La televisión es, como decía
Berlusconi, algo parecido a un tren. Los programas son los vagones, y los pasajeros son los anuncios. “
Y hay que procurar –concluía su lección– que los pasajeros estén cómodamente instalados en sus asientos”. Silvio Berlusconi, gran padrino de la televisión italiana, reconocía con un cierto cinismo pero con grandes dosis de verdad desnuda, que la televisión se hace para los anunciantes. Al menos la televisión comercial, y gran parte de la pública, funcionan con esta regla de oro. Ni siquiera el apagón analógico, previsto para el 3 de abril de 2010, podrá cambiar la base comercial de los canales, por mucho que el salto a lo digital prometa una revolución en los contenidos y una multiplicación de la oferta.
La historia de la televisión es la del avance del minifundio. De los grandes canales en régimen de monopolio en la “
vieja Europa” pasamos a la oferta plural, y de ésta última a la explosión, o eclosión de los canales digitales. Los que ya tienen su televisión digital, o su descodificador, han experimentado una oferta variada, una proliferación de marcas y de sugerencias, un laberinto en el que no es fácil orientarse y en el que las cadenas pelean porque el espectador sea capaz de identificar su marca propia en un bosque de otras muchas.
Pero, más allá de la multiplicación de los canales, como su fuesen los panes y los peces del mundo catódico, ¿qué nos traerá la televisión digital? ¿Mejorarán los contenidos? ¿Serán capaces de sobrevivir tantas televisiones en un mercado publicitario en plena recesión? Los mejor situados para ese apagón que nos dejará si televisión analógica son los canales de implantación nacional. Ahí están TVE, Antena 3, Tele 5, y los últimos en llegar, Cuatro y La Sexta, favorecidos por un Gobierno que quiso poner dos nuevos canales con tiempo suficiente para que echaran raíces antes de la llegada de la “
constelación digital”.
Y a partir de esas cuatro ofertas, el caos. Las audiencias se fragmentarán como un campo cuarteado en pequeños trozos. Y los anunciantes padecerán el desconcierto de no saber muy bien dónde poner sus anuncios porque la eficacia de la publicidad se verá mermada por el número de ofertas. Los contenidos no tienen por qué mejorar. De hecho lo que hemos visto en los primeros pasos de la nueva televisión digital son ofertas de programas de producción elemental, en su mayoría debates y tertulias en las que se repiten los personajes, y que buscan un público que ha descubierto el gusto por la discusión política como nueva moda televisiva. La nueva oferta no brilla por su originalidad y riesgo, más bien al contrario. La tele digital llega también con la promesa de la interactividad, la posibilidad de hacer menús televisivos a la carta, de ver los programas cuando al espectador le apetezca, de realizar compras cuando le venga en gana. Pero ninguno de los nuevos canales tiene a punto esa posibilidad.
Serán pocos los que sobrevivan a este panorama. Quizá aguanten mejor aquellos que sean capaces de crear redes de alcance nacional, con una buena capacidad para comprar programas y una cobertura suficiente para seducir a los anunciantes. Quienes se queden en un ámbito restringido y en su soledad, morirán. Unos meses después del apagón veremos un campo plagado de osamentas de los que han sucumbido, incapaces de rentabilizar sus emisiones, sin músculo para ofrecer una programación diferenciada. Creo que este es el momento de invertir en la fabricación de contenidos atractivos y de producción barata. Habrá que alimentar a muchos canales que tendrán que emitir las 24 horas del día, y para eso se requiere mucho talento, y mucho trabajo.
El que tenga una tele tiene un problema. Y el que la vea comprobará cómo hay otra regla televisiva, ésta de hojalata: a mayor oferta no tiene por qué haber una mejor calidad. Más bien ocurre lo contrario.
Ni siquiera el apagón analógico, previsto para el 3 de abril de 2010 podrá cambiar la base comercial de los canales, por mucho que el salto a lo digital prometa una revolución en los contenidos y una multiplicación de la oferta. La historia de la televisión es la del avance del minifundio.