesario conocerla para no repetirla, o para enmendarla en el presente y en el futuro. Por eso, el proceso a Garzón, que se atrevió a sumergirse en la memoria histórica, resulta absurdo, y ahora incluso la Fiscalía lo reconoce: enzarzarse en debates técnicos -pretendidamente técnicos- acerca de si la amnistía de un genocidio prescribe o no, carece de sentido. La Justicia no puede retorcerse hasta llegar a ser injusta: ‘summa lex, summa iniuria’. Y Garzón puede ser -es- un mal juez instructor, al menos en algunos casos sonados; pero no es, desde luego, un prevaricador, como sin duda quedará demostrado.

Hacer de la figura de un magistrado valiente, pero ególatra; trabajador, pero partidista; carismático, pero extremista, el motivo de una llamada a las ‘masas antifascistas’ para que salgan a la calle, parece uno más de los despropósitos que ocurren cada día en esta España llena de falsos debates lingüísticos, territoriales, acuáticos... Todo, con tal de no ponerse a trabajar seriamente en un ‘sudor y lágrimas’ colectivo, consensuado, si preciso fuera, para colocarnos en el lugar que nos corresponde en Europa y en el mundo, alejando fantasmas de crisis económica... e institucional.

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